jueves. 25.04.2024

No sé cuántos ciudadanos quedaremos en este país con capacidad para indignarnos cada día con la realidad política. Pocos. No sé cuántos conservamos la mínima capacidad crítica para seguir gritando que no es esto, que no era esto. Pocos. Que no nos conformamos con lo que nos dan y que queremos más, mucho más. Pocos. Y que no queremos que se nos dé, sino construirlo con nuestras propias manos. Pocos. No sé cuántos, tras comprobar la imposibilidad de la utopía, admitiendo la derrota, nos refugiamos en la ética, última instancia de la decencia, para exigir reiniciar el camino y abandonar el área de servicio en que nos abandonaron. Pocos. La vuelta a los ideales democráticos más radicales, que, como recordaba Ortega, es una palabra que deriva “de raíz”. Pocos. No sé cuántos están dispuestos a no dar por buenos árboles de mentira ornamentados con flores de plástico. Pocos.

Porque nuestra realidad democrática no aburre. Si aburriera podría entenderse como una señal de funcionamiento rutinario. Pero funcionamiento, a fin de cuentas. Nuestra realidad democrática ofende, excluye y eso es antagónico, por definición, de lo democrático. 

Cuántos nos refugiamos en la ética, última instancia de la decencia, para exigir reiniciar el camino y abandonar el área de servicio en que nos abandonaron

Camino del medio siglo de pantomima, el poder sigue en las mismas manos que ensangrentaron este país. Y los más ingenuos siguen creyendo que la política electoral, es la Política y que el Gobierno es el Poder. Nos dan correa, pero seguimos atados a la misma estaca. Ni siquiera hemos avanzado hacia una democracia burguesa representativa de los intereses del capital, sino que seguimos atrapados en los intereses de las “manos muertas”, improductivas. Sí, las de siempre. La Monarquía, la Iglesia, el Ejército y los Jueces. Los mismos que escribieron la malhadada historia de este país, los mismos que ahogaron en sangre el único intento de romper sus privilegios, los mismos que sostuvieron la sangrienta Dictadura, los mismos que no dudarían en repetir la historia… Que de hecho no dudan cada día, en cada momento en ordeñar el sistema en beneficio propio. A costa de lo que haga falta. Sin vergüenza y sin discreción. Nuestra burguesía, que fue incapaz de cumplir con sus deberes históricos, guillotinar un rey y hacer una revolución, comme il faut, sigue sin enterarse de su sino y permanece atada en alianzas contra natura.

Cincuenta años de blanqueo de una realidad imblanqueable. De creer que las pequeñas reformas y los escasos avances, rodeados siempre de una retórica interminable, son una señal de movimiento, cuando la realidad es que seguimos girando en la noria, arando el mismo surco…

Ni siquiera hemos avanzado hacia una democracia burguesa representativa de los intereses del capital, sino que seguimos atrapados en los intereses de las “manos muertas”, improductivas

Ya se blanqueó, de cara a la galería porque los hechos históricos son los que son, al Rey, hoy Emérito, gracias a Dios, del que nada vamos a decir que no sepan. A pesar de que prácticamente no sepamos, y nunca sabremos casi nada, de su capacidad delictiva. 

Hemos blanqueado a Don Adolfo Suárez, a su vez el gran blanqueador del franquismo, el fiel ejecutor del “atado y bien atado”, el albacea de la Dictadura. Ahí lo tienen, Aeropuerto de Madrid, Madrid-Barajas. Aquél al que Alfonso Guerra, con conocimiento de causa, llamara “tahúr del Mississippi”

Hemos blanqueado a Don Felipe González, San Canuto, el santo más hueco. El gran pragmático, vacío de cualquier ideal. Pieza imprescindible en la partida a jugar. Con unos principios, si les agradan y otros, por si no. El rey de la amoralidad.

Y hasta hemos blanqueado al irrelevante Don Santiago que, a pesar de su vuelta a España, siguió en su exilio de oro rumano, causando más daño que beneficio a la causa de la izquierda. Hasta el fin de sus días. “¡Cuando Carrillo habla de unidad, hasta los siameses tiemblan!” (Vázquez Montalbán). No en vano, prestó al nuevo engendro seudodemocrático en pocos años el importante servicio de causar más daño en lo político al PCE que la Brigada Político Social en treinta y seis.

Ahora se trata de blanquear el bipartidismo. “¡Qué felices seremos los dos y qué dulces los besos serán, pasaremos la noche en la luna, viviendo en mi casita de papel”

Y ahora irrumpe García-Margallo. Ese señor, que con 16 años de edad y en 1960, según cuenta sin pudor, ya se definía como monárquico (la misma definición política siempre asumida por el Dictador) y, a mayores, se pregona hoy demócrata cristiano (una contradicción en los términos). Ese señor que aún se cree aspirante a la Presidencia del PP. Un títere de teatrillo de guiñol. Otro que se apunta a blanquearse a sí mismo en modo Churchill. Como derecha ilustrada (otra contradicción en sus propios términos). Y como escribidor de libros. Como si no los o se los hubieran escrito a Aznar y a Rajoy. Los lunes, desde la SER, para quien quiera seguir sus “gracias”. Ahora se trata de blanquear el bipartidismo. “¡Qué felices seremos los dos y qué dulces los besos serán, pasaremos la noche en la luna, viviendo en mi casita de papel!”. La casita de papel. Y la transición, aquella extraña mesa de negociación en la que los de un lado, los que seguían vivos, acababan de asomar la nariz del agujero de la clandestinidad o salir de la cárcel o volver del exilio y los del otro tenían las armas sobre la mesa. Y en el pasillo, “ruido de sables” … ¡Qué gusto daba “negociar” así! ¡Qué nostalgia sentimos hoy de aquellos tiempos en que ni siquiera había que amenazar porque todos tenían bien presente el pasado y todos eran conscientes de que romper la baraja era volver al agujero, a la cárcel o el exilio! En el mejor de los casos. Ya saben en qué lado de la mesa estaba Don José Manuel, un nostálgico de cuando él, los suyos, muy demócratas y muy cristianos, y sus amigos tenían la sartén por el mango y los demás tenían que tragar. 

Y ya puestos a ser liberales, permítanme que les cite el Código civil, el código de los ciudadanos. La Biblia del liberalismo: Será nulo el consentimiento prestado por error, violencia, intimidación o dolo” (art. 1265). ¿No les parece revolucionario?

O témpora, o mores.

España sí que lava blanco