jueves. 25.04.2024
propaganda

Por más años que cumplo, no deja de sorprenderme la capacidad de cierta izquierda para insultar al pueblo al que dice defender y querer representar. Es una suerte de despotismo ilustrado, ya saben, aquello de todo para el pueblo pero sin el pueblo. En este caso, todo para los obreros pero sin los obreros. Porque a los obreros, ay dios, les gusta el fútbol y los toros, ven Sálvame y hasta votan a Ayuso. No saben lo que les conviene y, por lo tanto, hay que guiarlos hacia la luz.

En esa línea de tratar al personal como idiotas crónicos, buena parte de la izquierda ha justificado el batacazo en Madrid aduciendo que, claro, la derecha tiene todos los medios de comunicación de su parte, los más poderosos, los que la plebe ignorante ve a todas horas, en lugar de estar leyendo a Horkheimer o a Gramsci, como ellos. Más allá de que este pensamiento demuestre, de nuevo, que parte de la izquierda se siente como una vanguardia que dejó la caverna de Platón de los mass media y ve verdades que a los demás se nos escapan, resultaría interesante recordar que los medios ya eran conservadores cuando Sánchez ganó las elecciones; que Pablo Iglesias ya era demonizado en 2015 cuando estuvo a punto de ser el partido más votado de la izquierda; y que la gente es igual de lista o de idiota en Cataluña o Euskadi donde la derecha españolista es residual.

Cuando se habla de Errejón o de alguien que esté junto a Errejón, la palabra traidor, tan querida en los politburós de los nostálgicos de la URSS, no deja de asomar

En ese darse aires de alta intelectualidad, parte de la masa twittera se ha lanzado, incluso, a acusar a Más Madrid, único partido que dentro del bloque de izquierdas que puede sacar algo de pecho, de ser una panda de derechistas encubiertos; incluso de ser el nuevo Ciudadanos y, por supuesto, de traidores. Porque cuando se habla de Errejón o de alguien que esté junto a Errejón, la palabra traidor, tan querida en los politburós de los nostálgicos de la URSS, no deja de asomar.

Y siempre con esa pureza que, como el propio Iglesias ya señalaba en 2015, les hace ser muy prístinos pero también muy pocos. A Errejón, por cierto, también se le acusa desde los alrededores de Podemos de estar dividiendo a la izquierda y hacer así el caldo gordo a la derecha; curiosamente, esa era la misma acusación que desde el PSOE se hacía a Iglesias en sus primeros años de vida. Algo que era tan estúpido entonces contra él como lo es hoy contra Errejón.

Pero, claro, es fácil pensar que los demás son bobos, alienados, borregos, cavernícolas, apenas personas. Es fácil revolcarse en la superioridad ideológica y darse palmaditas de perdedor con los miembros de una secta cada vez más minúscula. Lo difícil es asumir que uno también puede estar equivocado, que algo se está haciendo mal, que hay que convencer o llegar a acuerdos con quienes piensan diferente en algunas cosas pero en otras estarían dispuestos a darnos la razón. Lo difícil es aceptar que no se trata de imponer y vencer, de dictar para que la realidad se acomode a nuestros deseos, sino de modificar la sociedad desde el voto y las mayorías, con acuerdos e impurezas, pero también con triunfos que hagan más fácil la vida a la gente.

Y hoy la izquierda en Madrid está muy muy lejos de la mayoría. Y en España, cosas de la vida, es probable que la derecha no pueda llegar a la Moncloa gracias a los votos de los nacionalistas e independentistas catalanes y vascos. Con esas mimbres hay que hacer un cesto, sino queremos pasarnos la vida diciendo que somos muy guays, que tenemos la verdad de nuestro lado, y que es la mayoría la que se equivoca. Si no queremos pasarnos la vida perdiendo elecciones y sin poder cambiar la sociedad a mejor, que es de lo que se trata.

El despotismo ilustrado de (parte) de la izquierda