viernes. 19.04.2024
ayuso

“El triunfo del demagogo es pasajero,
pero las ruinas de su acción son permanentes”.

Charles Péguy


Uno de los elementos que acompañan siempre al análisis político, machacona y permanentemente presente durante todas las campañas electorales, son las encuestas. “Sonata de primavera” es una novela sentimental de Valle Inclán en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, cuyo fin es causar placer estético a los lectores. En esta primavera hemos entrado, no ya con sonatas sentimentales, sino con repicantes y prolongadas “tamborradas” de barómetros, encuestas y sondeos, cuyo fin no es aclarar la mente de los electores, sino intentando predecir o anticipar, sin matices y sólo aportando discutibles porcentajes, quién va a ganar y quién perderá en las próximas elecciones de mayo, convocadas por una irresponsable castiza de este castizo Madrid.

Los mercados predictivos constituyen una técnica de investigación innovadora que permite hacer predicciones (sobre cualquier cosa: unas elecciones o cualquier otro evento) liderados por un grupo de medios del mercado informativo, con frecuencia no con el objetivo de aclarar sino de dirigir, orientar e influir en el voto de los electores. Bien sabemos que los medios de comunicación sirven a muchos fines y desempeñan diversas funciones; pero una de ellas, unida a incrementar las ganancias de sus dueños y promotores, es su indisimulado interés en reproducir su propia visión de la realidad: mantener en el poder económico, ideológico y social a la clase, partido o institución a los que sirven. Su objetivo no radica, precisamente, en contribuir a mantener una ciudadanía reflexiva, crítica e informada, sino al tipo de ciudadano que vota sus intereses; son las llamadas “mentalidades sumisas”. Generalmente su meta es conducir el clima de opinión marcado por la minoría de poder que es la que posee el mundo del dinero, los negocios, el gobierno, las instituciones, las iglesias, etc., y que, con excepciones, casi todos ellos comparten la misma o parecida concepción de la realidad política, social e ideológica. Bien sabemos que las técnicas para conseguir el pensamiento único y manipular las conciencias son muchas y muy diversas. Ya casi nadie ignora que son los propietarios de los medios de comunicación y los directores de los mismos, puestos por ellos, los que tienen la capacidad de seleccionar, publicar, dar a conocer a los ciudadanos, oyentes, lectores o televidentes, los aspectos de la información y de la realidad que más se acomodan a sus intereses.

Para la humanidad actual tan globalizada, las nuevas tecnologías de la comunicación como medio instantáneo de información son una realidad. La masificación de los medios: redes sociales, televisión y otras plataformas digitales o convencionales es cada vez más plural, pero menos objetivas; seleccionan y difunden el pensamiento único, censuran la información que no les agrada o no les conviene; y si la dan, la manipulan. Una vez más es evidente que en esta sociedad líquida la democracia, cuando existe, es también líquida, evanescente; estamos en manos de pequeños grupos económicos con intereses propios; son quienes eligen qué hacer; interpretan la realidad a conveniencia, pero dicen que hablan en nombre de la verdad. Para ellos no existen los hechos, sino su interpretación de los hechos. ¡Compleja situación en estos tiempos de las fake-news!

Cuando los ciudadanos no poseen la correcta información los medios de comunicación no honestos pueden elegir la información de la realidad que les conviene

Cuando los ciudadanos no poseen la correcta información los medios de comunicación no honestos pueden elegir la información de la realidad que les conviene y dirigir la percepción de la misma. Es verdad que no pueden imponer a los ciudadanos las opiniones que deben de dar, no son autómatas, pero sí enmarcar la realidad perceptiva e informativa en torno a la cual se forman las opiniones de los ciudadanos. Un ejemplo de ahora: mientras en estos días se estaban produciendo las declaraciones de los altos dirigentes populares entre 1990 y 2009 por el juicio de la Caja B del PP, entre ellos, Aznar, Rajoy, Cospedal, Arenas, Álvarez Cascos, Rato, Acebes, Trillo…, los medios nos han estado aburriendo con ese estúpido y fatuo político Toni Cantó, de profesión “tránsfuga” y su fichaje por el Partido Popular que nada aporta a la política y que su único valor es contradecir por cada partido que transita lo que afirmaba de cada uno cuando cambia de chaqueta. Aunque la célebre frase quizás no sea más que una invención posterior, es bueno recordarla: Asesinado Viriato, los asesinos acudieron a Roma a recoger la recompensa de su traición; pero el Senado ateniéndose a que no es necesario un traidor cuando la traición ya se ha cumplido, sentenció: “Roma no paga traidores”. No ha sucedido así con Toni Cantó: es “la bien pagá”; va en el 5º puesto de las listas electorales de Ayuso.

Hemos sufrido la estrategia de distracción de la que escribe el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky. Es conocida su frase de que la manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros. Razón tenía al describir cuáles son las técnicas de manipulación de la información: estimular al público a ser complaciente con la mediocridad, la estupidez, y la vulgaridad. Amante del pensamiento crítico bien lo describe en su escrito: “Las diez estrategias de manipulación de los medios, una crítica al poder”. Por no extenderme, las sintetizo de forma inteligible:

1. La estrategia de distracción: desviar la atención al público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites económicas y políticas: mediante la técnica del diluvio o inundaciones de continuas distracciones y de informaciones insignificantes.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones: lo primero es crear el problema, luego viene un momento exacto, una «situación perfecta», el objetivo es que la población sienta cierta reacción, después se propone una solución prevista.

3. La estrategia de la gradualidad: toda medida tiene que ser gradual, es decir, periódica y sistemáticamente, para ir agregando sin inconvenientes las medidas impopulares.

4. La estrategia de diferir: cuando no agrada al público una medida económica o política es expresar como «dolorosa y necesaria» la decisión. La tendencia es que se comprenda el episodio en el sentido que «mañana mejorará».

5. Dirigirse al público como criatura de poca edad: la publicidad debe ser lo más superflua para la conciencia, entre más tranquila, desprovista, delicada y pausada es la comunicación con el público, la reacción va a ser recíproca.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión: no se puede negar que cuando existe un choque emocional automáticamente la razón queda a un lado. Los sentimientos pueden generar miedos, fobias, comportamientos.

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad: mantener lejos de la reflexión a la población para que no vea como es sometido a un control. El ejemplo más utilizado es la educación precaria para las clases menos favorecidas por el capital y mantenerlos en el sometimiento del sistema, no hay más que hacer.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad: promover e incentivar al público a la moda de lo mediocre, estúpido. Frivolidades y shows.

9. Reforzar la autoculpabilidad: la culpa es solo del individuo por su incompetencia y falta de inteligencia. Así no hay reclamos al sistema cuando la culpa es propia.

10. Conocer a los individuos más de lo que ellos mismos se conocen (los algoritmos): la ciencia y las nuevas tecnologías permiten más acceso a la información, incluyendo al campo de las ciencias de la salud quienes conocen a profundidad el cuerpo humano, por lo tanto, se ejerce un dominio de la ciencia a cargo del sistema sobre las personas comunes, quienes no se conocen tanto.

Contra estas estrategias de manipulación Chomsky invita a romper el paradigma trazado por “el sistema económico-político” en alianza con los medios de comunicación, apostando por educar a pensar críticamente la realidad. Es verdad que los medios de comunicación no siempre pueden moldear y modificar la opinión de todos los ciudadanos; basta con legitimar ciertos puntos de vista, ciertas conductas y gestiones políticas y deslegitimar otros. El resultado al final es conseguir que, en unas elecciones, por ejemplo, las del 4 de mayo de Madrid, haya un pensamiento único mayoritario, uniforme, acrítico y consiga que gobierne quien más y mejor les convenga.

El libro La señal y el ruido del estadístico Nate Silver, presenta los dilemas en torno al mundo de las predicciones y las probabilidades utilizando diferentes tipos de enfoques, entre otros, los temas de la política. Ayuda a saber cómo navegar por la maraña de datos de los que estamos inundados para localizar los que son de verdad importantes y que son los que hacen que nuestras predicciones sean correctas (la “señal”) y otros que son los que entorpecen el objetivo (el “ruido”). Silver distingue entre “predicción” y “pronóstico”; la predicción como aseveración de que un acontecimiento sucederá en un momento determinado; el pronóstico remite a la probabilidad de que algo ocurra. En el fondo es un estudio sobre por qué algunas se cumplen y otras no, con la finalidad de que los ciudadanos aprendan a planificar un poco mejor el futuro y a reducir las posibilidades de caer o repetir los errores, porque, generalmente nos fijamos en las señales que describen el mundo tal como debería ser y no como realmente es.

Desde la oportunista y jurídicamente discutible convocatoria del adelanto de elecciones de la narcisista presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, muchos medios de comunicación en una disparada metamorfosis han comenzado a imitar a “la Pitonisa de Cumas”, o a los augures romanos al reducir la campaña de Madrid a adivinar quién ganará y quién perderá como si fuera un duelo entre partidos y sus cabezas de lista. Ese es el peligro de la degradación y la simplificación de la política y el poco fiable valor de las encuestas. A más de un mes de las elecciones ya quieren saber el futuro con ese discutible y simplificado método de leer o interpretar los resultados de los sondeos. La pregunta es obvia: ¿Son fiables las encuestas? Razonable pregunta, pero complicada respuesta, y más en las circunstancias actuales: son tan fiables como lo son los propios políticos y sus partidos, las empresas que las realizan, los métodos que utilizan, los ciudadanos que responden y los medios, politólogos y periodistas que las interpretan y utilizan. Aunque lo realmente significativo e importante para una gran parte de la sociedad antes de responder a quien hace el sondeo, el problema no consiste en saber quién va a ganar, sino saber que quien gane y gobierne, cómo va a utilizar el poder para llevar a cabo los programas y las políticas que interesen a los ciudadanos; si van a gobernar para beneficiar a unos pocos, los de siempre, o van a gobernar en beneficio de la mayoría de la sociedad. En la actualidad, hay partidos y candidatos que ya podemos “predecir” cómo van a gobernar. Pienso en quien está respondiendo en la actualidad como actuó Henry Kissinger cuando celebró el derrocamiento fascista del gobierno democrático de Chile en septiembre de 1973 al afirmar que, en caso de tener que salvar la economía o la democracia, había que salvar la economía. Utilizando hoy el símil del ex Secretario de Estado americano, entre tener que salvar la sanidad o la economía, ya sabemos en Madrid quien respondería como el “controvertido Henry Kissinger”, promotor de regímenes dictatoriales que cometieron severas violaciones de los Derechos Humanos.

“El derecho a no ser engañado y cómo nos engañan y nos autoengañamos” es un libro de Antonio Garrigues Walker y Luis Miguel González de la Garza en el que desarrollan una idea que en los tiempos que nos ha tocado vivir cobra toda su virtualidad en un mundo lleno de incertidumbre y posverdad: “el derecho a no ser engañados”. Para los autores, los políticos y los medios participan activamente en este mercado informativo y de emociones donde el impacto mediático, los efectos más que los argumentos y las razones, las suposiciones y las mentiras tienen un caldo de cultivo idóneo para su desarrollo. Nunca la mentira pudo llegar tan lejos y tan velozmente como las redes lo hacen posible. El engaño es una pulsión de supervivencia que la épica humana ha acabado prestigiando entre sus modelos ideales de conducta; falsear lo real tiende a consolidarse como todo un derecho: el derecho a mentir, sin riesgo de efectos posteriores indeseables. Lo hemos visto en España estos mismos días: ¡con qué desfachatez y desvergüenza han mentido Aznar, Rajoy y toda la cúpula popular entre 1990 y 2009, en su declaración en calidad de testigos!; cuando tenían la obligación de decir verdad, han negado “la verdad judicial de la existencia de los papeles de Bárcenas” en el juicio de la Caja B del PP! Y no les pasará nada.

Cada vez existen más voces críticas respecto a la validez de la metodología con la que se realizan las encuestas

Pocos ignoran que existen cada vez más voces críticas respecto a la validez de la metodología con la que se realizan las encuestas, en particular por la profusa y diaria publicación de sondeos de opinión en los medios de comunicación en tiempos electorales; sabemos que la técnica demoscópica no está exenta de problemas; el problema básico está en saber si la opinión pública que emerge de los sondeos y encuestas procede de un público que ha tenido oportunidad de formarse una opinión procedente de información veraz, la discusión crítica y fundada y de la puesta en común que supone una participación activa en la toma de decisiones o no; no es lo mismo trabajar con una metodología cuantitativa (distribución desigual de saberes: expertos o profanos) que cualitativa (primar la representación social y el conocimiento veraz de la realidad); no es correcto identificar encuestas con opinión pública. Lo que sí es importante es tener clara la probabilidad de certidumbre: “predecir” (la señal de la que escribe Silver) para traducir los fenómenos sociales a cifras y porcentajes. Toda encuesta es fiable y, por tanto, representativa, si aclara cómo se ha realizado, si las llevan a cabo buenos profesionales, si se interpretan con honestidad, si no son manipuladas ni utilizadas con sesgos interesados.

Nos estamos acostumbrando a que los políticos, los medios de información y los periodistas y politólogos (hay quien les llama “todólogos”, porque creen saber de todo), otorguen toda la fiabilidad a las empresas que se dicen especializadas; la mayoría se fían de los datos que proporcionan las empresas demoscópicas limitándose a exponer resultados que no han contrastado, con el fin llenar páginas de prensa o tiempos de programas (radio o televisión) muchas veces para ocultar su desconocimiento en la materia, ofreciendo unos resultados sin verificar el trabajo científico de la muestra; con estos mimbres, la fiabilidad de los sondeos parece difícil de sostener. De ahí que los ciudadanos responsables pretendamos conocer, si queremos verificar la veracidad de los datos que se nos ofrecen en las encuestas, la solvencia de la empresa y de las personas que la han realizado y averiguar su seriedad, su honestidad y su experiencia profesional, pues tenemos constatado que el logotipo de las empresas demoscópicas no es siempre una garantía suficiente de seriedad. Ejemplo paradigmático y bien probado es la empresa NCReport que utiliza La Razón que dirige el señor Marhuenda, empresa de la que he escrito y dejado constancia hace tiempo en Nueva Tribuna. Sabemos que una encuesta “bien realizada” nunca es barata; la más barata es la que no se realiza, aunque se publique, situación no infrecuente. Ya lo decía Esopo: “La rueda más estropeada del carro es la que más ruido hace”.

Como entonces escribí, la publicación de sondeos o encuestas en tiempo de elecciones debe ir acompañada de una serie de datos técnicos, esenciales para evaluar la fiabilidad de los datos publicados e interpretarlos fielmente; entre los cuales se encuentran: a) el nombre del organismo o entidad que realiza el sondeo, así como el de la empresa que haya encargado su realización; b) las características técnicas del sondeo: el sistema de muestreo, el tamaño de la muestra lograda y su extensión geográfica, el universo representado, el método de muestreo utilizado, el método para la recogida de la información, el margen de error de la misma, el nivel de representatividad, el procedimiento de selección de los encuestados, la fecha de realización del trabajo de campo; c) el texto íntegro de las cuestiones planteadas y número de personas que no han contestado a cada una de ellas. La publicación de estos datos está obligada por la LOREG (Ley Orgánica del Régimen Electoral General); hay que añadir, además, que las organizaciones profesionales de investigación de opinión pública deben tener suscrito un Código Internacional sobre publicación de resultados, obligatorio para sus miembros, que incluye básicamente los mismos datos, de tal manera que aún en periodos no electorales la publicación de encuestas los debe incluir. Tal Código Internacional de Prácticas para la Publicación de Resultados de Sondeos de Opinión Pública está sometido exactamente a las mismas reglas éticas y profesionales que otras modalidades de estudio. Estas reglas están establecidas en el Código internacional CCI/ESOMAR para la Práctica de la investigación Social y de Mercados y, dado que la investigación de la opinión pública tiende a ser un campo particularmente “sensible”, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ha examinado este Código ESOMAR para la Publicación de Sondeos de opinión, otorgando su aprobación y el Consejo de Europa ha recomendado que se aplique para regular la publicación de sondeos, saliendo al paso de que, al publicar sus resultados, puedan éstos presentarse o interpretarse de manera maliciosa o tendenciosa; es decir, manipulados. De ahí que, ante posibles o parecidas situaciones, ESOMAR ha decidido formular algunas recomendaciones específicas sobre la publicación de tales encuestas. Entre ellas, el punto 3º dice textualmente:

“Los sondeos de opinión juegan un papel valioso en la sociedad actual. Es deseable que tanto el público en general como los políticos, medios de comunicación y otros grupos interesados tengan acceso a través de tales sondeos a una medida exacta y no sesgada de las actitudes e intenciones del público. Es sabido que existen preocupaciones sinceras sobre los posibles efectos que ciertos sondeos podrían teóricamente tener sobre el voto u otros comportamientos. Sin embargo, la alternativa es que el público quede expuesto solamente a informaciones probablemente inexactas y carentes de fundamento científico sobre la situación, en muchos casos, presentadas por personas u organismos con un conocimiento insuficiente de la naturaleza de la información que usan o con una presentación sesgada y muy partidista de los hechos. El objetivo de este Código es reducir el riesgo de engañar al público mediante sondeos inadecuados o mal presentados”.

En estos tiempos de incertidumbre, no hay mucho margen para el optimismo de la inteligencia; escasas son las palabras y argumentos de políticos moderados; y sin embargo sus voces son más necesarias en estas elecciones que en otra anteriores. No hace muchos años que el interés por las encuestas pasó de las empresas a la política. Medir las actitudes, comportamientos y preferencias de los ciudadanos pronto interesó al mundo de la política, de los políticos y de los medios de comunicación. Y como en el universo de la política todo se politiza (es una tautología, pero no una contradicción), también las encuestas y quienes las elaboran y utilizan no tardaron en hacerlo. Da la sensación de que toda la lucha política pasa por su correspondiente interpretación de las encuestas y las acusaciones que de ellas se hacen: son manipuladas, cocinadas o ambas cosas. Todo depende de los intereses que tengan los partidos, los medios de comunicación o el mundo empresarial, incluidas las propias empresas de opinión, cuyos principales accionistas no son ajenos a espurios intereses al trabajar, directa o indirectamente para gobiernos que “les premian” con suculentos contratos o simpatizan por determinado partido político presentando sus sondeos como propaganda electoral más que como verdaderos estudios demoscópicos. Algunos políticos y sus respectivos partidos prefieren poner sus miras electorales en las estrategias publicitarias y el transfuguismo, incluida la mentira para “vender” su producto, eliminando todo rastro de debate público. Si su trabajo consiste en detectar tendencias en el voto de los electores, en previsión de los resultados, al margen de la transparencia, el proyecto político y la lógica, podemos deducir que nos sobran los sondeos y las encuestas, incluidos los encuestadores, sus analistas y las opiniones, henchidas de dogmatismo, de tantos gurús, tertulianos y politólogos que, como en micología, en tiempo de elecciones nacen como los hongos.

Demasiados periodistas que hacen televisión o radio tienen la tendencia de convertirse en parte del espectáculo; se acercan a la realidad, a la noticia para confirmar ya un prejuicio ya una convicción; dan la sensación de que se acercan a la historia con el titular en la “tablet”. A través de la experiencia sabemos que los medios de comunicación crean o reflejan prejuicios y estereotipos y los difunden en el ambiente social, intentando influir en las mentalidades de los ciudadanos. Los estereotipos son expresiones o frases que expresan unas ideas preconcebidas que se aplican selectivamente a los temas que interesan ya al poder ya a los medios de comunicación, buscando provocar determinadas ideas y conductas en los ciudadanos. Por otra parte, sabemos que, una vez adquiridos, las ideas que con ellos se transmiten se mantienen petrificadas de forma que, si la información adquirida concuerda con el estereotipo o el prejuicio, nos sirve para ratificarlas, pero si no coincide, las desechamos y seguimos manteniendo inalteradas las ideas que componen nuestros prejuicios y estereotipos. Esto se llama, simplemente, manipulación. Me remito de nuevo a las diez estrategias de manipulación de los medios de Noam Chomsky.

Las encuestas no deben ser la única fuente de información que motive o presione a un elector a emitir su voto. Hay siempre un “voto oculto” que puede ser movilizado

Nos estamos acostumbrando a que los políticos, los medios de información y los periodistas otorguen toda la fiabilidad a las empresas que se dicen especializadas, se fían de los datos que proporcionan limitándose a exponer resultados que no han contrastado, con el fin llenar páginas de prensa o tiempos de programas (radio o televisión) muchas veces para ocultar su desconocimiento en la materia, ofreciendo unos resultados sin verificar el trabajo científico de la muestra; con estos mimbres, la fiabilidad de los sondeos parece difícil de sostener. De ahí que los ciudadanos responsables pretendamos conocer, si queremos verificar la veracidad de los datos que se nos ofrecen en las encuestas, la solvencia de la empresa y de las personas que la han realizado y averiguar su seriedad, su honestidad y su experiencia profesional, pues tenemos constatado que el logotipo del membrete de las empresas demoscópicas no es siempre una garantía suficiente de seriedad. Existe un error muy común entre periodistas y tertulianos al creer que la principal información que aporta una encuesta consiste en adivinar el porcentaje de votos que obtendrán los candidatos el día de las elecciones, marcando casi en exclusiva la diferencia en porcentaje de votos que existe entre los candidatos. Ignoran que el resultado de esa diferencia es solamente un dato de los tantos que debe aportar una encuesta científica y honestamente realizada y que los números deben ser leídos, presentados e interpretados por especialistas sin sectarismos desde foros de debate éticos y objetivos, sin dejarse guiar ni por filias ni fobias. Y la primera condición (una encuesta científica y honestamente realizada) no la cumplen muchos medios y tertulianos, y la segunda (especialistas que saben interpretar los datos sin sectarismos) no es una cualidad que abunde entre los periodistas; a muchos les falta profesionalidad y ética periodística; emplean en sus análisis la técnica del “Pinto, pinto, gorgorito, a éste le sumo y a ése le quito”. Y si esto es grave, es perversa a su vez la interpretación, superficial e irresponsable, que de este tipo de encuestas realizan los medios de comunicación y la clase política, hasta llegar en ocasiones a la interesada conclusión de que la voz de los sondeos es la voz de la opinión pública.

El profesor Guillermo López García, en su trabajo “Representaciones de la opinión pública”, realiza algunas importantes reflexiones que considero interesante sintetizar. Según él, los políticos no pueden ignorar “el clamor de la opinión pública” y se ven obligados a transigir con las medidas que exige el público de masas; en este contexto tenemos la sensación de que la lucha política pasa por la correspondiente interpretación en las encuestas. Los sondeos de opinión, en su “guerra de cifras”, determinan la existencia de unas opciones “ganadoras” o “mayoritarias”, en torno a las cuales se acabará reuniendo la mayor parte de los votantes, mientras que los partidos minoritarios, a no ser que puedan cumplir el papel de “partido bisagra”, son ignorados, incluso molestos, al poder impedir que gane uno de aquellos que se vislumbran como mayoritarios; esto supone una llamada al “voto útil hasta convertir e identificar democracia con una visión determinista del voto”. El ciudadano cae en el pesimismo, el marketing reduce la libertad, el debate político se hace innecesario pues ya está todo dicho y es inútil luchar contra las grandes cifras. Es más, tal como los medios presentan los resultados, ya no resultan importantes los programas, las propuestas y los argumentos; cuenta más la imagen de los candidatos, que son vendidos como productos comerciales que el votante comprará si está satisfecho con lo que ofrece el producto; de este modo los partidos quedan subsumidos en la figura de sus cabezas visibles o líderes políticos: Gabilondo, Ayuso, García, Iglesias, Monasterio, Bal… ¡Qué deleznable y antidemocrática simplificación! El profesor López García finaliza su análisis con estas consideraciones: los sondeos se convierten en un arma de doble filo: pueden ser utilizados de forma falseada para criticar ciertas opciones políticas, obrando como un factor deslegitimador o para ensalzar otras, elevando su importancia y valor inmerecidamente. Si esto es así, concluye, se daría un choque entre la legitimidad científica y la legitimidad política de las encuestas y sondeos.

Para reducir la sensación incómoda que genera la falta de certeza creamos expectativas. El mundo de las expectativas nos condiciona más de lo que nos imaginamos. No se puede caer en la trampa de las expectativas de que ya hay una ganadora porque así lo dicen dudosas encuestas e interesados medios. Si caemos en esa trampa determinista y fatalista, con estas elecciones España estaría dando sus primeros pasos hacia el autoritarismo postdemocrático con el tándem Ayuso-Vox asaltando la hegemonía de la derecha, dejando a los demás partidos en las tinieblas en los debates públicos. Hoy más que nunca hay que reivindicar la verdad periodística, la que informa sin intereses, la que está siendo expulsada de los grandes medios de comunicación y de los periódicos que en otro tiempo fueron referente de una información sincera y objetiva. Hoy más que nunca hay que dar voz a los que nadie escucha y hablar y escribir en nombre de ellos. No se pueden dejar las predicciones, los barómetros y las encuestas en manos de políticos y medios deshonestos y ciudadanos crédulos y fanáticos. Las encuestas no deben ser la única fuente de información que motive o presione a un elector a emitir su voto. Hay siempre un “voto oculto” que puede ser movilizado. Creo que la comunicación política debe avanzar hacia ese tipo de campañas que se nutren de las visiones enriquecedoras, las que democratizan el talento, contagian, animan y movilizan energía creativa asociada a un proyecto político progresista, socialista, digno y libre.

La incierta fiabilidad de las encuestas