jueves. 28.03.2024
TRIBUNA DE OPINIÓN

¿Y si las elecciones catalanas del 14-F no cambian nada sustancial?

Que las dinámicas de bloqueo político y confrontación acaben pesando más que las favorables a la negociación y a un cambio progresista y social en Catalunya no dependen exclusivamente del resultado de las urnas ni de la conformación del próximo gobierno de la Generalitat.
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La geometría proyectiva demuestra que las líneas paralelas se tocan en el infinito. En política, la propaganda y la reflexión no coinciden ni en el infinito; y si alguna vez llegan a confluir definen un momento excepcional. Durante las campañas electorales, tal matrimonio es un fenómeno insólito. No parece que la actual campaña catalana vaya a refutar este axioma.

La reflexión y el análisis político que se presumen en los partidos se producen fundamentalmente antes y después de las campañas electorales. Antes, para seleccionar las caras, los objetivos más relevantes y el relato destinado a engarzar la propuesta al electorado de cada partido; después, para intentar construir la mejor de las alternativas de gobierno posibles o para apuntalar la menos mala. Durante la campaña, todos los esfuerzos y sentidos se concentran en obtener votos y en sembrar dudas entre los potenciales votantes de otras opciones.   

En Catalunya, la fragmentación de los espacios políticos es más grande que nunca. Por eso, durante la campaña electoral están cobrando tanta importancia las propuestas de composición del futuro gobierno como los vetos y las líneas rojas a los pactos de gobierno con otras opciones.

Comencemos con las certezas. En las elecciones del próximo 14-F hasta 9 partidos tienen opciones de sentarse en el Parlament de Catalunya, aunque en el caso del PDECat todas las encuestas indican la escasa probabilidad de que lo consiga. Entre los otros 8 partidos restantes, solo 3 (ERC, JxCat y PSC) pueden ser el partido más votado, lo que no implica que el ganador pueda conformar y encabezar automáticamente el nuevo gobierno.

Dos factores pueden ser claves a la hora de definir el resultado de la disputa electoral. En primer lugar, el alto número de votantes indecisos, que hoy alcanza hasta un tercio del cuerpo electoral dispuesto a ejercer su voto. Y, en segundo lugar, la evolución de los contagios por covid-19, el ritmo de vacunación y la capacidad hospitalaria de atención sanitaria, ahora mismo muy próxima al colapso. Ambos factores tendrán una notable incidencia sobre el porcentaje que alcanzará la abstención y sobre la inclinación final del voto indeciso. Impacto muy difícil de calibrar, ya que no todos los sectores sociales dan la misma importancia a su participación en las elecciones autonómicas ni perciben de igual forma o con la misma intensidad los riesgos de ser contagiados por ir a votar y la incidencia que tendría ese contagio sobre su salud, la de su familia y el futuro de sus empleos o las posibilidades de encontrar trabajo. Lo que añade más incertidumbre a la ya muy alta incertidumbre ocasionada por las crisis desatadas por la pandemia y por las dificultades de gestión evidenciadas durante el último año.

En esta situación y con una incertidumbre radical que no permite hacer ninguna estimación sobre las probabilidades de las diferentes alianzas posibles, la atención del electorado se centra en conocer los pactos de gobierno que propone cada partido y los vetos con los que tratan de imposibilitar los acuerdos de gobierno que defienden los demás partidos. En un segundo plano difuso permanecen las propuestas con las que se pretenden encarar los graves problemas sanitarios, económicos y sociales que es urgente resolver y que determinan temas tan importantes como la salud, los empleos, las condiciones de vida o las expectativas de futuro de la ciudadanía catalana.

¿Qué sucederá si el resultado electoral no cambia nada sustancial y nos encontramos tras el 14-F con un escenario parecido al de los últimos años? Es decir, si el resultado de las urnas fuera un nuevo gobierno independentista con unas prioridades y equilibrios internos que no le inclinan a dedicar sus principales esfuerzos a gestionar y solucionar los graves problemas que impiden el desarrollo de Catalunya y el bienestar de la ciudadanía catalana ni le permiten negociar con la oposición una salida democrática al callejón sin salida al que ha conducido la estrategia de imponer unilateralmente la independencia. ¿Qué sucederá si el efecto Illa acaba diluyéndose? Y en lugar de llevar al PSC a formar parte del nuevo gobierno de la Generalitat solo le permite convertirse en el partido más votado de la oposición a costa de Cs.

Superar la polarización política y social existente en Catalunya es una tarea política a largo plazo y de enorme dificultad que sobrepasa con mucho lo que cabe esperar de una cita electoral

El escenario de formación de un nuevo gobierno independentista es, en realidad, el que tiene más posibilidades de concretarse. Lo que reforzaría la idea de que superar la polarización política y social existente en Catalunya es una tarea política a largo plazo y de enorme dificultad que sobrepasa con mucho lo que cabe esperar de una cita electoral, porque se asienta en años de agravios reales e inventados, ensueños ideológicos y estratégicos por parte de todos los actores del conflicto, ausencia de diálogo e inacción política.

Aunque solo fuera por el hecho de ser el resultado democrático avalado por la mayoría electoral destilada por las urnas, me parecería un error considerar la constitución de un nuevo gobierno independentista como una catástrofe o un factor que consolidaría el enquistamiento del problema catalán, por tres razones que expongo muy brevemente: primera, porque lo más importante es que los partidos vuelvan a situarse en el terreno de la responsabilidad y la negociación política que nunca deberían haber abandonado; segunda, porque lo decisivo políticamente es que los partidos más proclives a la negociación, estén en la oposición o en el gobierno, inicien una búsqueda realista y transparente de puntos de encuentro entre la ciudadanía que posibiliten una salida democrática en la que pueda reconocerse y encontrarse una nueva mayoría social, significativamente más amplia que la que apoya hoy a cualquiera de las alternativas que se ofrecen; y tercera, porque es esencial la tarea de reforzar y renovar los fundamentos del sistema democrático, para lo que hay que comenzar por respetar los resultados electorales y comprender que tan importante como el voto es la acción política que se desarrolla antes y después de las elecciones, la rendición pública de cuentas por parte de los partidos y las instituciones políticas, el control permanente de la ciudadanía sobre sus representantes y la existencia de un entramado legal, reglamentario e institucional democrático, sólido y suficientemente equilibrado en la división de poderes que ejerza efectivamente su misión de defensa de los derechos y libertades de toda la ciudadanía y muy especialmente de las minorías, frente a cualquier tipo de abuso o limitación. 

Que las dinámicas de bloqueo político y confrontación acaben pesando más que las favorables a la negociación y a un cambio progresista y social en Catalunya no dependen exclusivamente del resultado de las urnas ni de la conformación del próximo gobierno de la Generalitat.

Los partidos catalanes, tanto los de ámbito estatal como los que limitan su campo de actuación preferente a Catalunya, no han hecho sus tareas en el último año y no pueden pretender que sea la ciudadanía catalana la que resuelva con su voto, en un solo acto electoral, problemas de gran envergadura que no tienen solución, al menos en los sistemas democráticos, desde la imposición de voluntades, intereses, identidades o deseos.

No se trata de echarle imaginación, se trata de echarle responsabilidad y de hacer el trabajo de búsqueda de soluciones compartidas y de negociación que no se ha hecho hasta ahora. Y esa tarea va a ser necesario llevarla a cabo, si se quiere resolver el conflicto y no utilizarlo para obtener ventajas partidistas, sea cual sea la composición del nuevo Parlament y del Govern de la Generalitat de Catalunya que finalmente se constituya. Los partidos progresistas más proclives al diálogo y la negociación (ERC, PSC y CeC-P) tienen la mayor responsabilidad para encontrar una salida democrática al conflicto, se encuentren en el gobierno o en la oposición. Desde una sola de las orillas y sin un trabajo a largo plazo de esclarecimiento de los temas en juego y las alternativas viables será imposible construir una solución que, para serlo, debe ser negociada y contar con los más amplios apoyos políticos y sociales.

¿Y si las elecciones catalanas del 14-F no cambian nada sustancial?