jueves. 25.04.2024

En Shangai la contaminación se ha reducido un 40%. La causa: la reducción de la actividad económica. La producción industrial china se ha contraído un 2%. Los fabricantes de medicamentos genéricos en India bloquean a su vez la producción. General Electric parece que reducirá sus resultados en más de 200 millones de dólares.

Las estimaciones de la IATA, patronal de las aerolíneas, concretan pérdidas de casi 115 mil millones de dólares, sumando la quiebra de la empresa Flybe, británica. Importantes productores textiles, como Inditex, reducen en cinco puntos sus ventas este trimestre, en relación al anterior.

La industria del automóvil, gran motor, está a su vez con problemas por faltas de suministros. China es el epicentro; su aportación al PIB planetario lo justifica: representa el 16%, en una escalada exponencial que arranca de comienzos del XXI, cuando ese porcentaje era del 4%. Presencia económica general, multiplicada por cuatro. Consecuencias letales para el resto de la economía mundial, cuando el gigante asiático pasa por problemas.

Algunos hablan ya de des-globalizar. Difícil reto. La traslación de todo esto a los mercados productivos y financieros ha sido inmediata. Las Bolsas se han desplomado a niveles que recuerdan el estallido de la Gran Recesión, con caídas que van del 8% (en empresas de comunicación) a casi el 20% (en entidades bancarias), según datos del Eurostoxx600. Se habla de pérdidas billonarias (con “b”) si el escenario que se dibuja es severo: la permanencia del virus, sin respuesta sanitaria efectiva.

El miedo se ha instalado, una vez más, en la economía. Lo explicó con acierto John Maynard Keynes en la Teoría General: aparecen los animals spirits, componentes psicológicos impredecibles muchas veces, que lastran el crecimiento al ralentizar decisiones de inversión y consumo.

Aunque las estructuras productivas estuvieran funcionando correctamente –o con el dinamismo que se les supone–, la aparición de un “cisne negro” como este lo trastoca todo. El capital es cobarde. Está instalado en la cautela. La crisis que se va dibujando es de oferta: stocks que se pueden ir acumulando, que no se colocan en los mercados, no por falta previsible de demanda –lo que sí sucedió en la crisis de los años 1930–, sino por la prevención a abrir los contactos comerciales, a estimularlos. Miedo al contagio vírico.

Las empresas van buscando alternativas: teletrabajo, buscar provisiones de componentes manufactureros e industriales por la vía aérea, nuevas deslocalizaciones. Mientras, los bancos centrales tratan de aportar sosiego: tipos de interés a la baja allí donde se pueda actuar (como en Estados Unidos, para regocijo de Trump), estudiar créditos blandos, relajar las reglas presupuestarias y fiscales otrora inamovibles.

¿Y el turismo? Segura retracción para Semana Santa, a tenor de cómo está evolucionando el proceso; probable recuperación para el verano, habida cuenta que, esperemos, se obtengan respuestas plausibles en los ámbitos sanitarios y se relaje la situación. Mientras, el “cisne negro” siguen chapoteando, bajos los cielos de un Shangai con menos polución. Una buena noticia (menos mal).

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