jueves. 25.04.2024
colón
 

El colega e ilustre profesor de Sociología Ignacio Sánchez-Cuenca ha escrito un artículo muy sugerente: El orgullo herido del nacionalismo español (y las dificultades del Gobierno de coalición) (CTXT, 13/01/2022). Son ciertos los hechos centrales que describe: la reacción del nacionalismo español, así como las limitaciones del Gobierno de coalición que conllevan un futuro incierto. Más allá de matizar ese diagnóstico, ambos fenómenos reclaman una respuesta para asegurar un proceso de avance progresista, tal como explico en el libro Perspectivas del cambio progresista. A partir de él me permito algunas reflexiones.

Existe un reforzamiento reaccionario en las bases sociales de las derechas y cierto bloqueo transformador del Gobierno y sus aliados, aspectos bien reflejados en la reciente encuesta de la consultora 40db (El País 9 y 10 de enero), junto con cierta moderación reformadora y desactivación cívica de las bases sociales de izquierdas. No obstante, considerando también datos del CIS, respecto de 2015, no hay un aumento significativo del electorado de las derechas o desplazamiento centrista del de las izquierdas aunque sí cierta desmovilización, tal como analizo en el artículo “La izquierda social existe”.

Lo que se ha producido es el paso del bipartidismo al bibloquismo con una recomposición de ambas representaciones políticas y específicamente con dos procesos paralelos y distintos. Por una parte, el desarrollo de una fuerza transformadora, al calor del lustro anterior de protesta social cívica (2010/2014), con Unidas Podemos y sus confluencias (En Comú Podem y Galicia en Común, una de cuyas líderes es precisamente la vicepresidenta Yolanda Díaz), diferenciada de un Partido Socialista centrista, luego renovado. Por otra parte, la división de las derechas antes monopolizadas por el Partido Popular, primero con Ciudadanos (con un débil perfil regenerador pero neoliberal y españolista) cuyo electorado se va desplazando hacia el PP y después con el ultraderechista VOX que recoge electorado del PP, el cual pugna por su prevalencia.

En las bases sociales de las derechas estatales sí existe su derechización y su movilización con su dinámica trumpista

Por tanto, en las bases sociales de las derechas estatales sí existe su derechización y su movilización con su dinámica trumpista. Los fundamentos de su estrategia están claros: su nacionalismo españolista y su refuerzo autoritario y manipulador contra los tres ejes del cambio de progreso: una reforma socioeconómica y laboral progresiva; la regulación de la plurinacionalidad y la democratización del Estado, y un poder institucional representado por el actual Gobierno de coalición progresista, con la presencia de Unidas Podemos que representa una garantía para la firmeza y la continuidad de esos cambios, junto con sus apoyos de los nacionalismos periféricos.

Por otro lado, en el periodo de protesta social progresiva (2010/2014) se generó un clima social y cultural por un cambio de progreso con unos resultados electorales mayoritarios para las formaciones progresistas en 2015. La cuestión es que la dirección del Partido Socialista no estaba por la labor de acordar un gobierno progresista de coalición y optó por la estrategia continuista y centrista de pactar con Ciudadanos y marginar a UP (y a los nacionalismos periféricos), precisamente para contener esa marea cívica y cerrar esa oportunidad de cambio de progreso y garantizar el continuismo político económico y, en particular, el modelo centralizado de Estado y un nuevo bipartidismo. Un Ejecutivo con Rivera de vicepresidente tampoco servía para frenar el conflicto catalán sino todo lo contrario y un apoyo de Podemos e Izquierda Unida a ese Gobierno centrista constituía su crisis y disgregación y un cierre del cambio de progreso con una solución federalizante y justa socialmente.

Eso sí, mantener esa opción progresista frente al nacionalismo españolista, el continuismo socioeconómico y el aval socialista (susanista, con la defenestración de Pedro Sánchez de su secretaría general) al Gobierno de Rajoy supuso la mayor campaña de acoso y aislamiento de las fuerzas del cambio para impedir esa demanda cívica de cambio institucional y cuya persistencia mantuvo dignamente esa oportunidad alternativa que fraguó tras el mayor descrédito del PP y la renovación sanchista.

La responsabilidad de la falta de acuerdo progresista en 2016 no es paritaria entre PSOE y Unidas Podemos, aunque hubo errores del segundo, particularmente por su incapacidad para mantener un conglomerado unitario. El motivo del fracaso fue la apuesta del aparato socialista y de todo el poder establecido por conformar un amplio consenso continuista con las derechas para neutralizar esa tendencia social y cultural de fondo que reclamaba ese cambio de progreso, y, en particular, deslegitimar y debilitar su representación política e impedir la colaboración progresista.

Por tanto, había una tendencia social y política de fondo mayoritaria que no se plasmó en el plano del cambio político-institucional. Es la causa principal del enquistamiento entre otras cosas de la problemática de Cataluña, así como de la involución democrática, las reformas socioeconómicas regresivas y la ofensiva mediática reaccionaria, generando perplejidad y cierta frustración social que lleva al desconcierto y pasividad de sectores significativos de las izquierdas.

Un clima político y cultural de progreso

Como avanzaba, ante la deslegitimación del Gobierno de Rajoy y el fracaso de esa vía centrista, la situación se empezó a desatascar con la renovación sanchista del NO a la derecha y la persistencia de UP (a pesar de su declive y el acoso mediático y político), a través de la moción socialista de censura y, tras la clara primacía socialista respecto de UP, el nuevo gobierno de coalición progresista, que cuatro años atrás el PSOE no quiso implementar.

Pero ese cambio institucional y el programa gubernamental de reformas socioeconómicas, democratizadoras y territoriales necesitaba y necesita un apoyo social y parlamentario suficiente y eso para el PSOE solo es posible con los aliados de Unidas Podemos y los nacionalismos periféricos, aunque con su clara prevalencia, ahora resuelta.

Así, se dibujaba una dinámica y un proyecto de país, también en el plano cultural y simbólico que desbordaba los ejes fundamentales de las derechas, cada vez más reaccionarias. O sea, junto con sus apoyos fácticos, la derecha política tiene motivos para temer por la reducción de sus privilegios históricos de poder e influencia y es capaz de movilizar sus apoyos electorales con una dinámica autoritaria y de deslegitimación de la mayoría democrática.

Pero ese reforzamiento del clima derechista en una parte de la población y de ciertos poderes fácticos para deslegitimar y bloquear los planes del Gobierno no necesariamente impide su proceso reformador en los dos campos fundamentales: justicia social, incluido reforma laboral y fiscal y modernización económica, y democratización, sobre todo la nueva regulación del conflicto catalán y territorial. Ambos sí están condicionadas por esa presión derechista pero se puede superar el bloqueo (algunos cambios parecen irresolubles de momento como el del poder judicial).

Sin embargo, el problema es que su dificultoso impacto es recogido por una parte del PSOE, con una mayor moderación y freno respecto de los acuerdos de legislatura y el objetivo de marginar a UP y el soberanismo catalán y vasco. Esa inclinación centralizadora y centrista es lo que produce cierta desmovilización de las bases sociales progresivas (la experiencia fracasada de Gabilondo el 4-M es ilustrativa).

Pero junto con esas dificultades externas derivadas de la polarización reaccionaria de las derechas y otras constricciones estructurales, el problema principal para las izquierdas es el de la activación de sus propias bases sociales con un plan reformador unitario y realista pero firme y sustantivo. Ello permitirá generar otras expectativas políticas y culturales para fortalecer el cambio de progreso.

Esa necesidad de firmeza, unidad y pedagogía del Gobierno es lo que se deduce de la reciente encuesta de 40dB, para afrontar la amplia queja entre el electorado de izquierdas que, aunque mantiene un fuerte apoyo a sus políticas sociales, consideran que pudieron haber sido más decididas (es decir, hay una crítica por la izquierda); esa determinación también permitiría frenar la tendencia de una parte cívica que se declara abstencionista o con poco entusiasmo hacia el Gobierno.

Al mismo tiempo, la decisión menos apoyada ha sido la de los indultos catalanes, con el 50% de la población en contra, el 45% del electorado del PSOE y el 22% del de UP, siendo abrumadoramente mayoritaria la oposición entre las derechas estatales -entre el 80% y el 87%-. Es el asunto más delicado. Por ello se necesita un nuevo impulso transformador y comunicativo en los dos ámbitos: socioeconómico y laboral (incluidos los servicios públicos, la transición verde y la igualdad de género), y democratizador/territorial (en particular el contencioso catalán).

Por tanto se trata de superar las tentaciones centristas o paralizantes del propio Partido Socialista, con muchas presiones fácticas, contando con las desventajas (pandemia) y ventajas (políticas expansivas europeas). Así, en el plano de la reforma social es, precisamente, Yolanda Díaz y UP, quienes aparecen como los más firmes y consecuentes y les permite remontar su declive representativo, cosa que no le pasa a Pedro Sánchez y el PSOE. En el plano democratizador y territorial, en particular el conflicto en Cataluña, es sustancial avanzar aunque sea poco y lento, pero con una voluntad clara y persistente. Se trata de consolidar el bloque de la investidura y activar otro modelo de España plural.

Ya se sabe que la confrontación con las derechas cerriles es inevitable a corto plazo, pero una estrategia firme de progreso debe afrontarla con fortaleza, inteligencia y pedagogía. Es el plan democrático y justo para esta segunda parte de la legislatura, con la esperanza de ganar las elecciones generales y en la siguiente continuar una nueva fase transformadora progresista con la expectativa de mayor democracia y justicia social. Es la dinámica para vertebrar en estos dos años, con firmeza y unidad, las tres patas que pueden garantizar la gobernabilidad de progreso y derrotar conjuntamente a las derechas: Partido Socialista, Unidas Podemos y nacionalismo periférico.

Supone activar las bases electorales de las fuerzas progresistas y de izquierda, superar las actitudes timoratas y vacilantes y generar nuevas expectativas con una renovación del proyecto de país (de países). Es un empeño titánico, tal como dice Sánchez-Cuenca. Pero hay que intentarlo. La opción de un repliegue centrista y la división del campo progresista conducirá al fracaso del cambio de progreso, quizá para una etapa prolongada.


Antonio Antón | Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid | Autor del libro “Perspectivas del cambio progresista
 

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