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Nos sentimos satisfechos cuando nos asaltan noticias que sitúan a nuestro país entre los únicos países que pueden ser catalogados como democracias plenas en todo el planeta. Nuestras elecciones son libres, nuestros derechos civiles son razonablemente respetados, el pluralismo político es una realidad.
Esas son las cosas que contribuyen a que formemos parte, casi siempre, de ese selecto grupo de unos 25 países que pueden recibir esa calificación de democracias plenas. Países como Argentina, sin embargo, parecen tener una democracia defectuosa, Turquía tendría una democracia híbrida, mientras que países como Arabia Saudita, o China son calificados como democracias híbridas y Afganistán o Corea del Norte serían dictaduras.
Son clasificaciones aleatorias en las que entras o sales de manera arbitraria, pero nos sentimos satisfechos cuando comprobamos que formamos parte del grupo selecto de los más democráticos. Sin embargo nos engañamos, porque dicha creencia nos conduce a una autosatisfacción, una autocomplacencia y un regocijo, poco justificables, a poco que recapacitemos un poco.
Los resultados de los grupos de ultraderecha son cada vez mejores y lo peor es que la derecha de nuestro país se muestra proclive y convencida de la necesidad de gobernar con esos grupos, asumir sus tesis, sus postulados y propuestas, en aras de alcanzar el poder.
Esto no ocurre en otros países de Europa, como Alemania. Las recientes elecciones de Turingia y Sajonia así lo demuestran. Eso no evita el ascenso de la ultraderecha antidemocrática, pero sí consigue, por el momento frenar su acceso a los gobiernos.
En España estamos asistiendo a un proceso de normalización del racismo, el machismo o la aporofobia
Algo que no ocurre en un buen número de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos españoles, donde la derecha y la ultraderecha mantienen acuerdos de gobierno. En España, con la derecha tradicional al frente de la operación, estamos asistiendo a un proceso de normalización del racismo, el machismo, o la aporofobia, el odio y desprecio a los pobres.
Un informe sociológico muy reciente viene a constatar estas contradicciones de nuestra sociedad. El apoyo a la democracia es muy mayoritario. De hecho pervive la confianza en la democracia, a la que consideran preferible al autoritarismo.
Sin embargo estas convicciones democráticas no evitan que casi la mitad de los españoles no se siente representada por ningún partido político. La crisis de representación comienza a convertirse en un fenómeno que forma parte del paisaje habitual. Muy pocos confían en la política y en los políticos.
Soy de los que considera que la política es una de las tareas más importantes y dignas a las que podemos dedicar nuestro tiempo y dedicación los seres humanos. Sin embargo esta convicción se encuentra cada vez menos extendida y generalizada.
Ahora resulta que más de uno de cada cuatro hombres jóvenes considera que en determinadas circunstancias, la dictadura, el autoritarismo, se encuentran justificados. Un porcentaje muy superior, por cierto, al de las mujeres jóvenes.
Los problemas económicos, sociales y políticos, pueden debilitar las convicciones democráticas
He escuchado a algún joven en la radio justificar el modelo chino, porque da buenos resultados económicos y puede superar a la economía estadounidense cualquier día de estos. Ahora resulta que una gran mayoría de la ciudadanía percibe un deterioro de la democracia y que un tercio considera que si hubiera más representación de personas inmigrantes en la política las cosas irían peor.
Más nos valdría, en esta encrucijada, que cualquier fuerza democrática, de derechas, o de izquierdas, buscase espacios para la defensa conjunta de la democracia, no diré que plena, diré que muchas veces imperfecta, pero siempre necesaria y mejor que cualquier autoritarismo, que cualquier dictadura. Quienes hemos vivido una dictadura bien lo sabemos.
La democracia no es inevitable, no es una conquista para siempre. Los problemas económicos, sociales, políticos, pueden debilitar las convicciones democráticas y este es un lujo que no podemos permitirnos. Ni en la política partidista, ni en las instituciones, ni en los centros educativos, los barrios, o los centros de trabajo.
Citando a Sábato, es hora de abrazarse a la vida y salir a defenderla.