jueves. 25.04.2024
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Los debates sobre la desigualdad

La cuestión de la desigualdad está siendo objeto de un intenso debate en los últimos tiempos; sus orígenes, sus consecuencias, la propia naturaleza de lo que consideramos desigualdad… No es un debate nuevo. Durante mucho tiempo se ha venido hablando de desigualdades de todo tipo: económicas, sociales, culturales o relacionadas con la identidad. Sin embargo, es un debate muy actual, porque nuestras sociedades son crecientemente desiguales, especialmente desde el éxito de la revolución neoliberal en los años 80 y 90 del siglo pasado.

En cada uno de los tres artículos que componen esta serie (hoy publicamos el primero), he tratado de acercarme a la cuestión de la desigualdad desde tres perspectivas completamente distintas, aunque complementarias: por un lado, planteando la desigualdad como un debate moral: ¿es aceptable el grado de desigualdad que, de hecho, estamos tolerando?; el segundo artículo trata de alejarse de las consideraciones morales: ¿hasta qué punto es útil la desigualdad con respecto a los fines que nuestra sociedad persigue?; por último, me parece oportuno ofrecer una visión más empírica, analizando la desigualdad en la Comunidad de Madrid, cuyo éxito económico en los últimos años ha servido de modelo para otras regiones de España.


(I) Igualdad y desigualdad: implicaciones morales

Una sociedad es algo más que una mera agregación de individuos. Tampoco es simplemente un acuerdo de convivencia al que cualquier individuo pueda vincularse o del que alguien pueda desvincularse de forma voluntaria. Una sociedad es, esencialmente, una comunidad política que comparte un sustrato cultural, una historia común y unos fines. Puede tener o no una base territorial y puede ser más o menos abierta o cerrada, pero estas no son las cuestiones que nos ocupen en este momento. Sin embargo, para que sea una comunidad política debe tener una característica esencial: debe permitir que en su seno puedan convivir concepciones distintas de la propia sociedad, incluso concepciones opuestas a ella, mediante reglas y límites aceptados por todos. Eso es lo que llamamos una constitución. Al hablar de constitución, en el sentido que aquí le damos al término, no nos referimos únicamente al texto escrito que regula los principios de la convivencia, sino a los principios mismos que inspiran el texto. Es decir, al conjunto de valores morales que dan sentido al acuerdo fundacional de la comunidad política, o sea, a la sociedad.

La discusión sobre valores morales en una sociedad remite siempre al debate sobre la justicia, es decir, sobre aquello consideramos que es justo y que, por tanto, es legítimo y sobre lo que consideramos que no lo es y, por tanto, debe ser evitado o prohibido.

En la sociedad actual hay, al menos, cuatro formas de entender lo que es justo: la primera de ellas es la que considera justo todo lo que ha sido contemplado como tal durante mucho tiempo. Desde esta perspectiva, es justo aquello que siempre ha sido justo, y no lo es todo lo que pretenda subvertir el orden. Esta perspectiva suele estar sustentada por criterios de autoridad (religiosa o no). Es la visión que llamamos conservadora y, aunque es menos explícita que las otras tres, tiene mucho peso en la actualidad. Por ejemplo, cuando se habla de cambiar la constitución en España o de eliminar la institución monárquica, nadie, o casi nadie, suele recurrir a argumentos racionales sino, sobre todo, a criterios de autoridad.

La diferencia fundamental entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo es que, para el primero, debe existir una garantía con respecto a los llamados derechos primarios, es decir, a los derechos civiles y políticos

La segunda perspectiva es la que llamamos liberal, que ha ido evolucionando hacia la exaltación de algunos de sus valores clásicos, tales como el individualismo, el derecho a la propiedad o el egoísmo antropológico. Entonces la llamamos neoliberalismo. Esta es la corriente dominante y, en relación con la cuestión de la desigualdad, sostiene básicamente que esta es intrínseca a la condición humana. Muchos liberales sostienen, además, que la desigualdad beneficia a todos. Piensan que la mejor retribución de las mejores capacidades constituye un incentivo que, en última instancia, beneficia al conjunto de la sociedad. Para ello, sitúan en el centro de la sociabilidad una institución que ha adquirido un enorme protagonismo: el mercado.

La diferencia fundamental entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo es que, para el primero, debe existir una garantía con respecto a los llamados derechos primarios, es decir, a los derechos civiles y políticos. Los liberales clásicos consideran que estos principios deben estar situados entre los valores constitutivos de la comunidad política. En cambio, para el neoliberalismo, estos derechos son solo una cuestión formal, mientras que lo importante es garantizar la seguridad entendida como la obligación por parte del Estado de proteger el derecho al lucro personal por encima de cualquier otro.

Estas dos perspectivas, el conservadurismo y el liberalismo (en sus dos versiones), encuentran frecuentemente la forma de aliarse. Lo hacen principalmente para oponerse a cualquier tendencia o concepción social basada en una mayor igualdad.

Una tercera perspectiva es la que identificamos con la socialdemocracia. Su concepción de lo que es justo difiere radicalmente de las anteriores. Entiende la sociedad como un tipo de comunidad en la que, además de los derechos civiles y políticos, es fundamental garantizar los derechos sociales y económicos. Desde esta perspectiva, el valor de la libertad, por ejemplo, no se entiende en un sentido negativo, sino positivo, o sea, como la capacidad de cualquier individuo de ser dueño de su voluntad, así como de controlar y determinar sus propias acciones y su destino. Esta concepción incluye la autorrealización y remite, en última instancia, a unas condiciones sociales y materiales mínimas de existencia digna, sin las cuales no existe la posibilidad de participar en la sociedad. La socialdemocracia considera que el Estado debe garantizar dichas condiciones.

Una cuarta perspectiva podría ser la que llamaríamos concepción igualitarista que, en realidad, se nutre de muchas corrientes anteriores. Comparte algunos principios con la socialdemocracia, pero va mucho más allá. Además de considerar fundamental la garantía de los derechos civiles y políticos, y también la de los derechos sociales y económicos, considera que la sociedad debe garantizar un tipo de derechos que podemos llamar de tercera generación, o derechos colectivos, tales como el derecho a vivir en paz, el derecho a un ecosistema saludable, el derecho de autodeterminación de quienes se consideren a sí mismos como una nación, o el derecho a la defensa de la propia cultura y de la propia lengua.

Esta perspectiva pone el derecho a la igualdad por encima del mercado y también por encima del derecho a la propiedad, especialmente a la propiedad de los medios de producción y también a la acumulación desmedida de riqueza. Además, renuncia expresamente a alcanzar mejores objetivos si los beneficios de dichos logros no se distribuyen de forma equitativa. En esta forma de concebir la comunidad política, como hemos dicho, habita más de una corriente. En este momento, parecen distinguirse dos visiones: la de aquellos que conciben la igualdad (y otras aspiraciones) como un derecho universal y enfocan su proyecto político hacia un modelo de carácter más cosmopolita y la de quienes, por el contrario, creen que estamos en un proceso de desglobalización y que deben ser los Estados nacionales quienes se encarguen de garantizar estos derechos. Pero, una vez más, este asunto queda fuera de nuestro interés en este momento.

A la pregunta de ¿es aceptable el grado de desigualdad que, de hecho, estamos tolerando?, los conservadores y los liberales (actualmente neoliberales) contestarían que sí. Y lo harían hasta cierto punto legítimamente, siempre que fuese con cierta honestidad intelectual, es decir, desde una posición explícita.

Hay autores que, desde una perspectiva liberal clásica, han tratado el tema de la justicia y la equidad con todo rigor, apelando a la igualdad de oportunidades y al principio de la diferencia. Me refiero expresamente a la concepción de la justicia como equidad de John Rawls. 

La obra de Rawls es compleja y muy meticulosa en su desarrollo. Alumbra conceptos clave como el consenso entrecruzado o el velo de la ignorancia, que resultan esenciales para el estudio de la justicia. Es el filósofo contemporáneo que más extensa y profundamente ha trabajado el concepto de justicia desde la perspectiva de la filosofía política.

En relación con el asunto que nos ocupa, este autor propone dos principios fundamentales: en primer lugar, defiende que cada persona debe tener derecho a unas mínimas libertades básicas. En segundo lugar, que las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que los cargos y puestos deben de estar abiertos para todas las personas bajo condiciones de igualdad de oportunidades (principio de igualdad de oportunidades); y también que redunden en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (principio de la diferencia).

Rawls explica, además, que estos dos principios deberían ser escogidos por las partes representantes en la posición original (un experimento mental en el que las partes escogerán los principios de justicia de la estructura básica de la sociedad detrás de un velo de la ignorancia) ocultando a sus representantes toda información sobre las características particulares (como sus condiciones sociales, su salud y sus capacidades naturales) de las partes a quienes ellos representan.

La cuestión con respecto a este modelo teórico es si la sociedad liberal o, mejor dicho, en el actual sistema social neoliberal se dan (o, en todo caso si es posible que se den) las condiciones básicas que exige Rawls para que su modelo sea viable. ¿Es posible un esquema extenso de libertades para todos los ciudadanos solo limitado por las libertades básicas de los demás?; ¿cabe pensar en nuestra sociedad que los cargos y puestos de responsabilidad en todos los órdenes estén realmente abiertos en condiciones de igualdad de oportunidades?; y, por último, ¿cabe pensar que las desigualdades económicas o de cualquier otro tipo redunden en beneficio de quienes más lo necesitan? Honestamente, creo que la respuesta a las tres preguntas es la misma: no.

Carlo Bordoni, en Estado de crisis, un libro escrito en 2016 en conversación con Zygmunt Bauman, dice: La modernidad se desdijo de sus promesas. La posmodernidad las infravaloró, las desdeñó incluso, y llenó el vacío con oropeles, imágenes, colores y sonidos; reemplazó la sustancia con apariencia y los valores con la participación.

Son tiempos posmodernos y extraños. Tiempos que nos hacen reflexionar. En este contexto es muy importante no perder de vista los principios, ahora más que nunca. Hay que optar, siempre hay que optar, tomar partido. Y en este, como en cualquier debate que afecte a los valores, conviene situarse honestamente en una posición declarada. Algunos autores neoliberales defienden un sistema que es esencialmente generador de desigualdad argumentando que no lo es. En el segundo y tercer artículo sobre desigualdad trataré de demostrar que, efectivamente, la sociedad en la que vivimos es generadora de desigualdad. Creo que es justo defender lo que uno considera mejor, pero no encuentro ninguna justificación en tratar de camuflar u ocultar la desigualdad buscando subterfugios o artificios contables.

Particularmente pienso que la defensa de la igualdad es moralmente mejor que la defensa de la desigualdad, pero este es un debate complejo puesto que, en el fondo, de lo que hablamos es de lo que entendemos por justicia. En los debates filosóficos sobre la justicia hay siempre un sesgo ideológico e, insisto en esto, es muy importante declarar la posición ideológica de cada uno antes de lanzarse a tomar postura.

Bibliografía de referencia y fuentes:

  • Rawls, J. (2012), La justicia como equidad, Barcelona, en Ed. Paidós.
  • Fundación FOESSA (2019), VIII Informe sobre exclusión y desarrollo social en España, obtenido de https://www.foessa.es/viii-informe/ el 10/04/2020.
  • Piketty, T. (2014), El capital en el siglo XXI, Madrid, en Ed. Fondo de cultura económica.
  • Sánchez-Cuenca, I. (2018), La superioridad moral de la izquierda, Madrid, en Ed. Lengua de Trapo.
  • Camps, V. (2013), Breve historia de la ética, Barcelona, en Ed. RBA.
  • Bauman, Z. y Bordoni, C. (2016), Estado de crisis, Barcelona, en Ed. Paidós.

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