jueves. 28.03.2024

¿Resulta comprensible que haya distintos criterios en el proceso de vacunación dentro del propio ámbito europeo? En Alemania han utilizado AstrazEneca para los mayores de setenta, mientras que otros países lo restringen a la sesentena, tras haberla utilizado en la cincuentena. Francia ha decidido administrar Pfizer a los menores de cincuenta y cinco que habían recibido AstrazEneca, sin preguntar a los destinatarios, mientras que España finalmente deja elegir, pero transfiere la responsabilidad al destinatario mediante un consentimiento informado que no se pide para otros casos.

Aquellos ciudadanos españoles que recibieron una primera dosis de AstrazEneca y tienen menos de sesenta pueden ahora elegir si completar la pauta estipulada inicialmente o inclinarse por Pfizer, como se les aconseja, sin advertir por cierto si hará falta en ese caso una nueva dosis de Pfizer, puesto que anuncia una tercera para quienes comenzaron con ella. De haberse mostrado más eficaz combinar ambas modalidades de vacuna, ¿no debería generalizarse su convergencia en todas las edades, incluyendo cualesquiera de las otras marcas disponibles?

El proceso de vacunación promete acompañarnos durante bastante tiempo y convendría ir afinando los protocolos

¿Hay algún problema de logística o aprovisionamiento que pueda hacer explicar esta nueva directriz tan desconcertante? Ya resultó polémica y alarmista la decisión de no continuar utilizando esta vacuna, que los británicos han administrado a partir de la treintenta, reservándola en España para los mayores de sesenta y menores de setenta. Un grupo de más riesgo, se dijo, sin aclarar por qué no se usaba para los mayores de setenta y menores de ochenta, los cuales, como señaló Fernando Savater, quedaban relegados al último lugar.

Resulta cuestionable que se pida un consentimiento informado para recibir una segunda dosis de AstrazEneca, cuando no hubo que hacer nada parecido en la primera. ni tampoco deben hacerlo quienes tienen más de sesenta u optan ahora por Pfizer, como tampoco se les exige a quienes reciben Moderna o Jansen. ¿Acaso se han diseñado las vacunas para calibrar nuestras partidas de nacimiento? ¿Afectan de modo diferente a quienes tienen cincuenta y nueve o tan sólo unos meses más? ¿También saben de nacionalidades y distinguen si eres alemán, francés o español para plegarse a las directrices cronológicas de cada país?

Por otra parte, Francia supo tener en cuenta por ejemplo ciertas patologías anejas, como la cardiopatía hipertensa o las apneas del sueño, para priorizar sus listas de vacunación. Pero España no hizo nada similar. ¿No hubiera sido deseable tener presentes los historiales clínicos además de la edad? Esa información está disponible, pero exige reforzar los recursos humanos y técnicos, como tantas otras cosas.

Tampoco se pide un test negativo para vacunarse, lo cual hace imposible responder cabalmente a la pregunta de si, al ir a vacunarse, uno ha padecido la Covid-19 o está contagiado, toda vez que siempre cabe ser un caso asintomático. ¿Sería tan difícil satisfacer este sencillo protocolo, exigido para tantas otras cosas, dado que se considera un dato relevante para el proceso de vacunación?

Los problemas complejos no admiten soluciones que sean simples. En lugar de alarmar innecesariamente a la población con unos titubeos que delatan una desconfianza subrepticia, deberían estudiarse con detenimiento los factores que puedan concurrir en las trágicas reacciones fatales. Bajo número de plaquetas, toma de anticonceptivos o cualesquiera otras circunstancias coincidentes que puedan procesarse junto al poco ilustrativo dato de la edad, que por sí sólo no resulta demasiado revelador ni orientativo, porque cada organismo es un mundo aparte.


Comoquiera que sea, no parece procedente transferir una responsabilidad que debe asumir quien cuenta con el asesoramiento adecuado y en base al mismo debe tomar las decisiones que corresponden dentro del complejo proceso de vacunación. Que distintas agencias e instancias bien acreditadas hagan recomendaciones disparejas únicamente causa de suyo cierta perplejidad. Asumir con esta segunda dosis las consecuencias de lo que pueda ocurrir, tras haberse uno limitado a seguir las directrices iniciales del proceso de vacunación, causa una zozobra innecesaria. Si no se le consultó antes, tampoco debería hacerse ahora, como sucede con los destinatarios de las otras vacunas.
Alegar que antes no se contaba con la información suficiente, pondría en cuestión todo el proceso e indicaría una precipitación que no parece haberse dado. Sin duda, había que contar con un margen de riesgo, porque cada organismo, al margen de su edad, puede tener una idiosincrásica reacción indeseable ante cualquier medicamento y esto no supone ninguna novedad.

Las cautelas que han intentando tener en cuenta los muy raros pero fatales casos de trombo sólo generan un alarmismo absolutamente innecesario. El consentimiento informado para optar por la segunda dosis de AstrazEneca, como estaba previsto inicialmente, supone un capítulo adicional en esta ceremonia de la confusión que debería evitarse. Los criterios médicos deberían ser valorados por igual en países colindantes y desde luego en sus respectivas regiones. La lógica comercial y las turbulencia políticas deberían quedar al margen.

El proceso de vacunación promete acompañarnos durante bastante tiempo y convendría ir afinando los protocolos, además de allegar los recursos necesarios para favorecer el abastecimiento y la logística que precise una sostenible vacunación universal. Sería un error precipitarse para recuperar las inercias de antaño, en lugar de planificar un futuro que demanda intensas reformas estructurales.

Cuitas (¿éticas?) relativas al proceso de vacunación