martes. 19.03.2024
manifestacion Usera madrid Foto Podemos
Manifestación en el barrio de Usera. (Foto Podemos)

Durante más de dos décadas, la oligarquía madrileña soñó con hacer realidad la utopía de Francis Fukuyama: el fin de la historia. Y por un tiempo alcanzó la gloria: lo privatizó todo, o casi todo, reorganizó la sociedad expulsando a los menos productivos, creó un Madrid para ricos y prósperos superejecutivos, construyó distritos y ciudades residenciales para grupos de afortunados, y puso las instituciones a su servicio. Todo lo demás fueron daños colaterales: la desigualdad, la pobreza, la ínfima calidad de los servicios públicos que no hubo más remedio que mantener. El sur y el este.

Ese exclusivo grupo afortunado sonrió al futuro convencido de que nada ni nadie podría arrebatarle jamás los frutos de su éxito. Legitimó sus privilegios en nombre de la libertad y condenó a la mayoría culpándola de desidia, pereza o negligencia en el gobierno de sus propias vidas. Sometió a la cultura en nombre del mercado. Sometió a la ciudadanía en nombre de la eficiencia. Sometió a la salud en nombre de la economía. Lo llamó gobernanza.

Creó dos ciudades: una para los rascacielos y otra para el turismo de lujo. Lo demás no era propiamente ciudad, sino arrabales, barrios extramuros. Hubo distritos que multiplicaron por cuatro la renta de otros.

Construyó o proyectó torres para oficinas y escuelas de negocios: Torre Caleido, Torre Adequa, Torre Chamartín, Oxxeo, Arqbórea, nuevas construcciones para albergar empresas en Las Tablas. Restauró o reconstruyó grandes edificios y amplió otros: antigua fábrica de Clesa, Torres de Colón, remodelación de AZCA, ampliación de IFEMA. Aprobó proyectos faraónicos, como Madrid Nuevo Norte y Paseo de la Dirección. Y se gastó en ello miles de millones de euros. Públicos y privados. No vio la diferencia.

Hizo o promovió inversiones multimillonarias en hoteles de lujo, en museos de lujo, en estadios deportivos de lujo: el hotel más grande y lujoso, en la plaza de Canalejas; aunque también grandes y lujosos hoteles en Gran Vía, Plaza de las Descalzas, Plaza de España, Castellana, Atocha, Plaza Mayor…; construyó el Museo de Colecciones Reales, amplió el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y el Museo Sorolla; impulsó la reforma integral del estadio Santiago Bernabeu. Y en ello también se gastó miles de millones de euros. Públicos y privados. Nunca vio la diferencia.

Llegó una pandemia y construyó un hospital para pandemias. Todo era construir, edificar, especular. Y a esto también destinó varias decenas de millones de euros.

Para tanto proyecto inversor recurrió a sus amigos, a sus socios, qué más da: grandes bancos, constructoras, grupos beneficiarios de la privatización de la sanidad, fondos de inversión, institutos de empresa y escuelas de negocios y finanzas.

Su utopía hecha realidad requirió dos regiones en Madrid, más allá de la capital: una para las grandes multinacionales y otra para las áreas residenciales.

En el eje norte situó a las grandes corporaciones de alto valor añadido y algunas de las mejores universidades. En Alcobendas y San Sebastián de los Reyes ubicó compañías de alta tecnología y de energías limpias. En Tres Cantos pensó en ubicar Madrid Content City, el que será el mayor hub de producción audiovisual en España y uno de los más grandes de Europa. Lo hizo en asociación con Netflix y en colaboración con el Grupo Planeta, que instará allí su propia universidad privada.

El oeste de la región lo destinó a las grandes urbanizaciones de lujo: Boadilla del Monte, Pozuelo de Alarcón, Majadahonda y Las Rozas. Allí la renta media no bajó de los 50.000 euros frente a los escasos 20.000 de algunos otros municipios. En alguno de ellos alcanzó los 70.000, que no era tanto, frente a los más de 90.000 de algunos distritos del centro de la ciudad de Madrid. Allí también situó algunas de las universidades más prestigiosas, como la Universidad Alfonso X El Sabio, la Nebrija, la Camilo José Cela, la Universidad Europea de Madrid, la Francisco de Vitoria, la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), así como la Universidad Complutense, la Politécnica o la Universidad Pontificia de Comillas, estas tres últimas en la ciudad de Madrid, pero muy conectadas con esta área.

Lo demás no era propiamente Madrid, sino arrabales, ciudades extramuros. Allí, lejos de la vida próspera y ordenada, desplazó las industrias más contaminantes, las que proporcionaban salarios más bajos y empleos más precarios. En el Corredor del Henares situó la mayor parte del sector logístico, es decir, las empresas que tienen que encargarse de llevar los paquetes al norte y al oeste de la región. En el eje sur ubicó las grandes plataformas logísticas, como la Plataforma Logística M-40, con la oposición activa de vecinos y asociaciones de Usera y Villaverde, pero también la Plataforma Logística Iberum, con 1,2 millones de metros cuadrados, en Fuenlabrada; la Plataforma Logística del grupo Zalando, en Getafe; así como almacenes de Amazon en San Fernando de Henares, Getafe, Leganés e Illescas, cuya ampliación convertirá a este último en uno de los más grandes de Europa. Carretilleros, almacenistas, conductores de furgonetas cargados de paquetes para el norte y el oeste de Madrid. Falsos autónomos, desprotegidos y mal pagados.

Todo parecía ir de maravilla hasta que el sur se levantó y dijo ¡basta!

Entonces la oligarquía se puso nerviosa y dudó. Pensó que quizá todo era un bello sueño que podía terminar repentinamente. Temió que la multitud reclamase sus derechos. Se espantó ante la idea de que las personas pobres, las inmigrantes, las trabajadoras precarias, las paradas, las estudiantes sin futuro, las jubiladas sin ingresos o con pensiones miserables, todas ellas se mirasen en el espejo de la historia y decidiesen que había llegado el momento de hacer justicia. Sospechó por un momento que la utopía se había esfumado y que quizá, solo quizá, volvería el conflicto social y con él la lucha de clases. Todavía no sabemos cuál de las dos partes de esta historia es un sueño y cuál una pesadilla. El final de este relato está por escribir.

Javier Mayo


Imagen: Podemos Usera

Un día el sur se levantó y dijo ¡basta!