Consumir tiene connotaciones negativas. No lo digo yo, si no el diccionario de la lengua española que, de las varias acepciones que recoge, hay algunas que lo hace equivalente a destruir o extinguir o a desazonar, apurar o afligir. Y, esto, no lo puede evitar ni don Toni Cantó, a no ser que este año, además de organizar festivales, le meta mano al asunto.
Mientras eso ocurre, cuando se habla de consumo se habla de algo que, para que tenga un pase, ha de acompañarse de algún calificativo amable como responsable o sostenible. Si no, es sospechoso de parecer excesivo o irresponsable. Y, desde luego, merecedor de que se le vigile para controlarlo. Aunque el tema es antiguo: meden agan (algo así como nada en exceso) estaba inscrito en el frontón del templo de Apolo en Delfos.
Porque también es verdad que consumir es, según el mismo diccionario, “Utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades o deseos”, actividad que parece positiva y que, sin embargo, da lugar a que existan muchas asociaciones de defensa de los consumidores de bienes y servicios. Eso parece una señal de que se piensa que precisan de esa defensa porque los suministradores de esos bienes y servicios no satisfacen convenientemente esas necesidades.
Además de esas asociaciones, hay un Ministerio de Consumo. Antes, se llamaba de Sanidad, Consumo y Bienestar Social donde esa actividad venía arropada por otras dos de carácter aparentemente más positivo pero, ahora, el titular de Consumo, Alberto Garzón, tiene que lidiar ese toro en solitario, sin otras actividades que echarse a la tarea. Es lo que le tocó en el reparto de competencias del gobierno de coalición de 2020.
En esas circunstancias, dedicarse al Consumo tiene sus peculiaridades, no todas gratificantes. De entrada, hay que aceptar que el ministerio tiene el deseo de velar por el bienestar social, aunque no esté en el título del departamento pero, como el valor a los toreros, hay que reconocérselo. Lo que ocurre es que, como “Quien bien te quiere te hará llorar”, sus designios no siempre son comprendidos. Por ejemplo, cuando dice que no todas las propiedades del jamón son benéficas para el organismo humano o cuando, en más de una ocasión, hace declaraciones que los productores de carne consideran contrarias al consumo de ese alimento.
La última de esas declaraciones ha levantado ampollas en los productores de carne industrial por decir que, esa carne, es de inferior calidad a la de la ganadería extensiva. Un famoso cocinero español ha pasado de anunciar hamburguesas industriales de 6 € a vender, en su restaurante, hamburguesas, de carne de ganadería extensiva, a 19 €. Cualquiera puede entender que existe una diferencia entre ellas no solo de precio si no de calidad y, eso, parece ser que es lo que dijo el ministro.
Pero, tratándose de carne, debería ir sobre ascuas, aunque el propio Garzón sabe de la dificultad que hay para matizar según qué declaraciones, sobre todo si tenemos en cuenta que con las cosas de comer no se debe jugar, ni siquiera si esos juegos son florales y, menos, si hay por medio un problema de traducción al inglés, además de una costumbre inveterada de ajustar textos en los trabajos periodísticos.
Por cosas como esas, el ministro está recibiendo muchas críticas. Bueno, por eso y porque es comunista, cosa que no goza de buen cartel entre mucha gente. Aunque esto no le afecta demasiado a la ministra de Trabajo, de su mismo partido, quien, sin embargo, goza de mejores críticas quizás por su empeño en dialogar. Eso de acercarse al toro para evitar que cogiera impulso para embestir es algo de lo que se acusaba al Cordobés, a quien, sin embargo, no le fue mal. Ni a la ministra tampoco.
Pero Garzón debería consolarse con lo que les pasa a otros colegas. La ministra de Igualdad no recibe menos críticas que él, ni la de Industria y Energía, ni el de Seguridad Social. La de Sanidad tiene un buen marrón y la de Economía está entre la espada de Europa y la pared de sus socios. Hasta el de Universidades se fue cuando se dio cuenta de que una cosa es predicar y, otra, dar trigo que, por cierto, esta es una asignatura que deberían dar en primer curso de la carrera de ministro.
Aunque, lo peor para el ministro y para el gobierno del que forma parte, es que la oposición, que tampoco está para matices, parece que piensa utilizar el caso en las próximas elecciones castellano leonesas tratando de convencer a la gente de que la izquierda quiere hacer veganos a todo el mundo. Por ello, no es de extrañar que Garzón empiece a sentir una cierta soledad entre sus colegas que no quieran compartir los efectos perjudiciales de la campaña ya iniciada. Paciencia y, como dice el refrán, buenos alimentos.