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En el Congreso de los Diputados hay ciento setenta y siete personas que parecen tener información privilegiada. Cuando medio mundo anda pidiendo que se hagan públicas las actas de las votaciones electorales de Venezuela (y si las piden es porque carecen de esa información), setenta y siete diputados españoles parecen disponer de una conexión tan estrecha con Nicolás Maduro, que éste les ha revelado los datos de los que nadie más dispone.
No se puede explicar de otra manera que en sede parlamentaria adopten la decisión de solicitar al Gobierno que reconozca a un vencedor de unas elecciones de cuyos resultados el Gobierno no dispone. Y que ellos mismos tampoco han mostrado en ninguna de sus intervenciones antes de votar, para intentar convencer al resto de miembros del Congreso para secundarles. Y para que el pueblo español pueda creerles. Y para que el Gobierno pueda hacerles caso en lo que le han solicitado con su decisión.
Pero es imposible que dispongan de esa información, que solamente conocen Maduro y su aparato más cercano. Por tanto, hay que presuponer que tenemos ciento setenta y siete adivinos en el Congreso de los Diputados, que saben a ciencia cierta que Edmundo González Urrutia ha ganado las elecciones venezolanas, cuando ninguno de los diversos observadores independientes se atreve a asegurar quién ha vencido, y se suman también a las voces de los países democráticos que están solicitando que se hagan públicas las actas.
Unos adivinos o unos osados. Me van a perdonar, pero personalmente no creo en adivinos. Y menos cuando precisamente la inmensa mayoría de esos ciento setenta y siete llevan varios años anunciando catástrofes para España que afortunadamente no se cumplen. Ni en el ámbito de la economía, ni en el ámbito social, ni en ninguna de las facetas del funcionamiento de nuestro país.
Es que ni el mismo Edmundo González Urrutia, que ha tenido que pedir el exilio, conoce el dato. Tampoco sus partidarios que, aunque lo suponen y defienden, no han podido presentar pruebas fehacientes que hayan hecho que quienes más se han implicado entre los Estados latinoamericanos en intentar que los contendientes venezolanos lleguen a ponerse de acuerdo en ese asunto, tengan claros los datos sobre el vencedor. Y siguen pidiendo las actas para poder pronunciarse.
La representación de la soberanía popular no es un juego de adivinanzas. Ni es para practicar la osadía de cruzar apuestas, sino para trabajar y decidir con datos ciertos
No obstante, el Partido Popular de Feijóo sí se atreve a afirmar quién ha vencido: y eso que el equipo que intentó destacar hasta Venezuela no asistió a las elecciones. Y presenta una proposición no de ley por la que exhorta al Gobierno a reconocer la victoria de Edmundo González. Con la particularidad de que en dicha proposición no de ley no aparecen las actas que ratificarían lo que solicitan. Y los demás votantes que le apoyaron (Coalición Canaria, UPN, Vox y el PNV), ejerciendo el más que dudoso derecho a la fe del carbonero, han votado a favor de una suposición, pidiendo al Gobierno, que es el único competente para reconocer en nombre de España al ganador, que crea también en lo que ellos creen, y así, de tanteo, jugando a la credulidad, reconozca a Edmundo González, que ha llegado a España, para recibir asilo, no sólo no exigiendo su reconocimiento, sino sacando un comunicado público en el que agradece la acción humanitaria del Gobierno español y lamenta las penurias por las que ha tenido que pasar.
La representación de la soberanía popular no es un juego de adivinanzas. Ni es para practicar la osadía de cruzar apuestas, sino para trabajar y decidir con datos ciertos. Por lo cual, descartando lo de la adivinación, manteniendo tal vez lo de la osadía, podríamos avanzar la hipótesis de la farsa.
Sí. Había que quitarle al Gobierno el mérito de haber escuchado a la oposición venezolana y haber colocado al mediador que ésta ha solicitado, para lograr sacar de Venezuela al candidato, para evitarle correr peligros extremos hasta que se dilucida el caso. Y se han lanzado a “marcarse un Guaidó”. Es decir: un fiasco como el de Guaidó, mientras la Historia nos dice que cuando lo que primero ocurre como farsa no hay que intentar repetirlo, porque se puede reproducir, pero como tragedia. Un fiasco como el de un candidato endeble, no investido por su pueblo, sino por estados extranjeros, que no pueden decidir sobre la soberanía de un país. Que sólo pudo actuar de marioneta, y que, en alguna de sus actuaciones, a punto estuvo de promover enfrentamientos armados llamando a la rebelión dentro del Ejército. Cuando lo que menos necesita Venezuela son conflictos, que bastantes ha sufrido y sufre. Alguien que tuvo que salir con el rabo entre las piernas, cuando hasta los países que lo reconocimos y proclamamos lo dejamos caer tristemente, como un guiñapo.
El Gobierno hará muy bien en no atender la petición votada por ciento setenta y siete diputados que pedían un reconocimiento de un vencedor sin pruebas fehacientes
No, señoras y señores. Venezuela no necesita que la descoyuntemos, tirando unos de un brazo y otros del contrario. Lo que necesita es exigir que se conozca la verdad, que sus ciudadanos se pongan de acuerdo en buscar una salida negociada y pacífica para continuar caminando en paz, sin represalias por ninguno de los lados; sin persecuciones; sin víctimas. El Gobierno español hará muy bien en no atender la petición votada por ciento setenta y siete diputados que pedían un reconocimiento de un vencedor sin pruebas fehacientes. Y en seguir exigiendo claridad y que se conozca la verdad para actuar en consecuencia. Y en colaborar para que el proceso posterior sea pacífico hasta que se recupere la convivencia.
Lo demás es pura farsa, acertijos, forcejeo, posiciones partidistas que dividirán más y más al pueblo venezolano, que es el que nos importa. Y como nos importa, habrá que hacer lo posible para no tensionarlo más, y para que todo acabe con el único testimonio de la realidad: las actas de votación y el escrutinio de las mismas, con una previa comprobación de su autenticidad y limpieza. Cualquier otra decisión apresurada, como la de esta semana, significará que el pueblo venezolano nos importa un bledo; que lo que nos importa es una u otra posición partidista, y que todo acabe con unos ganadores y unos perdedores, pero no de unas elecciones democráticas, sino de una contienda, de una confrontación: una solución que deje en el terreno la semilla de la discordia y del rencor. Algo que hay de sobra en el mundo y que debemos precisamente extirpar.