sábado. 20.04.2024

El 11 de septiembre de 2001 marcó el punto de inflexión entre el mundo que hasta entonces conocíamos y el que comenzaríamos a conocer.

Nada sería igual a partir de aquella fatídica jornada que aún sigue fresca y vigente en el recuerdo colectivo. La espectacularidad del drama que asoló a los Estados Unidos fue tan intensa que mantuvo en vilo al mundo entero; expectante, perplejo ante lo que jamás hubiera podido imaginar. En su propio corazón había sido atacada la primera potencia mundial, vulnerado su mentado sistema de seguridad nacional, pulverizado su centro mundial de la economía. Un ataque que dejó un saldo de más de 3 mil víctimas fatales y al menos 25 mil heridos.

Esa mañana, 19 miembros del grupo terrorista islámico Al-Qaeda, originarios de Arabia Saudita  en su mayoría, secuestraron cuatro aviones. El primero fue el vuelo 11 de American Airlines que se estrelló contra la torre norte del World Trade Center a las 8:46 a.m. hora local. El segundo fue el vuelo 175 de United Airlines que también salió de Boston e impactó contra la torre sur 17 minutos después. El tercer avión secuestrado fue el 77 de American Airlines que salió del aeropuerto internacional de Dulles en Washington y chocó contra el lado sudoeste del Pentágono, sede del Departamento de Defensa de Estados Unidos. El cuarto, vuelo 93 de United Airlines, salió de Newark, New Jersey, y se estrelló cerca de Shanksville, Pensilvania. .  

El mundo se paralizó por completo, consternado ante las imágenes en directo que provenían de los Estados Unidos. Ni en la más alocada imaginación de algún guionista de Hollywood podría haber cabido una ficción que recreara el escenario dantesco en el que Manhattan se convirtió en pocos minutos. La realidad de aquella mañana neoyorkina superaba a cualquier ficción.

La respuesta no se hizo esperar. Atrapar al culpable se transformó en la misión que Estados Unidos, con George Bush al mando, inició antes de que se cumpliera un mes de los atentados. Osama Bin Laden era el objetivo, el responsable intelectual del peor ataque sufrido en la historia del país más seguro del mundo; era el talibán que había burlado a los servicios de inteligencia que, curiosamente, hasta el 11 de septiembre ignoraban que allá lejos, en algún lugar de Afganistán, se estuviera tejiendo el atentado más letal de la historia.   

La perplejidad ante la magnitud de los ataques desvió la pregunta que los más destacados analistas de política internacional formularon por aquellos días: “¿Cómo pudo un puñado de hombres burlar la inteligencia de la CIA?”.  Sin embargo, con el correr de los años, aquel interrogante fue cobrando mayor relevancia. El fracaso de la CIA a la hora de detectar las señales que advertían la posibilidad de ataques se fue convirtiendo en uno de los temas más controvertidos en la historia de los servicios de inteligencia.

Osama Bin Laden le había declarado la guerra a Estados Unidos desde una cueva en Tora Bora en febrero de 1996. Y lo había hecho a cara descubierta y frente a una cámara de televisión. Las imágenes mostraban a un hombre con una barba hasta el pecho que vestía una túnica debajo del uniforme de combate. Sin embargo, y a pesar de la firme convicción que denotaban las declaraciones de este supuesto personaje menor, la agencia de inteligencia de los Estados Unidos desestimó la amenaza del hombre que desencadenó el horror en el país más seguro del mundo. Una fuente de la principal agencia de la CIA aseguró que "los altos mandos no creyeron que este saudita alto y con barba, en cuclillas alrededor de una fogata, pudiera ser una amenaza para Estados Unidos".

La CIA no pudo detectar la amenaza de unos atentados que venían siendo planificados desde hacía por lo menos dos años atrás. Sin embargo el mismo 11 de septiembre Estados Unidos ya había identificado al responsable de los ataques. La CIA informó respecto de las armas de destrucción masiva del régimen de Sadam Husein; armas que nunca aparecieron. Con una contagiosa y peligrosa mentalidad de grupo -según denunció una pesquisa del Senado- la agencia de inteligencia norteamericana validó los argumentos de la Administración Bush para justificar el uso de la fuerza en Irak.

Tim Weiner, periodista y autor de “Legacy of Ashes” -ensayo en el que retrata la historia de la CIA- considera tan increíble como peligroso el fracaso del país más poderoso a la hora de crear un servicio de espionaje de primera clase. Una falencia que tiene, como ejemplo más certero, el asesinato de John F. Kennedy, aún no resuelto desde 1963.  

El rol de la CIA a dos décadas de los atentados que cambiaron el mundo