jueves. 25.04.2024
congreso pleno

“¿Es todo es posible?; lo dudo; pero es posible para aquel que se lo crea.
De ilusión también se vive”.


¡Qué difícil resulta escribir sobre algo que creías importante sin que de inmediato pierda actualidad! Las noticias se agostan y agotan en el mismo instante que las escribes. Vivimos tiempos acelerados. Ir deprisa no implica caminar más rápido o pensar de forma más ágil, simplemente es vivir y sentirse internamente acelerado; mas, vivir acelerado no es un valor añadido a nuestras vidas, no es dar solución segura a los problemas, como si no existiera un mañana de posibilidades. Las nuevas tecnologías avanzan a un ritmo exponencial, mucho más rápido de lo que nunca habíamos llegado a imaginar. Hoy, la gente lo quiere todo y lo quiere ya. La sociedad que compartimos está llena de cambios acelerados; queremos el éxito sin andar el camino, conseguir el triunfo sin esfuerzo. De ahí la complicada paradoja o la cerril contradicción de intentar pensar o reflexionar serenamente en el marco de un mundo acelerado, marcado por las prisas. La lentitud es subversiva y terapéutica a la vez; necesitamos un nuevo paradigma: ir más despacio para poder vivir sin “tranquilizantes”, como recomienda Lou Marinoff en su libro inspirado en los grandes filósofos: “Más Platón y menos prozac”; demuestra que la filosofía puede ser una buena opción para entender el mundo, comprendernos a nosotros mismos y lograr una vida más satisfactoria; Marinoff aplica la filosofía reflexiva a nuestro sistema de vida con el fin de alcanzar el necesario equilibrio interior. Bien supo expresar Carlos Saura esta alocada aceleración, con su ácida visión y buen analista de los defectos nacionales, en su polémica y premiada película “Deprisa, deprisa”; en la que refleja con crudeza la vida sin destino de unos jóvenes delincuentes del extrarradio madrileño, acelerados, violentos, sin rumbo.

Estamos atrapados en la cultura de la prisa, de la falta de paciencia, en un estado constante de hiperestimulación e hiperactividad que nos resta capacidad de disfrutar de la vida. Vivimos en un tiempo acelerado que augura el paradigma de un presente evanescente; el presente es un instante en el que la realidad se vuelve obsoleta de inmediato. La lógica de la inmediatez se ha apoderado de la lógica política en la que todo lo que era sólido, en expresión de Muñoz Molina, se convierte en producto de temporada, la decepción política se acelera sin remedio y los derechos adquiridos peligran, hasta poder desaparecer con la duda y la incertidumbre de que nada es para siempre. ¡Qué poco duran las promesas, el apoyo popular, la solidaridad, las esperanzas colectivas! Paul Valéry lo calificaba como “régimen de sustituciones rápidas”. Carecemos de esa “ataraxia” propuesta por Demócrito, “el filósofo risueño”, crítico con la ignorancia, quien consideraba la alegría como el gran objetivo de la vida; para él la ataraxia o ausencia de turbación es esa disposición del ánimo, gracias a la cual una persona alcanza el equilibrio mental y corporal y, finalmente, la felicidad y la fortaleza frente a la adversidad, mediante la disminución de la intensidad de aquellas pasiones y deseos que puedan alterar dicho equilibrio; influyó en los epicúreos, estoicos y escépticos, corrientes filosóficas para las que, con matices, también la ataraxia era el objetivo de “la vida buena”. La ataraxia es, por tanto, tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad; la buena relación entre el “yo” y el espíritu, la razón y los sentimientos.

Sin polemizar con religiones y partidos políticos, dados a anatematizar a quien no comparte sus dogmas y creencias, vivimos conturbados, estresados por las prisas y la sobreinformación, al punto de que la saturación de noticias y datos tienen un valor escaso; nos incapacita para distinguir la verdad de la mentira, lo importante de lo anecdótico, la realidad de la ficción. La globalización total es un hecho, navegamos en un mar de datos y no siempre los datos que se nos proporcionan son confiables. Partiendo de que es información lo que sorprende, no lo que ya sabemos, el exceso de información en las redes sociales, por un lado, altera nuestra capacidad para tomar decisiones, y por otro, tener demasiada información puede provocar lo que se conoce como el “síndrome de fatiga informativa o infoxicación digital”, ese exceso o sobrecarga de información que nos impide profundizar en los temas que abordamos y comprender los datos que recibimos y tragamos: tanta información irrelevante sin capacidad para analizarla. De ahí que el principal problema que genera la infoxicación es la falta de pensamiento crítico para filtrar toda la cantidad de información que no está trabajada necesariamente con parámetros profesionales ni éticos.

La falsa información ha asestado un duro golpe a las relaciones entre los ciudadanos y los diversos medios de comunicación

Si, según el sano criterio filosófico como escribió Kant, la capacidad más importante a desarrollar en la ciudadanía es el pensamiento crítico, orientado a saber discriminar cuáles son las fuentes confiables y las que no, distinguiendo la verdad del ruido informativo, la falsa información ha asestado un duro golpe a las relaciones entre los ciudadanos y los diversos medios de comunicación. Al final, la información que llega sin criterio o sin contrastar es ruido, y el ruido, molesta y atonta. En el estresante ámbito de la infoxicación, tenemos miedo a perdernos algo importante si nos desconectamos de tanta información que no necesitamos. La rabia de no poder con todo lo que recibimos sólo se soluciona con un replanteamiento de vida que ponga en su sitio y organice las verdaderas prioridades. Tal vez entonces nos demos cuenta de que no necesitamos estar al día de todo o saber lo que hacen otras personas en cada momento para llevar una vida con sentido, con ataraxia.

En las escasas horas en las que estoy dando forma a estas reflexiones, la invasión de noticias que informan de la actualidad impide que el equilibrio de mi brújula mental se detenga en lo que de verdad importa a la ciudadanía. La erupción del volcán “Cumbre Vieja” en la isla de La Palma está siendo un acontecimiento natural y trágico que angustia, pero que, a su vez, nos está proporcionando una gran lección: la solidaridad ciudadana de todos los canarios y la capacidad resiliente de quienes lo han perdido todo, pero, dispuestos a afrontar su situación, no se rinden. El volcán, La Palma y los problemas de los palmeros deben ser, hasta su solución, un tema de información permanente; no puede ser que, al desaparecer de los medios de comunicación, también se apague nuestra solidaridad con ellos. Pero simultáneamente con esta prioritaria noticia, sobre la mesa mediática, para nuestra “degustación a la carta”, tenemos: los “Pandora papers”, con sus innumerables “listillos”, incluidos “Corinna y el Rey Emérito, Vargas Llosa, Julio Iglesias, y etc, etc, etc…”; “la discutible inviolabilidad de Juan Carlos I, sus problemas con Hacienda, sin grandes preocupaciones morales y ejemplares y la intención de la Fiscalía del Tribunal Supremo y la Fiscalía Anticorrupción de archivar las tres investigaciones abiertas”; “la cansina presencia de fugado Puigdemont con sus críticas a España y sus adláteres independentistas”; “la tournée de Ayuso por Manhattan con dinero público, vestida de Prada, pa´na”; “el ruido y los tropiezos de la fra-casada Convención del PP para apuntalar a su desnortado presidente Pablo Casado, con su ‘lampedusiano’ péndulo de palabras e ideas, de disparo fácil y tierra quemada a la hora de criticar cuanto haga o diga Sánchez y llevando de continuo a los tribunales cualquier proyecto renovador”; decía Molière que un político debería examinarse a sí mismo durante largo tiempo antes de condenar a los otros, porque el daño que un político puede causar a un proyecto, no tiene que ver con su ideología política, sino con su talla moral; Casado y su segundo, García Egea, son muy rápidos juzgando a los demás, pero muy lentos corrigiendo sus propios errores”. Otras noticias de actualidad son: “la contradictoria ética de Carmona y las puertas giratorias”; “la inexplicable y abusiva subida del precio de las eléctricas”; “las claves del pacto sobre vivienda, el rechazo de toda la oposición y su voluntad de no cumplirlas”; “la tercera dosis de la vacuna frente al Covid”; “la extraña caída de WhatsApp, Facebook e Instagram, rodeada de sospechas e incertidumbre, que ha dejado sin palabras a medio mundo”, etc…

Estamos en una sociedad mediática que sobrevalora en exceso la opinión de aquellos “gurús” que participan de continuo en tertulias de opinión

Mas hay una que, desde la política activa, considero de interés analizar; en ella descanso para estas reflexiones; es la entrevista en la Sexta de Jordi Évole a Iván Redondo, el que fuera director del Gabinete de la Presidencia de Pedro Sánchez. Sí, Iván Redondo, aquel “gurú” que analizaba hace años la actualidad política en Espejo Público con Susana Griso. Un joven vasco licenciado en Humanidades y Comunicación por la Universidad de Deusto y asesor de políticos de distinto color en sus campañas electorales. Nos alerta un certero axioma que para no frustrarse hay que saber gestionar la decepción, ese tipo de decepción que produce quien, en su entorno y gestión, ha creado excesivas expectativas e Iván Redondo las había creado. En el marco de las sociedades, la decepción es una especie de bancarrota de aquella parte de la ciudadanía que ha puesto grandes expectativas en aquel que en realidad no valía tanto como se esperaba; alguien decepciona cuando mucho se espera de él, pero, al final, no cumple lo que en realidad prometía. En política, crear expectativas puede ser un engaño personal o colectivo, pero sólo se decepciona aquel que espera mucho, no quien que jamás confió. Las apariencias no engañan, las que engañan son las expectativas creadas y no satisfechas. Decía Maquiavelo en “El Príncipe” que “El juicio primero que se forma de un soberano y de su entendimiento se apoya en el examen de los hombres que le rodean”. Estamos en una sociedad acelerada y mediática que sobrevalora en exceso la opinión de aquellos “gurús” que participan de continuo en tertulias de opinión. Analizando la salida de Iván Redondo del entorno del presidente Sánchez, todavía no explicada, ni aclaradas las razones de su ida, cabe la duda acerca de la valía objetiva del primero y del certero juicio en la elección en su momento del segundo. Decía Winston Churchill que el político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo, el año que viene y explicar después por qué no ha ocurrido.

Escuchando a determinados personajes públicos uno comprende de inmediato la diferencia entre la dialéctica y el desparpajo, la oratoria y la facundia. Sin ser demasiado exigente, pero empleando la incomodidad crítica que da la filosofía, no estamos acostumbrados a pensar, pero sí a creer que, porque alguien ocupe un alto cargo y poder y domine el desparpajo y la facundia, se le reviste del don del acierto y se le convierte “en papa infalible”. La entrevista de Évole a Iván Redondo, en mi opinión, ha sido decepcionante respondiendo con anacolutos y frases inconsistentes. Hubiese sido para él más positivo, según las palabras de Shakespeare, “ser rey de su silencio más que esclavo de sus palabras”. La entrevista ha suscitado malestar, no sólo en el PSOE, sino en muchos ciudadanos interesados por la verdad y transparencia políticas. La única pregunta a la que debía honestamente haber respondido era meridiana: “Se ha ido del gobierno o le han echado”; todo lo demás ha sido, como en el volcán palmero, humo sin rumbo ni dirección. Es verdad que el encuentro entre Évole y Redondo ha sido muy comentado y ha dado muchos titulares, mas, en mi opinión, la síntesis de la entrevista, desde su excesivo “ego”, podría resumirse así: “Mías han sido las victorias, de los demás, los errores”. El riesgo que corre la democracia con tales líderes es que la política llegue a ser irrelevante. Con sentido común y acierto ya dijo el catalán Tarradellas, “en política se puede hacer cualquier cosa menos el ridículo”.

El caso “Iván Redondo” es la prueba de que necesitamos unos liderazgos más estructurados, alrededor de los valores de lo público y menos sobre su personalismo; sometidos a la exigencia de la prisa y de lo inmediato hemos confundido lo breve con lo efímero y lo rápido con lo agitado. Un buen consejo para políticos y representantes de las instituciones, es acudir menos a “gurús parlanchines” y más a asesores consistentes -podría decir, filósofos- que sepan, por su experiencia, gestionar, al menos con inteligencia, la realidad pública. Sabemos que la historia con mayúsculas la escriben aquellas mujeres y hombres que, a lo largo del tiempo, gracias a su forma de actuar, sus valores e ideales, sus hallazgos o su arte, han hecho que la humanidad, de un modo u otro, avance. De ahí que, como consejo, propongo el saber y la obra de un político bien conocido en la historia: Julio Mazarino, en cuya obra “Breviario para políticos”, dejó consignados los consejos y secretos del oscuro arte de la política. Su vida, que no fue un dechado de virtudes, pero sí de inteligencia política, seduce como punto de referencia y reflexión en un marco y un contexto de otra sociedad y otra época de la historia que no es la nuestra. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares. El favorito de Luis XIII, el cardenal Richelieu, reparó en su talento político, le protegió, le hizo cardenal italiano, sin ser siquiera sacerdote, al servicio de la monarquía francesa y se lo recomendó en su testamento al propio Luis XIII. Trabajó en la diplomacia papal y ejerció el poder en los primeros años del reinado de Luis XIV. Mazarino puso en la educación de Luis XIV su gran sabiduría, su sensibilidad para entender a los hombres en sus ambiciones o debilidades, su habilidad de político excepcional y su capaz de influir en la dirección no siempre favorable de las circunstancias de su tiempo.

breviario nazarinoVale la pena rescatar algunos de los consejos de su “Breviario para políticos”; un vademécum en el que se contienen enseñanzas que no han perdido vigencia, porque, como escribió Tácito, y Mazarino recoge en su obra: “las almas de los mortales son vulnerables” y las artes de la manipulación de los hombres no se han alterado con los tiempos. El libro tenía por objeto preparar al futuro rey Luis XIV a reflexionar de modo permanente: “en el lugar que estés, en las circunstancias en que te encuentres, en tu calidad y en la calidad de aquel con quien tratas…”; “ten siempre presente, -reitera a su educando-, estos cinco principios”, cuyo contenido maquiavélico quedan al descubierto: “Simula. Disimula. No confíes en nadie. Habla bien de todo el mundo. Prevé antes de obrar”. Y luego añade este párrafo de psicológica estrategia política incontestable: “Muéstrate amigo de todo el mundo, charla con todo el mundo, incluso con aquellos a quienes aborreces y te enseñarán la circunspección. De todos modos, oculta tus cóleras; un solo exceso perjudicará más a tu fama de lo que podrán embellecerla todas tus virtudes”. De todo el libro, son destacables, por su sentido común y su intuición psicológica para la gestión política, algunos consejos que recoge en dos de sus capítulos: “Conócete a ti mismo” y “Conoce a los demás”. Tal vez sean excesivos, pero merece la pena leerlos.

Sobre el conocimiento de sí mismo, he aquí algunos consejos: “¿Estás sujeto a la cólera, al miedo, a la audacia o a cualquier pasión? ¿Cuáles son los defectos de tu carácter?... ¿tus errores de comportamiento en la iglesia, en la mesa, en la conversación, en el juego, en todas las demás actividades, en particular las actividades sociales? Examínate físicamente. ¿Tienes la mirada insolente, la rodilla o la nuca demasiado rígidas, la frente surcada de arrugas, los labios demasiado finos, los andares demasiado rápidos o demasiado lentos? ¿Gozan de buena reputación las personas que frecuentas?... ¿En qué ocasiones puedes llegar a perder el dominio de ti mismo y a cometer errores de lenguaje o de conducta?... ¿Sueles ir a lugares sospechosos, vulgares, de mala fama, indignos de ti? Aprende a vigilar todos tus actos y no disminuyas jamás esta vigilancia. Toma nota de cada uno de tus defectos y vigílate en consecuencia. Es conveniente, cada vez que se comete una falta, imponerse una sanción. Si alguien te ha ofendido y tienes la bilis revuelta, no digas nada, no hagas nada que revele tu cólera. Durante el tiempo que las circunstancias hagan inútil toda manifestación de animosidad por tu parte, no trates de vengarte, pero finge no haber experimentado nada, y aguarda tu hora. Que tu semblante no exprese jamás nada, ni el menor sentimiento, sino una perpetua afabilidad, y no sonrías al primero que llegue y muestre por ti el menor entusiasmo. Debes tener informes sobre todo el mundo, no comunicar tus secretos a nadie y espiar los ajenos. No digas nada, no hagas nada que esté contra el decoro, al menos en público, incluso si lo haces de un modo natural y sin mala intención, porque los demás pensarán mal. Conserva siempre una actitud reservada, observándolo todo con la mirada. Pero cuida que la curiosidad no traspase la barrera de tus pestañas. He aquí, a lo que creo, cómo se conducen las personas sagaces y lo bastante hábiles para ponerse al abrigo de las preocupaciones”.

Sobre el conocimiento de los demás, estos otros: “La enfermedad, la embriaguez, los banquetes, las bromas, los juegos en que se cruza dinero y los viajes, todas las situaciones en que las almas relajan la tensión y se abren -en las que las fieras se dejan atraer fuera de sus cubiles-, son ocasiones de cosechar numerosas informaciones. El pesar también, sobre todo cuando lo causa una injusticia. Hay que aprovechar la situación y frecuentar entonces el trato de aquellos sobre los cuales deseas informarte… Si sospechas que alguien tenga alguna idea en la cabeza, sostén en el curso de una conversación el punto de vista contrario. Si éste se opone al suyo, le costará trabajo, por desconfiado que sea, no descubrirse defendiendo su punto de vista, o haciendo una objeción y traicionará su pensamiento al mostrar que no es del mismo parecer que tú. He aquí cómo enterarse de los vicios de alguien: orienta la conversación sobre los vicios más corrientes, y en particular sobre aquellos de que pudiera muy bien adolecer tu amigo. No tendrá palabras lo bastante duras para denunciar y reprobar un vicio si él mismo lo padece… Consulta a alguien sobre un asunto, vuelve luego a verlo unos días después y háblale del asunto en cuestión. Si la primera vez te indujo a error la segunda su opinión será distinta. Porque la Divina Providencia ha querido que olvidemos rápidamente nuestros embustes. Finge estar informado de un asunto y habla de él en presencia de aquél de quien crees que está perfectamente al corriente. Se traicionará rectificando sus palabras… El signo de la maldad en un hombre es que se contradice fácilmente... Reconocerás a un nuevo rico, salido de la mendicidad, en que no piensa sino en comer y en vestirse. Un origen miserable enseña a preferir los bienes materiales a los honores... He aquí cómo desenmascarar a los embusteros y a los jactanciosos que cuentan sus viajes, expediciones y campañas y se atribuyen hazañas a centenares, pretendiendo haber pasado años en tal o en cual lugar. Lleva la cuenta de todo lo que refieren, suma los años, y luego, cuando llegue la ocasión, pregúntales cuándo comenzaron su carrera de aventuras, cuándo regresaron y finalmente cuál es su edad. Verás que nada coincide… Reconocerás la moralidad y la piedad de un hombre por la armonía de su vida, por su falta de ambición y su desdén de los honores. En él no habrá modestia fingida ni control de sí mismo… El hombre astuto se suele reconocer por su dulzura y suavidad fingidas, su nariz corcovada y su mirada penetrante. Para juzgar la sensatez y la inteligencia de alguien, pídele consejos sobre un asunto. Verás además si tiene espíritu de decisión. No pongas confianza en un hombre que promete fácilmente; es un embustero o un bribón. Juzgarás la capacidad de un hombre de guardar un secreto en que no te descubrirá, amparado por la mutua amistad, los secretos de otro… Si alguien te revela los secretos de otro, no le hagas ninguna confidencia, porque se conducirá probablemente con un ser querido como se ha conducido contigo... He aquí cómo desenmascarar a un adulador: finge haber cometido una acción visiblemente incalificable y háblale de ella como de una proeza; si te felicita es un adulador pues podía al menos haberse callado... He aquí cómo poner a prueba la buena armonía entre tus amigos: ataca especialmente a uno de ellos en presencia de otro, o por el contrario elógialo. Su reacción, silencio o frialdad, será elocuente. En una reunión, somete a cuantos están allí unos casos difíciles de resolver, preguntándoles cómo se podría salir en su opinión, de tal o cual situación delicada. Por sus respuestas juzgarás de cada uno y de sus capacidades intelectuales… Los que saben mucho de lenguas suelen carecer de juicio, porque una memoria atiborrada ahoga la inteligencia… Si temes que alguien repita lo que le dices, habla en su presencia de algo que te sea totalmente personal y de lo que no hayas hablado a nadie. Si tus palabras se divulgan, sabrás quién te ha traicionado… Si un denunciador va a verte para hacer acusaciones contra alguien, haz como si estuvieras ya al corriente y que incluso supieras mucho más que el propio denunciador. Lo verás entonces añadir detalles sobre detalles y confiarte nuevas acusaciones de las que de lo contrario no te habría hablado... He aquí cómo elegir a un hombre capaz de guardar un secreto. Confía algo a un primer hombre bajo el sello del secreto, y haz lo mismo con un segundo. Pon después a un tercero al tanto de la maquinación con el fin de que reúna a los otros dos y que en el curso de una conversación haga alusión al secreto que les has confiado. Entonces podrás juzgar su carácter y conocer aquél que te traicionará primero. Si uno de los dos permanece silencioso en el momento en que se percaten de que los tres están en posesión del mismo secreto, toma a ése como secretario. Para conocer los proyectos de alguien, soborna a una persona de la que esté enamorado, y por medio de ella tendrás acceso a sus pensamientos más secretos”.

El populismo mediático con el que se alimentan nuestros lideres refleja lo mucho que les preocupa la imagen y poco las ideas; saben que un político que domina los medios puede moldear los asuntos políticos fuera del Parlamento e incluso eliminar la importancia representativa del Parlamento. Sin duda alguna, con mente crítica y rechazando en parte la filosofía política de Maquiavelo que rezuman los consejos de Mazarino, bien les vendría a nuestros líderes políticos aprender de la historia y, en lugar de fotografiarse de continuo, como refleja el cuadro de Goya: “Duelo a garrotazos”, leer más a los clásicos que han abonado de inteligencia política nuestra historia. Como escribió Dostoyevski en “Los hermanos Karamazov”: “Quien miente y escucha sus propias mentiras llega a no distinguir ninguna verdad, ni él ni quienes le rodean”.

“Breviario para políticos”: consejos para reflexionar