viernes. 26.04.2024
 

La jugada ideada por el ciezano García Egea para abrir un proceso electoral interminable que concluyese con el adelanto de las generales o con el cumplimiento de los plazos en un contexto cada vez más intencionadamente crispado, ha desembocado en astracanada o esperpento, según queramos mirarlo. No hay nada sutil en la batalla, nada inteligente, nada fino, nada generoso. No  está Maquiavelo, aparece Anacleto. Se trata de una lucha intestina de egos y de intereses particulares que nada tiene que ver con choques ideológicos o concepciones distintas de la vida.

En la mañana del jueves 17 de febrero Isabel Díaz Ayuso, tal como hiciera durante lo más grave de la pandemia al asistir a misa de riguroso luto y rimel como si fuese la Virgen de las Angustias de las Vistillas, compareció ante los medios para denunciar el maltrato de que es objeto por parte de la dirección nacional del partido por el que se ha sacrificado y que tantísimo le debe. Con el pelo recogido, la cabeza doblada hacia un lado y un gesto de víctima muy adecuado para una ferviente católica que sabe de los milagros de la Dolorosa, Isabel, madre de España, expuso ante los medios -afines casi todos- la campaña de hostigamiento y persecución detectivesca a que está siendo sometida por quienes no comprenden que el futuro de España depende sólo y exclusivamente de ella, renacida Agustina de Aragón dispuesta a prender la mecha de los cañones que han de liberarnos del comunismo bolivariano, de los centros de salud de la seguridad social y de la escuela pública. Nada tienen que ver los contratos presuntamente firmados por la Comunidad que dirige con su hermano ni con su ex-compañero, ese al que nunca te encontrarás en Madrid salvo que quieras auxiliarle para que pase por este valle de lágrimas que es la vida con las alforjas llenas y poder pensar con serenidad en las grandezas que le esperan en la otra, la eterna, que es la verdadera.

La partida chusca estaba en tablas. Los contrincantes se habían tomado un respiro para repensar estrategias. Unos pensando en la mayoría absoluta que obtendrían en Castilla y que serviría como aldabonazo para expulsar al ocupa de la Moncloa, la otra en su imparable camino hacia las estrellas, ambos, por supuesto, jugando en el campo de Vox, que será el mayor beneficiario de esta batalla entre mediocres después de años de blanqueamiento en los medios y las instituciones. Minutos después de la comparecencia de Ayuso, las televisiones interrumpieron su programación para ofrecer en directo la respuesta de Estado de Teodoro, hombre de agallas, hábil parlamentario, estratega político impar y convencido demócrata. Isabel se les había subido a la chepa y amenazaba con dar un golpe interno. Tomando como escusa los presuntos casos de corrupción en que pudiese haber caído la mandataria madrileña, García Egea volvió a emplear los superlativos para calificar la actuación de su compañera, advirtiendo a la susodicha que nadie juega con él y que sería implacable con cualquier acto de insubordinación, deslealtad y de mala administración.

Parece que la deglución de Ciudadanos, iniciada en Murcia con la traición de algunos miembros de ese partido y los disidentes de Vox bajo la batuta del Secretario General y siguiendo el camino marcado en su momento por Esperanza Aguirre en Madrid, se le ha atragantado al Partido Popular, que tras las elecciones castellanas y después de años bailándole el agua al partido de Abascal comienzan a ver en un horizonte no muy lejano la posibilidad de ser devorados por un hijo desagradecido al que habían alimentado con los mejores manjares.

No hay diferencias ideológicas sustanciales entre los dos líderes en disputa. Ambos se entusiasman ante la posibilidad de ver privatizados los servicios públicos imprescindibles, ambos se sienten orgullosos de los orígenes franquistas del partido

Como decíamos, no hay diferencias ideológicas sustanciales entre los dos líderes en disputa. Ambos se entusiasman ante la posibilidad de ver privatizados los servicios públicos imprescindibles, ambos se sienten orgullosos de los orígenes franquistas del partido, ambos siembran dudas constantes sobre el cambio climático y sus consecuencias, ambos admiran a Steve Bannon y entienden la política como un negocio sucio en el que importa tanto el juego en las alcantarillas como la promoción mediática y el manejo del infundio, convencidos además de que todo el mundo se compra y se vende. Si bien en los últimos días Ayuso había afirmado que su partido debía pactar con quien fuese menester sin tener en cuenta la opinión de la izquierda, la realidad es que tanto ella misma como Casado y Egea llevan años gobernando en Madrid, Murcia, Andalucía y en cientos de ayuntamientos con el apoyo imprescindible de Vox, para lo que han tenido que implementar políticas en extremo reaccionarias que afectan a la memoria democrática, la educación o los derechos constitucionales fundamentales.

La guerra desatada en el Partido Popular tras los comicios castellanos podría tener sentido si lo que estuviese en juego fuese el modelo de partido, es decir si hubiese un sector moderado partidario de un cambio inspirado en las derechas europeos y otro empeñado en continuar la estela de Vox. No sólo tendría sentido sino que también sería deseable. Ese debate no existe, como tampoco se alzan voces dentro del partido que critiquen la corrupción sistémica que tantísimo daño ha hecho y hace al país. Por el contrario, asistimos a un duelo en la ciénaga, a una pelea entre gallos del mismo corral que piensan que la política es una pocilga en la que todas las marranerías son legítimas, convencidos además de que la lealtad de su electorado es tal que hagan lo que hagan nunca les pasará factura. En el fondo del escenario, como si pasaran por allí, Aznar y Esperanza Aguirre, azuzando, moviendo el ascua a su sardina mientras Miguel Ángel Rodríguez ríe a carcajadas rodeado de un grupo de hienas que bailan al calor del reguetón.

Empero, no hay nada cómico en lo que está sucediendo. El partido que puso en pie la burbuja financiero-inmobiliaria que arrasó España tras su explosión en 2008 y llenó los juzgados de casos de corrupción interminables, ha entrado en erupción. No por el bien de España, que le importa un bledo, sino por el de unos particulares enamorados de la imagen que les devuelve el espejo. Entre tanto desafuero, vienen a mi cabeza sonidos de Mecano. En tu fiesta me colé, coca cola para todos y algo de comer, Hawai, Bombay son dos paraísos... Desaparecen y de repente emerge con fuerza inusitada aquella secuencia magistral de El día de la Bestia en que Terele Pávez parte trozos de conejo y los arroja a una cazuela con todo su pelo mientras Santiago Segura -el de antes- daba ácidos a un viejo sentado en una mecedora con la bata abierta. El esperpento no da para más aunque Ángel Carromero haya aparecido de nuevo en escena. Patético.

Duelo en la ciénaga