viernes. 19.04.2024
casado

La única y exclusiva acepción que la RAE le da al concepto “aquelarre” es clara, rotunda y no se presta ni a confusión ni a interpretaciones:

“Junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío para sus prácticas mágicas o supersticiosas”. Y no hay ni una sola acepción figurada en esa contundente definición de la Academia.

Cuando Pablo Casado califica de “aquelarre” a la reunión de una serie de mujeres de izquierdas, como la celebrada en Valencia en torno a la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, está pasándose de manera intolerable de la raya de la decencia y el respeto político y humano. Y me da lo mismo que lo haga por malicia o por ignorancia. Dos cualidades que ya ha puesto de manifiesto en muchas otras ocasiones. Y, curiosamente, siempre que se pasa de la raya lo hace con esa sonrisa bobalicona que posiblemente sus asesores de imagen le aconsejan. Sonrisa que no resta ni un ápice de maldad, ni un átomo de torpeza, a lo que afirma e insinúa.

Maldita la gracia que tiene lo que no deja de ser un bestial insulto, que tal vez no se atrevería a proferir si no hubiera sido una reunión de mujeres. Porque -intente los pretextos que intente- ha llamado directamente “brujas” a las reunidas. Mujeres que han demostrado hasta ahora un nivel humano, una capacidad profesional y un alto rango de desempeño político muy superior al que Pablo Casado ha podido mostrar jamás. Incurriendo en la ya clásica grosería de los señoritos de la derecha española de los peores tiempos, y en la más típica misoginia de la peor calaña. Y utilizo yo también una palabra, “misoginia”, para la que la Academia tiene una única acepción clara y rotunda: “Aversión a las mujeres”.

Desde que Pablo Casado ha aparecido en la escena política española, ocupando un plano de relieve, que a diario demuestra que no merece, nos ha ido acostumbrando a que el insulto y la descalificación sea la moneda de cambio que utiliza de modo permanente. Pero algunos no estamos dispuestos a “acostumbrarnos” a ese estilo simbólicamente navajero, por más que haya muchos periodistas que hayan aprendido a nadar en ese lodo, sin resaltar ni rechazar el veneno y la fetidez que desprende.

Y con la utilización despreciativa e insultante de la palabra “aquelarre” (vaya usted a saber lo que le enseñaron sobre ella en su “carrera” abreviada con la intercesión de Enrique Arnaldo, y en el máster regalado) Casado ha hecho rebosar el vaso de sus hediondas esencias.

En primer lugar, porque desvela su ya irreparable misoginia (por más explicaciones que intente dar).

En segundo lugar, porque sigue consagrado a descalificar al adversario político, sin siquiera intentar la más elemental justificación ni razonamiento.

En tercer lugar, porque considera que un programa de diferente ideología a la suya es “una práctica supersticiosa”, erigiéndose en pontífice de no se qué religión inquisitorial.

Si alega ignorancia en lugar de maldad, se pone incluso en peor lugar, porque en definitiva lo que ha hecho es repetir, por boca de ganso, lo que la misógina Catalá, secretaria general del PP en la Comunidad Valenciana ya había dicho. Al muy torpe Casado debió de parecerle ingeniosa la definición, e hizo un nefasto plagio en la clausura del congreso del PP en Castilla La Mancha.

No se puede tolerar, ni al jefe de la oposición ni a su porquero (o porquera en este caso), que manejen el insulto y la descalificación, y que exhiban, ya sea su mala uva, ya sea su ignorancia, con la tergiversación interesada del significado del lenguaje. Porque con ello envenena nuestra convivencia, devalúa nuestra cultura y degrada nuestro idioma. Y (por mucho que digamos aquello de que ‘no ofende quien quiere sino quien puede’) porque ofende a personas que se están distinguiendo por trabajar seria y honradamente en la reconstrucción de nuestra sociedad, gravemente dañada por la gestión interesada (de intereses privados) y corrupta (decenas de sentencias judiciales lo justifican) del partido que dirige este “señorito” de los insultos.

El aquelarre y la ignorancia maliciosa de Pablo Casado