miércoles. 24.04.2024
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En 1905 fallece Juan Valera, con cuya biografía Manuel Azaña ganó el Premio Nacional de Literatura (1). Aunque pudiera parecer que Valera y Azaña sean figuras antitéticas, como el mismo Azaña se encargó de insinuar cuando dijo: “Valera no es mi tipo ni en lo moral ni en lo literario”, lo cierto es que Valera es el paradigma de una época crucial para el discurrir español como fue el drama de los liberales del tardío ochocientos que sin rechazar el legado de los doceañistas practicaban las ambiguas transacciones del canovismo. Estudiar a Valera, como afirma Juan Marichal, para Azaña era permanecer dentro del ámbito habitual de sus meditaciones e investigaciones históricas españolas.

En este sentido, el historiador Antonio Ramos Oliveira, encuentra notables afinidades entre Juan Valera y su biógrafo Manuel Azaña que se incardinan a España concebida como anomalía, decantada dicha anomalía como dominio feudal de las élites económicas y estamentales y una tendencia conservadora hacia el autoritarismo que, según Octavio Paz, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo y que componen de forma determinante el propósito secular de los reaccionarios carpetovetónicos de que los ciudadanos siempre tengan que vivir como presente momentos históricos destinados a pasar. En este sentido, las afinidades entre Valera y Azaña para Ramos Oliveira estarían enmarcadas en que Azaña, como Valera, era un alma clásica afrentada por el desorden estético, que es en el fondo un desorden moral y político, de la sociedad española y añadía: “Cuanto da a España un aspecto de desorden, de abandono, de desequilibrio, es lo que Valera hubiera tratado de remediar y es lo que principalmente enardecía el patriotismo de Azaña.”

En 1902 había nacido Luis Cernuda, quien escribiría: “soy español sin ganas”, refiriéndose al desgarro emocional, intelectual y humano que supone vivir bajo el celaje de esa España minoritaria, cerril, truculenta, estamental y excluyente que reacciona con irracional violencia a todo cuanto se oponga a ella. Es esa España pequeña que vive de la resignación de la mayoría, generadora en los más de “la vida como un naufragio constante” según Ortega o de la que nos advertía el poeta César Vallejo al afirmar: “Cuídate, España, de tu propia España.” La derecha nacional más retardataria, y que es la única que ha existido en España desde que en el amanecer del siglo XVIII se optó, en lugar de por un sistema de gobierno como el holandés o el inglés, por una monarquía absoluta al estilo borbónico galo, ha consolidado siempre regímenes muy poco permeables a la centralidad democrática del poder a favor de las minorías organizadas que configuran el viejo estigma proclamado por Joaquín Costa como oligarquía y caciquismo. Y ha sido este modelo ideológico y sectario de España entre asonadas y guerras civiles el impuesto a horca y cuchillo no admitiendo ningún pensamiento crítico ni otra concepción de la nación, considerando a los no afectos como la antiespaña, los malos españoles, los enemigos de la patria.

¿Cómo se puede tener bloqueado arbitrariamente por la oposición al Poder Judicial sin ninguna consecuencia política ni legal?

La Restauración monárquica de Cánovas del Castillo en la figura de Alfonso XII –que murió exclamando: ¡qué conflicto!-, al igual que la Transición del 78, consistía en orquestar una frágil democracia desde postulados no democráticos, lo cual dio como resultado contradicciones insuperables. Discordancias políticas y morales que conducen si solución de continuidad también en el sistema de la Transición a la corrupción, a la volatilidad de derechos y libertades, al bloqueo institucional de la derecha oligárquica, parcialidad del poder arbitral del Estado junto a la actitud presuntamente delictiva de miembros destacados de la Monarquía, como el rey emérito, nada menos que miembro fundante del régimen del 78. Sin embargo, todo ello no conduce ni en la dialéctica ni en la acción a promover los grandes cambios estructurales que reclama un Estado en perpetuo deterioro metafísico y funcional.

¿Dónde radica el verdadero poder? ¿Cuáles son los resortes del miedo para que un gobierno de progreso sostenido por una mayoría parlamentaria claramente rupturista con el régimen del 78 no pueda controlar ni siquiera la factura de la luz? ¿Cómo se puede tener bloqueado arbitrariamente por la oposición al Poder Judicial sin ninguna consecuencia política ni legal? El régimen posfranquista no democratizó el poder, ni siquiera su usufructo, que es siempre condicionado por influencias no pluralistas, y el poder nunca se expande sino al contrario se concentra cada vez más. Es por ello que Ortega llamó a la Restauración canovista una obra de fantasmas: “…y Cánovas el gran empresario de la fantasmagoría”.


(1) Ensayos sobre Valera. Manuel Azaña. Alianza Editorial.

La anomalía española