martes. 19.03.2024
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Siempre es buen momento para reivindicar el sistema de gobierno que llamamos República, sabiendo que los hombres pueden convertirlo en una auténtica chapuza. En un sistema enemigo de la justicia social y de las más elementales libertades, como ya demostró la derecha política durante el bienio negro en España (1933-1935), gobernando la CEDA. 

Y no hace falta recordar que en el mundo en que vivimos existen países que se denominan repúblicas y son dictaduras camufladas o democracias de chichinabo. Ya veremos qué pasa ahora con la Meloni y sus fámulos en Italia.

Ha habido repúblicas, las sigue habiendo en Europa, con unos gobiernos que son la antítesis de lo que, en principio, uno pudiera pensar o imaginar al escuchar la palabra República. 

En realidad, y a priori, no hay repúblicas buenas ni malas. Sencillamente, son sistemas de gobierno en los que la figura de la monarquía no existe. Lo que no es poco. Pero pensar que un país, por ser sin más una República, está arreglado todo es una falacia y una ingenuidad. La República en pelo cañón no garantiza nada. Ni suele ser intrínsecamente de izquierdas, ni de derechas. Solo que la palabra Rey no aparece por ningún lado en la Constitución que la funda. Y, desde luego, en España, dada la última experiencia del emeritaje, no hubiera estado mal haber prescindido de sus “esenciales servicios al país durante la Transición”, porque el peaje que ha pagado el erario ha sido escandaloso.

No hace falta recordar que en el mundo en que vivimos existen países que se denominan repúblicas y son dictaduras camufladas o democracias de chichinabo

Habrá quien replique que, si solamente se trata de esa “minucia”, ¿para qué armar tanto alboroto por tener una monarquía o una república o un sistema híbrido como el de una monarquía parlamentaria? Al fin y al cabo, ¿qué más da un rey impresentable que una clase política parecida?

También, se argumenta que muchos de los valores considerados republicanos son ya defendidos por personas que no son republicanas, incluso monárquicas. Hoy día se puede escuchar a políticos decir que: “soy republicano, monárquico parlamentario y de izquierdas”. Una identidad trinitaria cuyo desarrollo teórico y práctico daría, si no para una tesis doctoral, sí para un máster.

Más todavía. Hay quienes sostendrán que “los valores de la II República se han recuperado con la monarquía parlamentaria”. En este sentido se cita el divorcio, el matrimonios civil, la expulsión de los símbolos religiosos en las instituciones públicas, la defensa del poder civil frente al derecho natural o el poder religioso, el derecho al aborto, etc. Lo que ocurre es que algunos de estos “supuestos” valores en la actualidad dejan mucho que desear. Por ejemplo, si nos referimos al Estado laico de la II República y su aplicación en la práctica y la comparamos con la declaración y práctica de aconfesionalidad por parte de la Constitución de hoy, concluiremos que no hay punto de similitud. 

La mayoría de la clase política asiste en cuerpo de ciudad a cientos de procesiones religiosas importándole un pito pertenecer a un Estado Aconfesional

La política aconfesional del actual Gobierno monárquico parlamentario es inexistente. O, si se prefiere, es una pálida sombra de la seriedad con la que el Gobierno republicano afrontó la aplicación del laicismo en las instituciones públicas y a sus funcionarios, al menos durante 1931 a 1933. Hoy día, la mayoría de la clase política asiste en cuerpo de ciudad a cientos de procesiones religiosas importándole un pito pertenecer a un Estado Aconfesional. 

Así que lo más pertinente sería preguntarse si no será que la monarquía parlamentaria lo único que ha hecho es apuntalar la Monarquía con el concurso inestimable de los socialistas. 

La cualidad más notable de la monarquía es su nula fundamentación y legitimación racional. Nadie que se declare republicano aceptará jamás una monarquía, menos aún la hereditaria, la genética e impuesta por un dictador. Solo un referéndum podría darle carácter democrático en el hecho, pero nunca en el origen que será espurio.

No creemos, por tanto, que los supuestos valores de la II República hayan sido recuperados por parte de la monarquía parlamentaria. Y, caso de que lo hayan sido, habría que ponderarlos y catalizarlos de nuevo por el cedazo de una crítica más acorde con los llamados derechos humanos surgidos en la nueva modernidad. 

Sería de mal nacidos no agradecer a Sostres su aportación, más que razonable: el rey no es de este mundo y solo rinde cuentas ante Dios

En cualquier caso, reconocemos que jamás hubiéramos pensado que la argumentación más potente para rechazar de plano la monarquía nos la ofrecería uno de sus más celestiales defensores. La argumentación de S. Sostres es impagable. He aquí dos de sus momentos estelares. 

Primero: “La monarquía es lo contrario de los hombres, de la democracia y de la cercanía. La monarquía es lo divino, lo genético, lo tensado. Se reina al servicio del pueblo, pero por voluntad de Dios y por su Gracia” (Abc, 17.9.2022). 

Segundo: “Los reyes, como los papas, no tienen que ver con los hombres sino con Dios. Es estúpido juzgar a los monarcas con criterios terrenales y además no sirve de nada. La monarquía es un don, una encarnación divina, ni es democrática ni está sujeta a las leyes que los hombres nos hemos dado, ni queda totalmente a nuestro alcance comprender su última profundidad y significado. Un rey no nos representa a nosotros, sino a Dios. Su idioma es el de la eternidad (…). Los reyes no están preparados ni dejan de estarlo. Están llamados. Llamados por Dios (…). Los reyes no tienen que dar ejemplo, sino presencia (…) Un rey es el vínculo más atávico entre el hombre y Dios, el hilo retomado de la Creación en la Tierra, y es el deber de sus súbditos respetarlo, obedecerlo y custodiarlo hasta que Dios lo llame de vuelta a su regazo” (Abc, 5.8.2020).

Sería de mal nacidos no agradecer a Sostres su aportación, más que razonable. La República trata de la cosa pública, es decir de lo que nos sucede aquí y ahora. Y para esta labor no se necesita un rey, ni una monarquía, pues, como queda dicho y demostrado, el rey no es de este mundo y solo rinde cuentas ante Dios. Así que, como diría Ortega, ¡Delenda est monarchia!, al menos aquí en la tierra. Y lo que suceda entre Dios y el rey, con su hostia particular se lo bendigan.


Del Ateneo Basilio Lacort: José Ramón Urtasun, Víctor Moreno, Ángel Zoco, Laura Pérez, Jesús Arbizu, Carolina Martínez, Carlos Martínez, Clemente Bernad, Txema Aranaz

Ahora, más que nunca, ¡República!