miércoles. 24.04.2024
MEX405. CIUDAD DE MÉXICO (MÉXICO), 31/08/2021.- Un grupo de mujeres protesta hoy frente a una oficina de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (México). Varias feministas encapuchadas protestaron este martes en el centro histórico de la Ciudad de México y acusaron a las autoridades del país de perseguir a las manifestantes en lugar de buscar a los criminales. EFE/ Sáshenka Gutiérrez
Foto: EFE

Como se sabe, un gazpacho es un proceso de molturación de varios ingredientes que se funden de tal manera que, excepto por el color dominante de uno de ellos, el resto resulta indistinguible. En esto del conflicto afgano, que se nos ha presentado en plena canícula, todo parece similar a esta elaboración culinaria. Porque mucho tomate y no poco ajo en su meollo tiene el asunto. Y se distingue mal todo lo que lo compone.

Se mezclan mediáticamente, al igual que en el producto universal andaluz y ofrecen una sola imagen que se sirve en frío: la terrible opresión de la mujer afgana. Como si ese fuese el único elemento de indignidad y repulsa posible. Y la opinión pública europea y española se centra en ella como si solo de una cuestión de género se tratase, solo expresada en un país, Afganistán, y únicamente protagonizada por unos radicales islámicos, los talibanes.

Una negociación que comenzó hace tres años en Oslo, y que tiene muchísimos ángulos poliédricos, partícipes e intereses de todo tipo, se presenta como una sorpresiva, imprevisible y mera salida de tropas internacionales dirigida y auspiciada por U.S.A. Todo como consecuencia de una supuesta victoria talibán sorpresiva con nocturnidad y sin pegar un tiro. Las principales víctimas de este desastre son las mujeres, dicen en el colmo de la obviedad. Como si no lo hubieran sido ya desde muchos decenios antes y, desde luego en un espacio mucho más amplio que el de Afganistán. Como si en algún momento en el mundo musulmán el papel de la mujer no estuviese subordinado, limitado o simplemente excluido de la vida política, económica y social.

¿Son talibanes los que practican cada día la violencia de género por ejemplo en España cuya esencia niegan los talibanes de VOX en nuestro país?

¿Hay alguna diferencia entre la qatarí, la de los otros estados islámicos y diversos países de ese entorno? ¿Tienen más derechos el resto de esas mujeres en esos países que las afganas? ¿Son los talibanes los únicos radicales que sojuzgan a las mujeres en el mundo musulmán? ¿Son talibanes los que practican cada día la violencia de género por ejemplo en España cuya esencia niegan los talibanes de VOX en nuestro país? Unificar un drama universal a un solo color, territorio mundial y a los fundamentalistas musulmanes es, como mínimo, una reducción simplista a la que las dinámicas mediáticas actuales nos acostumbran. Cuando no un blanqueo en toda regla de nuestras propias e intolerables vergüenzas.

De manera que independientemente de la necesaria y urgente solidaridad, primero con la evacuación de la población femenina y masculina de ese drama social, cultural, político, humano y de género; y, después, con la previsible crisis humanitaria y geopolítica que este pacto de retirada genera, parece urgente afrontar la dimensión global de la violencia social sobre la mujer en el ámbito mucho más general de auténtica corresponsabilidad europea. Porque más parece una cortina de humo la forma en que se presenta este drama afgano, que blanquea, insisto, no poco al resto de los países donde las mujeres se someten a las mayores vejaciones políticas y sociales y se les excluye de su capacidad de intervenir libremente como seres humanos.

El Segundo ingrediente que me sugiere este collage de impactos mediáticos me lleva al deporte. Mientras que este espanto sucede, varios deportistas de élite, con todas sus familias, mujeres y niños, viven este mismísimo verano una experiencia multimillonaria en sus profesiones, financiadas por estados que someten a las mujeres a esos oprobios. No hay “me toos” para eso parece. Las mujeres que comparten esas experiencias francesas o británicas no tienen nada que decir sobre la situación de las mujeres en los países cuyos estados financian los ingresos astronómicos de sus parejas. No hay una repulsa como en el caso de los diamantes de sangre con respecto al uso de los recursos económicos de esos países para financiar esas vidas de ensueño. Qué cosas.

Un líder del buenismo universal como Pep Guardiola, tan dado a opinar de represiones culturales y nacionales, ¿va a decir algo de esto?

¿El Fair Play financiero de la FIFA y la UEFA y la liga española no podría contemplar el origen de fondos, como sucede por ejemplo en las transacciones económicas para evitar el blanqueo de capitales, a fin de buscar un auténtico equilibrio deportivo? Un líder del buenismo universal como Pep Guardiola, tan dado a opinar de represiones culturales y nacionales, ¿va a decir algo de esto? ¿Messi y Ramos, de lágrima tan fácil y recuperación anímica ultrasónica, van a comentar estos problemitas tan lejanos a sus profesiones pero tan cercanos a sus bolsillos? El silencio del deporte de algo tan injustificable es elocuente. Mejor que no cante Placido Domingo y salvamos el trasero. Claro que cantar ópera es política y el deporte no. No justifico una cosa por la otra. Denuncio las dos por igual. Todo tan sucio que huele fuerte. Demasiado ajo y excesivo vinagre.   

Por último, una reflexión que no sé si es de pan para hoy o hambre para mañana. Resulta que se reclama por parte de una izquierda, poco coherente con su tradición antiimperialista, antifascista y patriota, que los imperialistas de USA y sus lacayos aliados en la OTAN europeos mantengan su intervención en Afganistán para "garantizar la democracia y los derechos de la mujer”. Probablemente los mismos que han estado criticando de forma sistemática la presencia de esas tropas y, en lo que respecta al suelo patrio, específicamente las españolas. Algo habrá que repensar al respecto para no perder tanto aceite.

Leo una misiva frustrada y frustrante de un soldado español que sirvió durante bastante tiempo en Afganistán y otros destinos. Que participó en acciones de guerra. Vio morir a afganos y a compañeros de armas. Como él dice, olió la muerte porque la muerte huele. Y se pregunta dolido cuando ahora las redes se inundan de Twitter y WhatsApp clamando por Afganistán y sus mujeres, qué es lo que pensaban que hacían allí los cooperantes españoles armados para su autodefensa. ¿Solo proteger los intereses del imperio o hacían algo más que es lo que se les reclama ahora con más hipocresía que ira? Solo es por poner también algo de miga.

Un conflicto del que nadie parece recordar que se internacionalizó, hace ya cuarenta años y no veinte, cuando un gobierno laico y progresista, de orientación socialista y protección soviética, fue liquidado por las intervenciones, entrenamiento por la CIA y armamento hasta los dientes, por parte de USA a los llamados “Luchadores por la libertad”, y que, entre sus hazañas posteriores, derribaron la torres gemelas un 11-S y produjeron centenares de muertos un 11-M en las cercanías madrileñas. La memoria histórica es mala de digerir. Siempre.

Entre mis ignorancias voluntariamente asumidas está la geopolítica. Disciplina de especialistas con tales conocimientos de todo lo que acaece en el planeta que no suelen prever con certeza nada de lo que sucede o va a suceder. Algo así como los economistas que para eso se inventaron lo del “cisne negro”. Pero sí de lo que ha sucedido, desde su propia perspectiva ideológica en la interpretación de los hechos. Pero nada como la metáfora de un gazpacho para comprender ciertas cosas o tal vez ninguna. Más o menos como nos pasa ahora con casi todo.

El gazpacho afgano de este verano