jueves. 02.05.2024

Mecha Bickford

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Iba a escribir sobre la lógica vacacional; tal vez aún no me salga del todo de ese camino, al fin y al cabo estoy tecleando esto desde una isla en una hamaca y lo pensé antes desde otra playa, peninsular y norteña. Para quienes somos de la meseta y en concreto de “Madriz” y con la que tenemos allí montada, poner los pies a remojo mientras escuchamos las olas es casi como pintar a finales del s. XIX y estar en un paraíso tropical, sin la malaria y con todo el romanticismo cromático, obviando el colonialismo y la decadencia moral esa. 

Para mí y en este punto de mi vida, vacaciones es sinónimo de ‘sin horario’, que se resume en la frase “no hemos quedao”, sin esa <d> intervocálica que lo envara todo. Al ladito de un faro maravilloso en la costa asturiana, cerca de un food truck con lucecitas bajo una carpa blanca y sentadas en un bala de paja, pensando en la hora de vuelta a nuestro camping playero y salvaje, mi sobrina L me pregunta “¿a qué hora vamos a irnos, tía?”; “pues no hemos quedao, L”, le dije yo. Y así con todo. ¿A qué hora vamos a la playa, a qué hora nos levantamos mañana, cuándo dejamos de pintar, podemos seguir buscando ranas…? ¿Tú has quedao con alguien? No. Pues eso, cariño.

Pienso en el trajín del día a día y me doy cuenta de que también valoro la uniformidad de unas expectativas que siempre se cumplen (y ¡ay! cuando no lo han hecho; casi siempre han sido malas noticias). Al mismo tiempo, me encanta la falta de horario de las vacaciones, que incluye cierto grado de desorden, tan relajante, tal vez porque anula todas las expectativas y es la plena posibilidad. Lo segundo es aventura y lo primero es hogar y ambas son necesarias para mí; no en vano después de correr feliz con la lengua fuera esquivando a otros peques, quien huye de quien se la liga se para en los lugares acordados a tomar aliento y dice “¡casa!”.

Casi cada mañana -casi, porque ahora estoy de vacaciones- leo el periódico. Ojeo más de uno en realidad; voy pasando los titulares y me detengo donde encuentro algo que me interesa. Se confunden estos días el chapoteo en la piscina de los vecinos madrugadores o resacosos, no sé, con un reportaje sobre los fenómenos meteorológicos más inesperados y catastróficos que se recuerdan y que dan fe de que el calentamiento global no es cosa solo de países en vías de desarrollo; o las sombrillas de rayas, con los lamentables y machistas titulares de La Razón o Mediterráneo Digital sobre la genial tenista Paula Badosa. Al comienzo de cada ejemplar de la serie Robot, Asimov escribía: “Hay otros mundos, pero están en éste”. En este punto, el equilibrio mental se trastoca; ni mi rutina es estable ni el mundo en que se desarrolla tampoco. Así que se me quiebra el espejismo y tomo conciencia otra vez de que vamos veloces en una carrera estúpida contra nosotras mismas como especie y como sociedad/es, quemando las naves pero sin la gloria de los libros de texto para dar fe de las heroicidades (como si lo fueran), en una especie de delirio anestesiado sobre qué será lo próximo que se nos venga encima; el sol de calima también ilumina aquí los CIE, además de a los pocos turistas extranjeros que pasean desnortados entre tanto negocio con la persiana echada y un aviso en Google de que el cierre es permanente.

Hoy encontré un artículo sobre Katerina, la nueva novela de James Frey. No la he leído y, por lo tanto, no hablaré de la obra, sino de lo que él dice sobre ella. Parece ser que se fue de viaje iniciático a París, como tantos artistas a lo largo de los últimos siglos, tal vez porque los clichés son piedrecitas blancas en el camino de nuestra educación cultural y emocional y, aunque nos parezca a veces que hace mucho que perdieron brillo, siguen iluminándose si las buscamos; cada une tiene sus mecanismos y herramientas para escribir y, si el muchacho necesitó o quiso hacer un viaje a Europa, pues no me parece el colmo de la transgresión, por más libertina que sea la impresión que los estadounidenses tengan de estas tierras. En todo caso coincido con Frey en que puede que moverse sin rumbo preciso en la era de la hiperconexión atomizada sea revolucionario, aunque se trata de una revolución anunciada por otros artistas como Bradbury hace muchos, muchos años ya. También Borges decía que hay apenas unas pocas metáforas.

Sobre lo de que eso sea vivir y las rutinas no, pues depende del grado de consciencia que imprimamos a nuestro día a día. Yo creo que la vida no se mide necesariamente en adrenalina, vivir es muchas cosas y probablemente lo más importante es que tenga sentido -personal y colectivo- y que ese sentido sea constructivo. Por eso a mí, al contrario que a Frey, me gustan las ciudades limpias y seguras; el “mundo como un escenario” puede ser interesante si esa forma de vivirlo no nos convierte en depredadores desapegados, precisamente porque los decorados no nos interpelen y no tengamos por qué aportarles nada, porque no son reales. 

Si se trata de espacios de ficción ya es otra cosa. Cada artista escribe -y hace bien- sobre lo que le da la gana y como le da la gana. Lo que no hace la ficción es convertirse en prueba de verdad. Si en su novela, como él dice, hay mucho sexo y las relaciones con las mujeres son de mirar y usar, es asunto suyo y de quien quiera leerlo; la buena literatura no se mide por su temática. El salto que da Frey -y que tampoco es nuevo- afirmando que esa es la visión masculina y no su propia mirada heredera del sistema patriarcal heterosexual cis normativo en el que se ha criado y del que nacieron también esos escritores que admira (Miller, Bukowski y Hemingway) no lo comparto si da por hecho que la masculinidad se expresa necesaria y sustancialmente así. Me hace gracia que, en el clima de regresión de derechos fundamentales que vivimos en Europa, sea de forma legal (como en Hungría) o tácita, vinculada a sistemas de pensamiento moral reaccionarios y conservadores, le parezca que él es políticamente incorrecto. Lo triste es que lo arriesgado sigue siendo la diversidad, el respeto a la diferencia, el reconocimiento sin prejuicios de otras identidades como posibilidades de todo.  Lo arriesgado, se entiende, a pie de calle, de esa que en realidad no es un escenario sino un conjunto de latidos. 

Me hace gracia también que hable de literatura masculina. Tal vez no fuera su intención, no lo sé, o tal vez sea capaz de reconocer que la literatura escrita por hombres -mejor o peor- es solo un enfoque, que puede ser diverso, plural y la posibilidad de todo también, y al mismo tiempo no el fiel de la balanza de la literatura; tal vez esa forma de expresarse sea el resultado de que por fin nos vamos dando cuenta de forma colectiva de que el canon literario es parcial y que toda literatura nace con apellidos. Tal vez no. Tal vez ocurra que el público incel se sienta reconocido en esa forma de entender las relaciones entre hombres y mujeres que dice él que es Katerine; lo malo de ese público es que no parece manifestarse en general con criterio suficiente para diferenciar la realidad de la ficción. No somos responsables del todo del impacto de lo que decimos; no del todo. Aunque a mí, desde esta hamaca, me parece que Frey es efectista en sus declaraciones con intención comercial; quién le culpa, con lo difícil que es vender libros. El público que se está buscando, él verá.

Y tal vez se dé cuenta, si consigue realizar su sueño de venirse a España, Francia o Italia una vez su prole sea mayor, de que aquí también impera el capitalismo y de que ese savoir faire del que habla, ese dolce far niente tan atractivo es mucho más sencillo con dinero, que parece que de eso no anda mal. Romantizar es un privilegio, como el mío de escribir estas líneas desde esta playa. 

De todas maneras tengo la creciente certeza de que vivimos quemando una mecha Bickford; nos parece que es larga y eso nos hace sentir egoístamente seguros, pero al final hay explosivos. Las recientes inundaciones en Alemania o China, las olas de calor en Canadá o la inusual alta temperatura en Siberia, la descongelación del permafrost, la desaparición de los glaciares, los incendios persistentes cuya humareda seca la garganta de los estadounidenses de una a otra costa, las migraciones masivas… Mientras, cada vez más violencia sobre personas LGTBI+, sobre las mujeres, sobre personas racializadas. Y este mar de fondo, el arte, la ficción, la poesía, las exposiciones de arte, las reivindicaciones feministas, mi amigo Alberto cuidando de su padre, mi sobrina L al borde del agua, mi hijo y su cometa. Qué contrastes. No sé si siempre la vida ha sido así o es exceso de información. 

Frey quiere no seguir las reglas de nadie; entiendo lo que dice, aunque también creo que la libertad no es en realidad eso y que por aquello de las pocas metáforas y de que todo está inventado y de que vivimos con otres, pues hay reglas y lo de innovar no está fácil, sobre todo si se orienta de forma egoísta, que es un camino muy trillado. A pesar de los contrastes, no se trata de mundos diferentes, se trata del mismo, el único que tenemos, compartido; una red de cuatro dimensiones quemándose de forma cada vez más acelerada. La Bickford se usaba porque era segura, pero sigue siendo una mecha.

(Si en esta lectura ha implosionado usted emocionalmente por el uso arbitrario, inconstante y creativo de la flexión de género, pues tómeselo con calma, que no hemos quedao).

Mecha Bickford