jueves. 28.03.2024

Marruecos: del movimiento del 20F al movimiento popular en el Rif

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En estos momentos todos los que seguimos la política marroquí estamos de acuerdo en que el país vive un retroceso, sin precedentes, en materia de derechos humanos

Ha llovido poco desde que en febrero de 2011 el pueblo marroquí salió a las calles para exigir libertad, dignidad y justicia social. Por aquél entonces muchos en España y en Europa se apresuraron a declarar que el reino alauita era una excepción. Los que defendían esta premisa afirmaron que el régimen marroquí había iniciado una serie de reformas que conducirían finalmente a un sistema democrático. Según ellos, la situación del país era tan compleja que no se podría transitar de un régimen político - donde reina el acaparamiento de poder por un solo sector- a otro democrático, sin pasar previamente por una zona gris. Lo que venían a decir es que todos aquellos que defendíamos una ruptura democrática éramos unos radicales y unos inconscientes.

El argumento principal, aun subyaciendo a él unos intereses inconfesables, era que cualquier movimiento político popular dirigido a introducir cambios políticos sustanciales (alterando así el espacio político e introduciendo nuevos equilibrios en el sistema de reparto de poder) era potencialmente peligroso, y podría acabar en un caos sin precedentes y en unas consecuencias nefastas para todos. Nótese que de lo que se trataba en realidad era defender el statu quo por encima de cualquier consideración. Las demandas del pueblo se convirtieron, en este caso, en un elemento distorsionador y destructor. Las identidades políticas y los horizontes que el pueblo marroquí hubiera podido construir y concebir eran tachados, sin contemplaciones, de infantilismo político y fueron rechazadas de forma automática.

Muchas cabezas pensantes desecharon sin contemplaciones cualquier posibilidad de un debate público y sosegado en el seno de la sociedad marroquí. El marroquí medio no era más que un inconsciente que si se le hubiese permitido avanzar en el camino hacia la libertad, la dignidad y la justicia social (principios supremos de cualquier convivencia pacífica en cualquier sociedad) podría acabar lamentándolo, y por lo tanto había que pararle los pies. Digámoslo así: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Esto se dijo en este lado del Mare Nostrum; mientras tanto, en el otro lado, el Estado marroquí - sintiéndose legitimado - desplegó todo su poder. Como cualquier Estado que tiene el monopolio de la violencia “legítima”, llevó a cabo una campaña de violencia solo superada por los años de plomo de cuando reinaba Hasan II. Dicha campaña tuvo efectos que aún perduran hasta el día de hoy. Está claro que no podemos imaginar escenarios basándonos en hipotéticos escenarios. De lo que no hay duda es que el panorama actual hubiese sido muy distinto.

En estos momentos todos los que seguimos la política marroquí estamos de acuerdo en que el país vive un retroceso, sin precedentes, en materia de Derechos Humanos. En los seis años que siguieron al Movimiento 20 de febrero (20F) ha habido un verdadero terremoto, además de las prácticas habituales como son: la persecución a las organizaciones opositoras, a los militantes de los Derechos Humanos, a los periodistas por expresar una línea contraria a la oficial, a los sindicalistas que denuncian la precariedad laboral, etc. Desde el 28 de octubre de 2016 el día en que Mohsin Fikri, pescador ambulante fue asesinado, triturado en un camión de basura, se han sumado ya centenares de detenidos, todos ellos pertenecen a la zona del Rif, lo que constituye la mayor persecución colectiva desde que esta misma zona sufrió otro castigo colectivo allá en 1958.

Mientras escribo estas líneas, la provincia de Alhucemas está tomada por miles de efectivos entre policías, gendarmes y ejército: 25mil, según los activistas del Movimiento Popular en el Rif. Lo absurdo de esta situación es que a la vez que el gobierno reconoce la legitimidad de las demandas populares detiene a todo el que se atreve a alzar su voz exigiendo su realización. Lo irracional y extraño de esta situación es que mientras el gobierno ha recibido una dura reprimenda por parte del jefe del Estado, Mohamed Sexto, cesando a seis ministros -hecho que muchos consideramos una maniobra para ganar tiempo y así desviar la atención del problema real, además de constituir un reconocimiento implícito de la legitimidad de las demandas que la población del Rif formuló que no son otras que un hospital, una universidad, empleo y la derogación del artículo que declara la región zona militar desde 1958 - los apresados aún siguen bajo arresto, enfrentándose a acusaciones; algunas tan surrealistas como “socavar la lealtad de los ciudadanos al Estado y a las instituciones del pueblo”. Como si la lealtad fuera algo que nos viene dado de nacimiento y no es algo que se construye en el día a día desde las instituciones respetando la dignidad y garantizando los derechos de la ciudadanía. 

Los últimos seis años han demostrado que Marruecos vive una situación realmente difícil, y esto se da no solo en lo político, es decir, en la escena social; sino también en la política, eso es, en lo institucional. El pueblo marroquí vive una verdadera orfandad política. El vaciamiento de la palestra política es abrumador, hecho que ha dejado a la población sin referentes y, por lo tanto, sin identidades políticas reseñables; lo que ha generado una seria crisis política y social.

En la actualidad Marruecos no tiene ningún actor que goce de suficiente capacidad y legitimidad para ofrecer una solución alternativa a la del régimen. Los viejos partidos políticos han ido asumiendo poco a poco los postulados de la élite en el poder hasta prácticamente desaparecer y los pocos que aún resisten ocupan la periferia del sistema y no tienen ninguna capacidad de influencia y, si me apuran tampoco se si realmente tienen la voluntad suficiente para hacerlo, tengo la sensación de que están cómodos en la situación actual y no quieren atreverse “por si las moscas”. Las organizaciones sociales han caído en la trampa de la denuncia permanente; los sindicatos han perdido su centralidad en la gestión de los conflictos laborales (porque mientras sus cuadros han quedado anclados en viejos ideales, sus élites hace tiempo que han sido domesticadas por el régimen). Todo ello ha hecho que la población pierda la confianza en el futuro volviendo así su mirada hacia el pasado: de ahí, el éxito electoral, político y social de los islam político.

Creo que no exagero si expreso mi temor en el futuro. Lo acaecido en el Rif en este último año, ha demostrado que la élite en el poder carece de capacidad de inventiva - e incluso de voluntad - para llevar a cabo cambios que redundan en beneficio de la mayoría social. Marruecos, la excepción del mundo árabe ha naufragado incluso antes de ver la luz y ha quedado hecho añicos. El régimen que reina actualmente en el país ha demostrado su incapacidad para llevar a cabo cualquier proyecto político que no sea la aproximación securitaria.

Me temo que la solución a la actual situación tampoco puede venir de los viejos ideales ni de sus representantes. La construcción de un nuevo sujeto político y social no puede seguir anclada en ideales que han demostrado ya su fracaso. La construcción de una nueva hegemonía o contrahegemonía no puede ser liderada por aquellos que han sido domesticados, ni tampoco por los que no son capaces de superar viejos vicios. Urge construir un frente popular y social que tiene en cuenta que la política ante todo son intereses, a la población ya no le valen grandes discursos o narrativas que no reflejan su sufrimiento y sus deseos anclados estrictamente en sus vivencias. El pueblo marroquí hoy se moviliza por la carestía de la vida; por un hospital ontológico; por una universidad; por el empleo, etc. Todas ellas demandas que reflejan necesidades cotidianas y Derechos Fundamentales a los que subyace un anhelo de democracia y reparto justo de la riqueza.

En Marruecos urge repensar la política y lo político. Urge construir un proceso que culmine en un nuevo pacto social, un pacto que debe ser inclusivo y que tenga en cuenta las necesidades reales de la población. Carece de sentido iniciar cualquier camino sin antes identificar las necesidades reales de la población y sobre todo tener en cuenta que el proceso tiene la misma importancia que el objetivo final. Lo que tenemos que hacer, como pueblo, es iniciar un proyecto común que sea capaz de generar alianzas entre distintos sectores sociales ya que como dijo Nietzsche: “Nadie puede construirse el puente sobre el cual hayas de pasar el río de la vida; nadie, a no ser tú” y, por esto, el nuevo País tiene que ser cosa de todos nosotros y nosotras, y no de unos pocos.

Marruecos: del movimiento del 20F al movimiento popular en el Rif