jueves. 28.03.2024

La economía es una ciencia

La concentración de la riqueza en pocas manos produce sociedades difíciles, enfermas y agresivas.

economia-cienciaResulta al menos curioso pensar en la ineptitud de los observadores internacionales respecto del descalabro social de la Unión Europea. Me refiero a los expertos en materia económica, cuya labor -entre otras- es la advertir cuáles pueden ser las consecuencias de determinadas medidas que se impulsan mediante leyes, decretos y/o rescates bancarios. 

Hasta los más destacados analistas creían que la desigualdad era un fenómeno que afectaba sólo a los países en vías de desarrollo, sumidos en la corrupción e históricamente dependientes. Sin embargo se sabe ahora que la brecha entre ricos y pobres ha crecido significativamente en las nuevas potencias económicas, e incluso en países con estructuras democráticas sólidas y una cohesión social amplia. La novedad es que la desigualdad afecta a todo el sistema internacional; tanto es así, que en el país más rico del mundo la concentración de la riqueza ha llegado a extremos impensados: Sólo en Estados Unidos el uno por 100 de los ciudadanos ha acumulado el 95 por 100 del crecimiento económico total posterior a la crisis del 2009.

El caso de la Unión Europea, con sus 122 millones de pobres, no es un ejemplo menos importante. Más aún si se considera que hasta no hace tanto tiempo atrás, sus líderes se jactaban de haber instaurado un modelo de bienestar y equidad social sin precedentes. Pero la situación es aún mucho peor, ya que se estima que para el año 2025 la UE podría alcanzar la cifra de 146 millones de indigentes, motivo por el cual los mandamases más avispados buscan ya frenar la nueva ola de inmigrantes a los que -aprovechando el tirón de la desgracia económica- endilgan parte la responsabilidad de la crisis que asola a la otrora próspera Europa.

Los argumentos que esgrimen quienes se atreven a relacionar la crisis económica con la avalancha de inmigrantes que los países de la UE recibieron cuando la prosperidad parecía no poseer fecha de caducidad, son siempre los mismos. Las primeras frases esbozadas en la España de Rajoy eran aquellas que sentenciaban que “la culpa era de Zapatero, por haber permitido que entrasen”. Esta patraña, comentada sin tapujo alguno por políticos y ciudadanos de a pie, es la misma que se ha extendido al resto de países de la Comunidad Europea, con mucha más fuerza por estos días, ya que –aunque parezca mentira- todavía existen quienes consideran que gran parte de la culpa de la debacle económica se debe a la acogida de foráneos. Quizás por este motivo la popularidad de los partidos neonazis ha crecido notablemente en toda Europa. Los discursos xenófobos han calado hondo ante la inacción de una izquierda cada vez menos aguerrida. Las consecuencias de esto ya han comenzado a materializarse; aunque la prensa, en su mayoría, aún prefiera no pronunciarse al respecto.

La concentración de la riqueza en pocas manos produce sociedades difíciles, enfermas y agresivas; polarizadas por la tensión entre las elites y los sectores excluidos. La desigualdad rompe las instituciones políticas al reducir la participación de la ciudadanía y concentrar todo el poder en manos de unos pocos. Los avatares de la economía mundial, decidida por un grupo de marmotas con postura de científicos, está ocasionando estragos. Dicho de otro modo, y parafraseando al viñetista francés Stéphanhe Charbonnier, “la economía es una ciencia. Quienes están a cargo de ella son capaces de transformar vidas en mierda”. Y por lo que se observa, nadie podría negar que hay algo de verdad en esta humorada. 

La economía es una ciencia