viernes. 29.03.2024

Entre platos anda el juego

Por Ayoze Rodríguez | Cada mañana me levanto, desayuno un tazón de leche con gofio,  llevo a mis hijas a la escuela y comienzo mi hora diaria de caminata. El tiempo camina conmigo y el mismo avanza llevándome con cada paso al futuro inmediato del que, hoy por hoy, no puedo vivir más lejos.

Metro a metro, reflexiono sobre el porqué una parte de la sociedad  se define como votante de izquierdas pero, por sus actos tan personalistas, individualistas e, incluso, egoístas son más propios de estar vinculados o cercanos a los ideales que, para mí, representan a la derecha. Y cuando llevo más tiempo caminando y profundizando en esa misma reflexión, ronda peligrosamente en mi cabeza el razonamiento que afirma que, con el permiso de quienes teníamos que evitarlo, la derecha ha logrado arraigar en la sociedad uno de los pilares de su ideología; el individualismo liberal, basado en una educación competitiva y en el culto al yo por encima de todo.

La izquierda, esa que tanto quiero y con la que ya hace unos años me comprometí, no ha sabido atajar lo dicho en el párrafo anterior y mucho menos desenchufar el exprimidor que la derecha extrema puso en marcha hace ya muchos años para elaborar el zumo de la desigualdad social, oprimiendo con fuerza la fruta económica de la clase trabajadora para llenar el vaso de unos pocos que, como podemos ver, ostentan cada día más la riqueza del país.

Y mientras tanto, aparecen esas nuevas marcas que empiezan a fabricar un nuevo néctar con un discurso muy parecido a ese anuncio que dice compro aquí porque “yo no soy tonto”, aprovechando la novedad para que una parte importante de la sociedad quiera probar su producto, y de éso, muchos y muchas también somos culpables.

Cierto es que, tras el 20 de Diciembre, tuvimos una oportunidad pero muy a mi pesar, los cocineros de aquel entonces no supieron entender que lo principal de una negociación es llegar a un acuerdo o, tal vez, el ingrediente que ,en el 2006, casi provoca un nuevo golpe de Estado, que aún sigue intentando autoproclamarse nación sin hacer caso a una sociedad que se muestra dividida en este asunto y que cree que lo mejor para nuestro país es renegociar las reglas constitucionales para alcanzar un nuevo producto más solidario para todas las CC.AA,  sea el culpable principal de no haberse logrado un Gobierno transversal y progresista. Porque no es incompatible el sentimentalismo de arraigo regional con el nacional.

La política, más que voces que alimenten los oídos, debe de entender que para ser una herramienta útil ha de poner la mano al lado del oído y escuchar, escuchar para responder y responder siempre con la sensibilidad suficiente para que quienes te están transmitiendo sus inquietudes puedan comprender que los problemas unas veces son fáciles de resolver y, en otras ocasiones, en el caso de que sean posibles, ser todos conscientes de que su solución puede ser mucho más compleja. Eso es hacer izquierda.

No obstante, todo no es culpa de la política. La sociedad también tiene su responsabilidad al haber aceptado el elixir individualista de la derecha abandonando la bebida arraigada de la lucha por lo común que antes disfrutábamos la mayoría y que, ahora, casi se ha convertido en un envase para coleccionistas.

Debemos entender que el movimiento asociativo vecinal debe tener la voluntad de modernizarse, adaptarse a las reglas del siglo XXI y ser esa base que represente a los vecinos y vecinas residentes en un barrio porque la sensibilidad que se recoge en la calle no deja de exponer que ya no hay ese sentimiento de representatividad y ello está condenando a muchos colectivos vecinales a quedar en el olvido o a ser sustituidas por otros métodos participativos diferentes, igual o más efectivos, cuando la perfección sería que ambos modelos se complementaran. No obstante, no podemos generalizar, y por suerte existen esas excepciones que dan esperanza contradiciendo mi punto de vista.

Para derrotar a la desigualdad, todos y todas debemos dejar de comer la ambrosía individualista con la que la derecha nos ha seducido, la izquierda debe rescatar la receta del plato comunitario que nuestros y nuestras predecesores cocinaban y la sociedad debe sentarse a comer y disfrutar del plato más suculento que jamás se ha echado a la boca.

Entre platos anda el juego