jueves. 28.03.2024

Europa, a un voto de distancia

Por Esther Hernández Martín | ¿Alguien cree realmente que por no acudir a votar, Europa va a mejorar...?

Nos parece que queda lejos Europa, pero, hoy día, los kilómetros tienen menos importancia que otros factores. Puede parecernos que llegar a influir en ella es difícil, pero, lo que se decida allí sí que nos va a afectar, acudamos o no a la próxima cita electoral.

Gran parte de los factores que rigen nuestra vida diaria están legislados o marcados por lo que se decide en ella. Incluso lo que se legisla a nivel nacional se mueve en el marco de las políticas europeas, y de ello hemos tenido innumerables ejemplos a lo largo de esta crisis. Aún así, estamos cerca de unas elecciones europeas y muchas personas parecen no tener interés por ejercer su derecho al voto el próximo 25 de mayo. Es comprensible que la Europa que tenemos ahora mismo no nos guste. En su proceso de construcción se ha priorizado una unión empresarial y de mercado antes que una unión social, real y justa. Sobre eso se podría hablar mucho y seguramente, todo con razón, pero la realidad es que la actual Unión Europea está ahí y cambiarla no pasa por ignorarla, porque ella no nos va a ignorar a nosotros. ¿Alguien cree realmente que por no acudir a votar, Europa va a mejorar? ¿Si sólo votara el 10% se solucionaría algo? Hay grandes defensores de esa opción, pero sinceramente pienso que creer eso es una gran ingenuidad y una democracia no se puede permitir una ciudadanía que ande creyendo en milagros. Que dos millones o tres de votantes se queden en su casa, no cambiará nada de lo que está pasando, pero sí pueden suponer un gran cambio, en un sentido o en otro, si votan a algún partido, al que menos les disguste.

El ascenso de la extrema derecha en Europa es claro ejemplo de cómo una población que puede ser mínima con respecto al total de la población europea, se puede convertir en influyente, cuando se mide en términos electorales, contando con un voto fiel, sumado a la inestimable ayuda, para ellos, de la baja participación del resto. Que ese tipo de ideología ocupe el lugar que actualmente ocupa, es tan culpa de los partidos políticos, que no llegan al electorado con sus mensajes, como de los extremistas que utilizan argumentos demagogos, como también, sin ninguna duda, es culpa de los muchos votantes que se quedan en casa y no se pronuncian en ningún sentido. Su postura de brazos caídos ayuda a que los extremistas levanten los suyos sin mayor oposición.

Tal vez alguno/a considere que un solo voto no va a cambiar nada y que no vale la pena ir a votar por cualquier partido, pero lo seguro es que vale más que un voto que se quede en casa. Puede que un voto valga uno entre millones, pero un voto que se queda en casa vale cero. Más allá de debates sobre el sistema o el funcionamiento de Europa, lo que es evidente es que quedarse en casa es la peor opción. Ir a votar no es sólo perder unos minutos para poder opinar, es demostrar que no nos da igual lo que se decida en Europa;  también significa que nos importa lo que se hace con nuestro dinero, con nuestros derechos, con nuestras vidas. En ese pequeño gesto, demostramos que queremos que quienes marquen las directrices seamos nosotros/as mismos/as y no las idas y venidas del mercado. Ese es el primer paso para luego exigir que ese sistema se ajuste y sea digno de nuestro mayor interés y participación.

Parece que el interés participativo es inversamente proporcional al número de votantes y puede ser lógico, porque nos da la sensación de que nuestra opinión influye menos en lo más lejano, pero lo cierto es que a mayor número de votantes más se decide en unas elecciones. Las políticas económicas, laborales, sociales, en un mundo de economía global se quedan pequeñas en ámbitos nacionales. Sí que nos preocupa mucho el proyecto de empleo de nuestro ayuntamiento, pero seamos conscientes de que, en muchas ocasiones, su presupuesto o su funcionamiento pueden venir pautados desde Europa, por lo que no basta votar al mejor alcalde que podamos, también debemos recordar que nuestro voto europeo puede marcar parte de su gestión. Europa esta tan cerca y tan lejos como un voto.

No, no se confundan, no estoy llamando al voto útil; estoy llamando al voto efectivo. El que se deposita en la urna, ése que significa un posicionamiento ante una realidad que, aunque la queramos ignorar o que nos disguste, se va a decidir con o sin nosotros. Yo, prefiero que sea conmigo y con mi opinión. ¿Y tú?

Europa, a un voto de distancia