viernes. 19.04.2024

La dominación social de la nueva burguesía

desigualdad

La crisis económica que la práctica totalidad de eruditos en la ciencia económica dicen que ha acabado, está en la práctica, muy lejos de hacerlo y sus consecuencias se dejarán sentir durante lustros en la vida política, económica y social

Por Mario Regidor | Tengo que reconocer que este título que encabeza el artículo no es mío en absoluto pertenece a un geógrafo francés, Christophe Guillliy. Dicho autor se ha convertido en un escritor que ha sentado cátedra en el país vecino gracias a su libro “La Francia periférica” que ahonda en la brecha que se ha abierto entre la Francia urbana y periférica y que amenaza seriamente con convertirse en algo global, al menos en los países desarrollados europeos, como España.

No obstante, no quisiera detenerme en este punto del libro de un autor que, a buen seguro, dará que hablar y que tendremos que seguir para ver las tendencias sociológicas que se van marcando a corto y medio plazo. Me quiero centrar en otros temas de interés aprovechando la estupenda entrevista que le hicieron la semana pasada en el digital “El Confidencial” en donde ahondaba sobre un tema para mí capital en los tiempos actuales. Me refiero a la desigualdad creciente que se aprecia entre las propias “clases sociales” de un país o, incluso, de una misma ciudad.

Que nada nos lleve a engaño. La crisis económica que la práctica totalidad de eruditos en la ciencia económica dicen que ha acabado, está en la práctica, muy lejos de hacerlo y sus consecuencias se dejarán sentir durante lustros en la vida política, económica y social de los diversos países que conforman la Unión Europea.

Sirva esta pequeña introducción para hablar acerca de la incipiente desaparición de la llamada clase media que todos reconocíamos como propia no hace mucho y que vemos como se va disolviendo como un azucarillo en el café a marchas agigantadas.

Podríamos comentar argumentos ya manidos acerca de la crisis económica y sus consecuencias sobre la sociedad pero no cabe duda de que es un hecho el adelgazamiento progresivo de la clase media que ejercía de colchón entre una clase alta que, en connivencia con los poderes financieros no ha hecho sino aumentar un patrimonio que, por algún lado, tenía empequeñecerse y ha sido por ese segmento medio que, antes era el más numeroso y que ahora ha pasado a engrosar a la clase media baja y, sobre todo, baja.

Lo realmente alarmante del asunto es que lo ha hecho en el plazo de una década. Y recordemos, en política, en economía, en general en todas las facetas científicas y de la vida destruir siempre es mucho más sencillo y lleva mucho menos tiempo que construir. Pueden imaginarse el tiempo que llevará reconstruir esa clase media y, lo más importante, el tiempo que llevará revertir el aumento vertiginoso de la desigualdad social en todas las sociedades desarrolladas, todo ello suponiendo que exista una voluntad política decisiva que empuje en dicho sentido.

Y aquí hemos tocado un punto capital: la voluntad política. ¿Estamos seguros que, gobierne quien gobierne, el camino a seguir, una vez superada (teóricamente) la crisis económica, va a consistir en revertir la situación de desigualdad generada por esta política económica tan equivocada? ¿Ayudarán a este objetivo las élites económicas y políticas causantes de estos desmanes?

Estas preguntas no son baladíes y de su contestación depende, en gran parte, saber hacia qué clase de país y de sociedad nos dirigimos. Lo que me estoy temiendo es que, consciente o inconscientemente, ya todos sepamos a qué clase de mundo nos dirigimos, unos porque son los que, efectivamente, nos dirigen hacia él y los otros, porque les seguimos cual borregos engañados al matadero.

Buenos ejemplos de todo lo anterior, y no me cansaré de decirlo, son el referéndum del Brexit en Gran Bretaña y la elección de Trump en Estados Unidos, y estoy solo mencionando los procesos que han tenido éxito porque, siguiendo con las elecciones, podríamos hablar del pase a segunda vuelta de Marine Le Pen y el Frente Nacional por segunda vez en su historia con la diferencia que, cuando su tío Jean Marie lo consiguió, su partido fue derrotado por Chirac al frente del partido Gaullista por excelencia, el clásico partido conservador francés, en la actualidad su sobrina ha sido derrotada por Macron, un líder político hecho a sí mismo con un partido político creado ex profeso para procurarle una victoria electoral que luego refrendó en unas legislativas que laminaron al Partido Socialista Francés.

Aquí es donde quería llegar yo. Estamos asistiendo a lo largo de esta crisis económica al surgimiento de nuevos partidos políticos que se alejan de los llamados partidos tradicionales en la práctica totalidad de países de la U.E. Y lo más curioso es que, independientemente de la ideología que profesan, su rasgo más común es el populismo, una forma de hacer política que no es nueva pero que, no les quepa duda, ha venido para quedarse, que amenaza con contagiar al resto de partidos históricos existentes hasta ahora y que definirá la vida política a corto y medio plazo.

Y no se olviden, en tiempos de guerras, crisis económica y padecimientos generalizados de la población, máxime si se percibe que la mala suerte y el descenso de la calidad de vida no se reparten de forma ecuánime, el terreno se abona sin problemas para que líderes políticos de verbo fácil y propuestas que insuflen esperanza sin importar si se pueden llevar a cabo o no o siquiera, si son viables técnicamente, sean los que se lleven el gato al agua.

La cuestión es: ¿los llamados partidos tradicionales entrarán en este juego para conseguir votos que se concreten en gobiernos en los diferentes ámbitos territoriales, o recurrirán a la pedagogía para, sin perder sus raíces y su ideología, tratar de ofrecer propuestas realistas a la ciudadanía que no prometan mundos perfectos pero que traten de ayudar a quiénes más lo necesitan?

Yo ya tengo mi respuesta… ¿Y ustedes?

La dominación social de la nueva burguesía