viernes. 29.03.2024

Barcina y Hitler, o viceversa

Las declaraciones de Barcina comparando la sociedad navarra con la Alemania previa a la ascensión de Hitler al poder, me han pillado por sorpresa.

Barcina está de enhorabuena. Por fin se ha reinsertado en las márgenes ideológicas de la democracia aunque considere que solo es democracia aquella titularidad política que otorga una asentamiento sólido al propio trasero

Las declaraciones de Barcina comparando la sociedad navarra con la Alemania previa a la ascensión de Hitler al poder, me han pillado por sorpresa. Primero, porque ignoraba que la experta en alimentos lo fuera también en Hitler, sus circunstancias y afinidades ideológicas posteriores.

Segundo, porque desconocía que Hitler fuera un personaje que no formara parte de su agenda mental positiva, poblada por ilustres prendas como Franco, en fin, por tipos privilegiados que, mientras tuvieron el poder, el resto los consideraba manos providenciales para la marcha de la Historia, en general, y de la Filosofía propia, en particular.

Tercero, porque no tenía ni idea que Barcina conociera con tanta profundidad manifiesta la ideología del nazismo, los principios de Goebbels y su puesta en práctica por parte de Hitler y sus secuaces.

Por tanto, y en conclusión, bienvenida sea al club la señora Barcina. Porque, ya perdonarán el exabrupto, consideraba que Hitler era un personaje de su devoción ideológica más íntima. Entiéndaseme bien, solo para pensar  en él privadamente, como hacen otros con el catalán cuando se encuentran solos en el baño y con una revista de Patufet.

Barcina está de enhorabuena. Por fin se ha reinsertado en las márgenes ideológicas de la democracia aunque considere que solo es democracia aquella titularidad política que otorga una asentamiento sólido al propio trasero, pero que cuando soporta el de los demás es una pésima representación democrática de aquella organización que inventara el griego Clístenes, y que en la actualidad parece haber tenido el gusto de conocer otros culos que le den vida y movimiento.

No debe asustarse por ello.

Barcina parece haber emprendido el buen camino de Damasco que le conducirá, también, seguro que sí, a renunciar de aquellos referentes que de algún modo u otro siguen alimentando el navarrismo del que hace gala y que no es sino una manera artera de un franquismo camuflado, por no decir fascismo.

Nunca es tarde para renunciar a Hitler. El siguiente en el escalafón del despecho tendrá que ser Franco. Si no es así, la desconfianza en su sinceridad será absoluta. Le queda por denunciar a Franco y a quienes en su navarrísima Navarra elevaron a Hitler como categoría universal de la representación política. Recuerde, sin ir más lejos, que Franco, en la mesa de su escritorio donde despachaba sus órdenes y penas de muerte, presumía de una fotografía dedicada de Adolfo Hitler.

Así pues, si Barcina desea que el mundo entero crea que su odio a Hitler es de buena calidad –la misma que el odio que tiene a la gente de Bildu-, tendrá que esforzarse un poquito más. Tendrá que denunciar aquellos componentes históricos que mantuvieron alguna connivencia con el nazismo, no abertzale precisamente, sino navarrista y de las jons. Esta desafección podrá hacerlo sin problema, porque bien sabe que está de moda el carácter retrospectivo y diferido.

Como quiera que su memoria sufrirá perenne amnesia –ya demostró en el affaire de las dietas de la CAN que su memoria es muy selectiva-, y su sensibilidad actual no se lo permitirá, un servidor le ayudará a recordarle hitos de esa connivencia del navarrismo con Hitler y la madre que lo trajo al mundo.

Diario de Navarra ha sido la quintaesencia de ese navarrismo de la que Barcina hasta la fecha se ha sentido la reina mora. Pues bien, recuerde el alma dormida de doña Yolanda esa parte de la historia de dicho papel, este papel que tanto ha hecho por su carrerón político, y en cuyas páginas se vitoreaba constantemente a Hitler, y a quien los prebostes de dicho papel, léase Consejo de Administración, y su director Raimundo García, alias Garcilaso, invocaba como el gran Guía Espiritual de Europa.

Desde el primer momento en que el Führer se hizo con el poder, excitó en el periódico muestras de aplauso y de pleitesía de sacristán. Tanto es así que no mostrará inconveniente alguno en reproducir las crónicas que desde Berlín enviaba un tal Hans von Stuner, y donde no perdía ocasión para elogiar la política de Hitler. El propio Garcilaso no se ahorraba el incensario para destacar el progreso de la economía alemana y el modo en que la dictadura de Hitler “vuelve a convertir al Reich en aquella colmena laboriosa y avasalladora” (DN. 23-VI-1933).

El 28 de septiembre de 1937, el Diario, alborozado, escribirá en grandes titulares: “Entrada triunfal de Hitler y Mussolini en Berlín. El eje Berlín-Roma es indestructible. Ambos Caudillos ponen de relieve el espíritu creador del Fascismo y Nacionalsocialismo y afirman su voluntad de colaborar con los demás pueblos y de luchar por la cultura y civilización europea contra el comunismo”. El 2 de octubre del mismo año sentenciará el visionario Garcilaso: “Empieza una nueva época en la historia europea” (Diario, 2-X-1937).

El 2 de mayo de 1945, conocida la muerte de Hitler, le dedicará la siguiente necrológica: “No creo que pueda sorprender el que se diga que aquí nos entristece profundamente esa noticia como nos entristeció la del fusilamiento de Mussolini en circunstancias atroces que llevaban el sello del comunismo asiático. Muere Hitler entre los escombros hacinados de Berlín, cuando la siniestra bandera de la hoz y el martillo, nobles instrumentos de trabajo transformados en odio por el Comunismo soviético, ondean sobre las ruinas humeantes del Reichstag donde Hitler anunció un día que el pueblo alemán se opondría a los bárbaros designios del Kremlin de dominar Europa. Estos dos hombres (se refiere a Mussolini y Hitler) titanes que lucharon –para nosotros es lo esencial- contra el comunismo soviético y que en la tremenda lucha han caído, pronunciaron muchas veces el nombre de nuestra Patria con acentos de admiración y de amor. Muertos ambos, no puede sorprender a nadie que en tal momento pronunciemos nosotros sus nombres con amor también y pidamos por sus almas a Dios. ¡En nuestra caso lo que sorprendería sería no hacerlo! Detrás de esos estandartes y de los nombres que sean, seguiremos nosotros con la misma firme voluntad, ¡así Dios nos permita mantenernos con que venimos combatiendo el comunismo soviético, intrínsecamente perverso, desde hace veinticinco años!”.

En fin. Alegrémonos de que a Barcina le haya llegado la hora de la reinserción democrática. Ha empezado bien. Solo le falta continuar en la misma senda condenando públicamente a quienes fueron nazis aunque se llamasen navarristas. Empezado por los de casa y siguiendo por Franco, esa figura tan nefasta y tan cruel como Hitler.

Barcina y Hitler, o viceversa