jueves. 28.03.2024

La Gran Revolución de Octubre

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La revolución rusa de 1917, que este año cumple un siglo, comenzó con la llegada de Lenin al liderazgo de un imperio en transformación

El mes de octubre nos ha traído una serie de revoluciones, de distinto calado y repercusiones en la historia. Me refiero a la «Revolución de Octubre» por antonomasia, la que eliminó el imperio de los Romanov y propició el ascenso al poder soviético hasta 1991. También destaco nuestra revolución de octubre, la de Asturias y la represión política y social que se produjo. De otra forma y sin forzar mucho la idea, lo que sucede en Catalunya, con la posible e inminente declaración unilateral de independencia, podríamos entenderla como su revolución o proceso de sedición.

La revolución rusa de 1917, que este año cumple un siglo, comenzó con la llegada de Lenin al liderazgo de un imperio en transformación. La primera guerra mundial sometió a tensiones brutales a la sociedad rusa y provocó la revolución, que acabó con la autocracia zarista, transformándose en una república federal socialista; una sociedad de campesinos empobrecidos se elevó a la condición de gran potencia industrial. La economía fue centralizada por el Estado y el poder político quedó en manos del Politburó, estableciéndose uno de los regímenes totalitarios del siglo XX, hasta finales de década de 1980, cuando Mijaíl Gorbachov, trató de reformar el Estado con la perestroika y glásnost, por salvar a la URSS de una grave crisis social, económica y política, provocándose finalmente la desintegración en 1991.

El fracasado levantamiento que siguió a la guerra ruso-japonesa de 1905, trajo la Revolución de Octubre de 1917. Todo comenzó el «domingo sangriento» el 9 de enero (22 del calendario actual) en San Petersburgo (después llamada Leningrado), cuando 140.000 hombres, mujeres y niños, la mayoría campesinos, se manifestaron ante el Palacio de Invierno. Demandaban una asamblea constituyente, reducción de la jornada laboral a 8 horas y un salario mínimo diario de un rublo. La manifestación se desarrollaba ordenadamente, portaban iconos y entonando el himno «Dios salve al zar». La represión a los manifestantes desarmados dejó cientos de muertos y miles de heridos. Lo sucedido indignó a millones de trabajadores que se declararon en huelga y en muchas ciudades brotaron consejos locales del pueblo (soviets).

La reacción del zar fue despiadada. Al principio buscó el apoyo popular de los soviets, luego arrestó en masa al Soviet de San Petersburgo y aplastó un levantamiento armado en Moscú. Intentó pacificar Rusia con El Manifiesto de Octubre (Decreto Imperial de 30 de octubre de 1905), que concedía a la población la libertad civil, «establecía la inviolabilidad personal, las libertades de conciencia, de reunión y de asociación». Y declaraba no obstaculizar las elecciones a la Duma Imperial, estableciendo que «cualquier ley no será efectiva sin la sanción de la Duma».

Lenin fue el artífice de la revolución. Adaptó la tesis de Marx a la realidad rusa, y organizó las bases del Estado. En abril de 1917, Vladimir Ilyich Ulyanov llegó a Rusia de incógnito desde Finlandia. El líder bolchevique llevaba tres demandas: «El final de la guerra; Toda la tierra para los campesinos; Todo el poder para los soviets». El zar había abandonado el trono, víctima de su propia política y Lenin consideró que era el momento de tomar el poder. El movimiento obrero, en nombre de la paz y el socialismo alcanzó la victoria y cumplió su misión, comenzando la era de la Revolución Socialista.

El creciente protagonismo de los consejos locales, creó en Rusia una dualidad de poderes: el legal del Gobierno Provisional; y el real de los soviets liderados por Lenin. La caída del Gobierno Provisional de Kerensky se consumó tras el «Asalto al Palacio de Invierno» en San Petersburgo el 25 de octubre de 1917. Los soviets se habían apoderado de los puntos estratégicos de la capital (central telefónica, estaciones de ferrocarril, edificios oficiales). El crucero Aurora, anclado en el puerto, bombardeó el palacio. Se constituyó un Consejo de Comisarios del Pueblo, formado por bolcheviques y presidido por Lenin, que sustituyó al gobierno derrocado. La revolución soviética comenzaba.

Los vientos de cambio que soplaban desde el verano, comenzaron a plasmarse en poder institucional. Bolcheviques, socialrevolucionarios de izquierda y mencheviques internacionalistas tomaron el control de los diferentes sóviets de Petrogrado, que el 25 de septiembre, eligió una nueva dirección de izquierda radical, y León Trotski, que había salido de la cárcel el 4 de septiembre, se convirtió en su presidente

En noviembre, los bolcheviques tenían el control de las principales ciudades de la región industrial del centro, norte y este de Moscú, en los Urales, en las partes más cercanas al frente y entre los marinos de la flota del Báltico. Derrotados sus adversarios militares, asegurados los principales centros de poder, Lenin y los bolcheviques pudieron dedicarse a temas apremiantes: conseguir la paz, atender a las reformas radicales que había reclamado el movimiento de los sóviets y reorganizar el poder.

A la revolución, siguió una cruenta guerra civil, en la que las potencias occidentales se implicaron para frenar el avance de la revolución bolchevique. La desorganización y desunión de las fuerzas contrarrevolucionarias, el poco o nulo apoyo social y la capacidad del ejército bolchevique que lideraba Trotsky, acabó por darles la victoria. Tras tantas batallas (Primera Guerra Mundial, Revolución rusa y guerra civil), la pobreza hizo acto de presencia. La producción agrícola había caído desde el principio de la Primera Gran Guerra un 60%; la industrial estaba a un 15% de su rendimiento y el hambre se expandía por todo el territorio. El país necesitaba medidas económicas capaces de levantar la economía y estimular la actividad industrial y agrícola.

Ante la difícil situación económica, Lenin aplica unas leyes conocidas como Nueva Política Económica (NEP). La revolución había logrado sobrevivir, pero a costa de un enorme coste. La emigración al campo y el despoblamiento de las ciudades era galopante y el nivel de vida de la población estaba bajo mínimos. El invierno de 1920 y 1921 se caracterizó por su extremada dureza y junto al hambre causaron más de dos millones de muertos. La rebelión de la guarnición de la fortaleza de Kronstadt (Báltico), descontenta con la situación económica y política imperante, supuso un serio aviso para los bolcheviques, cuyos líderes vieron necesario un cambio de tendencia.

La NEP constituía un sistema transitorio y mixto, un «obligado paso atrás» en el que la economía permanecería bajo la dirección y planificación del Estado, secundada por la iniciativa privada. Cesaron las incautaciones de granos a los agricultores y se les concedió la libertad de cultivar y vender libremente, después de aportar una cuota obligatoria al Estado. Se flexibilizaron las relaciones laborales. Se contrataron técnicos extranjeros y se permitió la propiedad privada de pequeñas y medianas empresas. El Estado mantuvo bajo su control los transportes, el comercio exterior, la banca y las grandes empresas. La NEP sobrevivió a Lenin, hasta que Stalin puso fin al Sistema en 1928-1929, siendo sustituido por la «estatalización» de la economía.

La diversidad en el seno del partido bolchevique quedó restringida a una sola línea oficial y los partidos y organizaciones políticas quedaron abolidos. La URSS quedó constituida en diciembre de 1922 como una federación de repúblicas socialistas soviéticas integrada por Rusia, Ucrania, Bieolorusia y Transcaucasia (Georgia, Azerbaiyán y Armenia) con capital en Moscú. En 1924 se adhirieron Uzbekistán, Turkmenistán y Kirguistán y en 1929 Tadzikistán. Se trataba de un Estado plurinacional y multiétnico, regido por el PCUS como partido único. El Soviet Supremo era el órgano legislativo y elegía al Presidium, cuyo presidente era el jefe del Estado.

Lo que pudo haber sido un modelo a implantar universalmente, quedó marcado por el pasado de Stalin, los campos de concentración y el KGB. Por el contrario se produjeron logros espectaculares. Las leyes reconocían el valor del trabajo y la capacidad de la mujer con las mismas oportunidades laborales. Los ciudadanos no eran dueños de los bienes materiales, a cambio, contaban con una gran red de transporte público eficiente y de calidad. Desde el primer momento, la educación fue una pieza fundamental y de calidad, garantizada para todos y sin discriminación. La salud fue un derecho, quedando cubiertos la mayoría de procedimientos y medicamentos. Especialmente importantes fueron las políticas de vacunación y de desarrollo de la salud infantil.

Las ideas políticas provocaron que la URRS ayudara a muchos países en vías de desarrollo con el objetivo de que se enfrentaran a la ocupación colonial y se consolidasen como estados independientes. Destinó mucho tiempo y dinero a proyectos de cooperación que les permitiera establecer ayudas y relaciones diplomáticas. La Revolución de Octubre fue desde su primer momento un referente del movimiento obrero internacional e internacionalista y de las organizaciones socialistas que no claudicaron al belicismo y las ansias de conquista de los poderosos. El criterio para valorar los hechos históricos, debería ser por la bondad o maldad de su esencia. Y la esencia de la Revolución Socialista fue mejorar la suerte de los parias de la tierra.

Un 25 de diciembre de 1991, Gorbachov anunció en un discurso televisado el fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se disolvía entre asombro y escepticismo. Un coloso que parecía eterno llegaba a su fin. La bandera roja fue arriada en el Kremlin e izada la tricolor de Rusia.

También en España tuvimos nuestras revoluciones, en los años 1917 y 1934. Pero los acontecimientos que se vivieron en Asturias en 1934, merecen un capítulo aparte. Continuará…

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