jueves. 28.03.2024

Protectores

-¡Qué serio eres, hijo! soltó al mirarme.

–Las apariencias engañan, me vino la respuesta a la mente, que no a la boca. Contención verbal  fruto del andar la vida. El gesto serio de la cara ha sido, y seguirá siendo hasta el final del trayecto, mi protector de pantalla.  ¿Defensor de la intimidad, del recoveco vulnerable a las intromisiones ajenas, simple resguardo de  timidez? O quizás al ADN. Puede que en algunos de sus segmentos se ha agazapado el gen de un bisabuelo de apariencia adusta que la utilizó como mecanismo de defensa de no se sabe qué.

En horas próximas a la madrugada debatía con mi hijo pequeño los nuevos procesos de socialización a través de las redes sociales. Defendía él que las relaciones que se establecen a través de este medio –con todas las cautelas precisas- son más rápidas y sinceras que las del cara a cara porque el interlocutor está desprovisto del revestimiento físico que obra de escudo protector y que, además, puede generar  rechazo a primera vista sin siquiera intercambiar palabra alguna.

Recordé, como similitud,  alguno de los interminables viajes en tren de mi juventud…y más allá, en los que a algún desconocido, desconocida casi siempre, hacía partícipe –y también viceversa- de intimidades que a los allegados jamás hubiéramos desvelado. Y todo porque en llegando a la estación de destino  nunca volveríamos a encontrarnos, retornando cada cual  a su caparazón cotidiano para seguir con el proceso de socialización al uso.

-¡Qué serio eres, hijo!

-Pero sin ropa gano mucho.

Y sonreí.

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