viernes. 19.04.2024

Pesares

Las palabras pesan. Su peso específico está en función de la imagen que evocan, principal componente.

¡Me gusta mi clavel! ‘clavel’, quizás por su aroma, tiene un peso liviano, evanescente, casi. ¡Me gusta mi carnicera! ‘carnicera’ oficia de alud, desprende una circunvolución cerebral y la arrastra a lo largo de la espina dorsal –que se decía antes- hasta los hondones, dado la multitud de imágenes que puede despertar.

En lo de las palabras, siempre, lo he tenido claro. Pero ¿y las miradas? ¿Pesan?

En mi pequeño mirador hacia la calle tengo ubicada una mesa inestable, de Ikea; sobre ella se posa mi portátil. Sentado en un cómodo sillón transfiero lo escrito desde el cuaderno urbano al procesador de texto. En las pausas del pensar sobre lo transcrito, en busca del sinónimo huidizo o simplemente descansando, poso la mirada sobre el discurrir de la vida bajo mi balconcillo.

Hoy ha sido uno de esos días. Pasa una mujer. Camina en paseo abstraída en su pensar. Independiente del entorno. Y entonces, cuando apenas llevo mirándola unos pocos segundos, enlentece el paso, se atusa el pelo, mira de soslayo…siento que ha sentido el peso de la mirada, mi mirada, y que si continuo mirándola elevará sus ojos hacia el origen, los míos, que aparto con presteza. De reojo contemplo como reanuda su ritmo de paseo íntimo.

¿Casualidad? ¿Intuición? ¿Sensibilidad a flor de piel de la paseante? Retorno a mi escritura pero un run run interno me hace repetir la experiencia. De nuevo quien transita la acera es también mujer. Quizás más joven que la anterior. Miro fijamente el pañuelo coloreado que cubre su cabeza. En acto reflejo de estímulo – respuesta, diría,  se lleva una mano hacia él y se lo ajusta, lo ahueca y, con disimulo, se gira mirando tras de sí…

Puedo asegurar que en ambas ocasiones la mirada salida de mis ojos ha sido neutra. La primera vez incluso distraída, atrapada por el movimiento de la transeúnte. La segunda, aunque intencionada, carente de emotividad, por lo que deduzco que la distancia que separa el mirador del asfalto las ha dotado de peso que, al llegar a su destinatario, carga sobre su cuerpo haciéndose sentir.

¿Será correcta la conclusión? ¿Y si la mirada es horizontal en lugar de vertical? ¿Pesará menos? ¿A mayor altitud más pesar? ¿Será un mecanismo de defensa innato? ¿Cuándo y por qué se gestó? ¿Sucederá lo mismo si el mirado fuera hombre?

Corro las cortinas y continúo con mí escribir. ¡Qué pesares, por Dios!

Pesares