viernes. 29.03.2024

No necesitamos minas, necesitamos una tierra sana

No podemos dejar pasar por alto, en la medida de nuestras posibilidades, la conmemoración del día 5 de junio dedicado al Medio Ambiente. No se trata sólo de que coloquemos los desperdicios domésticos en sus correspondientes cubos y bolsas de basura para separarlos, y que luego venga un camión, los recoja todos juntos y ¡ale!, lo eche al furgón para ahorrarse trabajo, y luego... Ese luego es el tema, la industria.

No me cansaré de escribir sobre dos problemas que sufre estúpidamente nuestro mundo: la contaminación, y la guerra, ambos por culpa de la industria. Dos problemas provocados por el hombre que perjudican a la humanidad y el medio en el que vive. Dos situaciones que se han dado a lo largo de la historia, pero que nunca han sido tan absolutamente destructivas como en la actualidad. Ambas dejan rastros de muerte irremediables. Por eso quiero aprovechar este día del Medio Ambiente, cuyos actos de homenaje y recordatorio se celebran este año en Canadá, para insistir sobre el respeto a la naturaleza. Lo hago como continuación y conclusión de la serie de reportajes que últimamente he venido difundiendo desde estas páginas sobre los atentados ecologistas que se proyectan en las tierras de Ávila, y en otras de esta hermosa y querida España, presa de la codicia de empresarios sin escrúpulos, en connivencia con políticos con menos escrúpulos, que hacen de la ley su sayo y ofrecen riqueza y empleo de donde creen que van a sacar riqueza a costa del mal empleo. Un trabajo indigno de la condición humana, que para más inri será tan precario, arriesgado y temporal, que degradará en grado sumo esa condición, hasta anularla por la enfermedad y la muerte. No quedará vida, sino un rastro de escombros y charcas sucias junto a jirones del otrora paisaje natural. Es la consecuencia de abrir minas a cielo abierto para extraer lo que la naturaleza oculta.

Eso pretenden nuestros administradores en diferentes zonas de España con el medio centenar de proyectos de explotación de minas a cielo abierto de feldespato en las tierras de Ávila, y  wolframio, uranio y otros elementos minerales en otras Comunidades Autónomas. Contra ellos se han levantado y continúan en pie de guerra los pueblos afectados, pero parece que a estas conciencias sin escrúpulos y sin sentido de la auténtica administración común para la que fueron elegidos, siguen en sus trece, haciendo oídos sordos a las protestas. Son estúpidos por dos razones: primera, por pretender que la gente se crea que benefician al pueblo; y segunda, por creer que a ellos, a esos políticos y a sus hijos, no les afecta la degradación ambiental, estudiada y vaticinada por los expertos. Y uno no puede por menos que pensar que tanto interés en contra de todos los vecinos y los científicos, que han presentado sus alegaciones y estudios con las nefastas consecuencias detalladas, tanta obstinación por parte de estos políticos, pobrecitos y miserables ellos, no es sino por su propio interés y su beneficio, que, de seguro, sacarán a través de tales  concesiones.    

Este año el lema, elegido y más votado por la gente de diversos países, es “Estoy con la Naturaleza”, resumiendo en esta frase el compromiso que debe adquirir el ser humano con su entorno como parte implicada en su conservación.

“El corazón de la Tierra”

Y aprovechando la celebración de este día, sabedor de que una imagen vale más que mil palabras, y de que sobre ecología está todo dicho, pero muy poco hecho en cuanto a su mantenimiento, y mucho en cuanto a su degradación, me gustaría aconsejar al lector la visión de una película, que por su denuncia, ha sido escasamente publicitada y difundida, pèro que están dando algunos canales televisivos. Ha sido poco divulgada, como todo buen cine, sobre todo, porque, además de calidad, conlleva clara denuncia, y de la que desde NT, amantes del cine, queremos hacer partícipes a los lectores. Su título, “El corazón de la Tierra” una película de 2007, dirigida por Antonio Cuadri; producción hispano-portuguesa, con participación de Gran Bretaña, que de seguro no le dejará indiferente. Su argumento reproduce parte de nuestra historia y de la lucha de nuestros compatriotas contra la explotación natural y humana en las antiguas minas de Río Tinto, en Huelva. Una película que narra la matanza de 1888, en esa zona del sur peninsular, ante las huelgas de los mineros y sus familias. Retrata impecablemente un trabajo degradante y un paisaje degradado que podría ser el mismo que siglo y medio después puede reproducirse en las zonas de Avila y otros lugares, ante las minas de feldespato o uranio que pretenden explotar. La cinta está rodada en los lugares donde sucedieron los hechos, y es de un realismo sobrecogedor con una fotografía impactante. Y además, muy entretenida.

Han pasado los años y la historia sigue. Como dijo Nietzsche, es un eterno retorno. Parece que el humano es cada vez más estúpido, da importancia a cosas que no la tienen menospreciando su vida, jugándose el futuro, tan necio que confunde, como dijo Machado, valor por precio. En este caso, el precio es muy alto por algo que no tiene valor, más valor tiene la vida y la conservación del medio ambiente. No necesitamos minas, necesitamos una tierra sana que no sea alterada por irresponsables explotaciones mineras, una actividad que debiera estar desterrada desde hace mucho tiempo. El oro es una quimera; la plata, un brillo fugaz; el uranio, una mierda; el feldespato, una baratija; el cinabrio, el plomo, el zinc, el petróleo, el azufre... los “ríos tintos”, cobrizos, y demás aguas coloreadas, olorosas y sabrosas, nos matan; nos lloverán del cielo lluvias ácidas y lenguas de fuego, como en el terrible Apocalipsis, Sodoma y Gomorra... El estremecedor paisaje de la película. ¿Qué comeremos cuando no haya huertas? ¿Qué beberemos cuando el agua no sea potable? No quedará nada, ni una estatua de sal... ¡¿Tan necios somos los humanos?!

No necesitamos minas, necesitamos una tierra sana