jueves. 18.04.2024

El misterio de Fátima y las pensiones

Los jubilados habrán recibido en su domicilio una carta del gobierno, y habrán temido lo peor, a sabiendas de que nadie, excepto los bancos y la administración, con sus multas y apercibimientos, escribe cartas, y menos todavía a los viejos, que por no tener, no tienen ni novia que se acuerde de ellos, ni perro que les ladre. Muchos se habrán llevado una sorpresa al abrir el sobre pensando lo peor, que el gobierno les retiraba la pensión. Tanto vienen amenazando, que si llega una carta de estas que manda el Ministerio de la Seguridad Social, quien más quien menos, pensará que es la comunicación definitiva de que debido a la crisis, el desempleo, la multa de la UE, las obras inútiles, el dinero B y las tarjetas black, las tramas y los tramos de pago del rescate de las autopistas, de los aeropuertos sin aviones y de los veloces trenes sin viajeros, junto al copago de los medicamentos, así como el hurto de esa hucha dedicada a esto, o cualquier otra excusa para seguirles robando, se van a quedar sin pensión. ¡La catástrofe! 

Pues no señor. No era carta de malas noticias, ni de amenazas. Tampoco es que haya sido una felicitación de navidad, que ya pasó, y el gobierno no está para felicitaciones, bailando como está en la cuerda floja con el palo de Europa en el culo, la mano derecha del PSOE en sus posaderas, y, enfrente, otros elementos que amenazan su endeble estabilidad. No ha sido una carta ni de amenaza ni de anulación de la pensión. ¡Uf! Ha sido peor. Ha sido una carta de insulto, un desprecio a la inteligencia y a toda una vida de lucha, de trabajo y de producción para que este país progresara. Mejor no la hubieran mandado, aunque empiece reconociendo la dichosa carta que hemos progresado por “el esfuerzo de todos los españoles”. Menos mal. Claro que cuando nos topamos con la administración, una administración concebida y desarrollada actualmente con los mismos parámetros franquistas de hace 80 años, de control y castigo, y no al servicio del ciudadano, que la paga y mantiene, descubrimos que sus caminos son inescrutables, sus decisiones, incorregibles, y sus funcionarios, inmutables. Una administración que, ante lo urgente, acumular dinero (fiscalidad), no ve lo importante, administrarlo equitativamente (estado de bienestar). 

Cuando uno se enreda en un Ministerio, parece que lo ha hecho en un misterio, y si hace referencia a la cosa social, se podría calificar como el Misterio de la Inseguridad Social. Hasta este extremo ha llegado por culpa de los ineptos que nos gobiernan desde hace tiempo. Y si encima está Fátima por medio, pienso que se trata del mismo misterio de Fátima, cuyo desvelamiento solamente puede descubrirlo el Papa, que para más señas, a sus 80 años, sigue sin jubilarse, el pobre (quizá no ha cotizado como para que le quede una pensión decente, ya se sabe cómo son los que confían en la Divina Providencia).

Dicho esto, prefiero aplicar la sorpresiva y susodicha carta al milagro de Fátima, y no a un insulto de la ministra, que ya se sabe que los ministros no insultan, educados como son. Apalean. Dentro y fuera del Congreso, si alguien les pide cuentas o les critica.

Con la bendición, pues, del Papa, pasemos a desentrañar este misterio de la carta de Fátima a los pobres pensionistas, sostén de muchas familias, como cuidadores de nietos, hijos, yernos y nueras; o dependientes que se defienden como pueden, porque la administración se salta la ley a la torera. Es la edad de la dependencia por excelencia: dependen de todo, incluso de las medicinas, si quieren vivir dignamente; y a la vez, de ellos dependen otros muchos, familias enteras, porque no hay administración que les dignifique, ni a chicos ni a grandes, ni a viejos ni a jóvenes, preocupada en otros menesteres y dedicada a lo urgente porque no sabe qué es lo importante.    

Se deshace la susodicha, carta y ministra, en elogios a “nuestro sistema de pensiones... (que) seguirá mejorando porque constituye nuestro más importante patrimonio social y merece todo nuestro respaldo”. ¡Toma allá! Como la hucha del nene en la que cuando falta “dinero suelto” para el pan, se echa mano de ella. Cómo no se va a cuidar, si hasta ahora ha sido el recurso para que el gobierno metiera la mano, no para comprar pan, sino para otros menesteres, que no son precisamente para dar de comer al hambriento. No me extraña que a este paso peligren las pensiones y sea imposible una subida decente, equiparable, solamente equiparable, al IPC, no ya al coste de la vida o al porcentaje que ellos estiman para su sueldo o sus viajes (que este año pasado han llegado a costar -gracias al esfuerzo de todos los españoles- casi cinco (5) millones de euros). Es que sus señorías viajan en primera clase, que para los viejos está el “Inserso”, y para eso no necesitan más subida del 0,25%, anunciada y pregonada a los cuatro vientos y por las cuatro esquinas del papel de esa insultante carta, firmada por Fátima Báñez García, cuyo misterio les acabo de desvelar. 

Como si la pensión fuera una dádiva, un sueldo que generosamente da a los jubilados nuestro magnánimo gobierno. La pensión es el resultado de haber arañado al salario un porcentaje alto cada día, cada año, sudor a sudor, durante toda una vida de trabajo y esfuerzo, para ir amontonándolo cuando ya no exista ese salario. Es una hucha, una hucha de sangre, sudor, y lágrimas en la que ningún gobierno tiene derecho a  meter mano, porque no es suya. Y anunciar que se sube un 0,25 % es un insulto; mejor sería callar cuando sus señorías, con media docena de años cotizados, tienen toda la pensión asegurada, la más alta, para toda su vida; o se suben el sueldo, de por sí diez veces mayor que la media española, mientras discuten si suben los salarios unos céntimos, y no se atreven a meterse con las grandes empresas y bancos que sangran al trabajador, al productivo y al que ya ha cumplido su ciclo, o no puede trabajar. No es dádiva, ni limosna, sino ahorro, y al menos debería tener de subida el mismo porcentaje que el dinero ahorrado. El 0,25%... Métaselo por el..., y límpieselo con la... Dicen los viejos. Y saben por qué lo que dicen. 

El misterio de Fátima y las pensiones