jueves. 28.03.2024

La identidad de la ciudad

En Madrid, igual que en otras ciudades de la vieja Europa, se han venido sucediendo en los últimos años estos atentados a la identidad.

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“No se puede permitir que la ciudad pierda elementos que la definen e identifican, y con ellos roben también a los habitantes su identidad”

Cuando el viajero regresa de un lugar y comenta algo sobre el mismo, o cuando el lugareño quiere definir su ciudad, echa mano de aquello más sobresaliente, lo que todo el mundo conoce o aquello que mejor la identifica: París por la torre Eiffel, Roma por el Coliseo, Segovia por el acueducto, España por el sol, Londres por la niebla, Venecia por los canales, Noruega por los fiordos... Cada lugar tiene algo propio y característico. Su postal, esa foto que aparece en todas partes. En el caso de las ciudades esos elementos las definen y las bautizan. Al menos así era hasta ahora en que la globalización, parece ser, va uniformándolas. Sucede sobre todo con las antiguas poblaciones, que de pronto han crecido, y de calles laberínticas que mantenían su trayectoria histórica y nos remontaban a sus orígenes que permanecían como testimonios visuales y estéticos, se han convertido en hileras cortadas por el mismo patrón de casas y casas en las que es difícil diferenciar cuál sea de un vecino y cuál de otro. Barriadas iguales en cualquier parte del mundo desarrollado, sin la menor estética ni visualización, acaparadas por el afán especulativo. Por doquier surgen como hongos barriadas cual jaulas de zoo, mientras establecimientos públicos, comercios, salas de recreo, restaurantes, oficinas... con su impronta personal, van desapareciendo. En todas partes edificaciones de trazas gemelas idénticas, a costa de su personalidad. El negocio de las multinacionales nos invade provocando la desaparición de locales que conferían esa nota de originalidad y distinción al barrio, a la plaza, al pueblo, a la ciudad. Y todo por mor del negocio, la especulación y la rentabilidad. Invaden hasta los cascos históricos, esa antigua planificación producto de la imaginación, la originalidad y  el fin defensivo y práctico que buscaban sus moradores. Cambian la fisonomía del lugar convirtiéndolo en anónimo. Han borrado su postal, han velado su foto.

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LA POSTAL BORRADA

En Madrid, igual que en otras ciudades de la vieja Europa, se han venido sucediendo en los últimos años estos atentados a la identidad. Se podían enumerar muchos, desde locales de ocio y cultura convertidos en restaurantes de mala comida o en oficinas, a nomenclaturas que se han cambiado por eso de la publicidad y la atracción de clientes. Entre las últimas barbaridades cabe destacar dos de diferentes características que afectan a dos lugares emblemáticos del casco histórico, al mismo centro de la capital. Han mellado su corazón. Una, es el anunciado cierre del Café Comercial, hermoso y tradicional local que se ha mantenido casi intacto desde que hace más de una centuria abriera sus puertas, y la otra es el apodo, mote de mal gusto, que le han adosado a la Puerta del Sol. Una puerta por la que pasan a diario miles y miles de madrileños, viajeros y turistas, conocida en el mundo entero, que todavía resiste a pesar de los estragos de obras y reformas que se han cebado en su fisonomía. Ya no se llama así, y cuando uno viaja en el Metro le llevan a confusión los carteles identificativos y el anuncio de su estación, que uno no sabe si es real o no, y si el teléfono te persigue hasta los mismos sótanos de la plaza, como una voz de ultratumba. Es un delito. Se les veía el plumero a los anteriores gobernantes. Sí, señor, el negocio es el negocio... Hay que transformar los edificios para hacerlos modelnos, funcionales. Hay que remozar los negocios para darles una nueva cara. ¿Dónde va una cafetería con esos mostradores y esos veladores que ya no se ven en ninguna parte, nada más que en antiguas tabernas con olor a vino añejo y café quemado? Hay que modernizarse. Sólo importa que la gente entre y salga, y consuma cuanto más rápido, mejor, y no pueda sentarse porque no hay mesas ni sillas y hay prisa, y tome su comida basura de dos bocados... El negocio es el negocio, la identidad de la ciudad no importa... ¿Cómo va a llamarse Puerta del Sol un lugar donde no hay ni puerta ni sol? Mejor y más propio es adosarle un nombre mezcla de sílabas que parezca que suena a algo. Con tal de que suene la bolsa del mangante de turno... Cualquier día de estos quitan la Cibeles para poner un quiosco de hamburguesas.  O le ponen cascos con música ratonera al oso mientras busca el fruto del madroño.

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Algún pobre vecino despistado saldrá de su portal y se encontrará con una calle cambiada, con la que se identificaba y la identificaba. Irá a comprar la postal para enviar saludos a un amigo, y se asombrará de la desaparición del viejo quiosco, en su lugar le venderán, escrito en inglés o con cualquier palabro, un perrito caliente con pinta de barra de plástico recubierta de salsas que parece todo menos comida. Ya no hay postales. Ni la comida de siempre en el bar de siempre. No verá ese comercio en el que compraba, ni ese atractivo escaparate invitándole a entrar, ni la persiana del local que frecuentaba y donde quedaba con los amigos... Ni al tendero cuyo saludo le recordaba que ese era su querido barrio. Le habrán enterrado parte de su historia. Las salsas han manchado la foto. Le han mutilado como han  mutilado la ciudad, el hogar donde vivía. Le han mellado también su corazón. Le han robado el suelo por el que caminaba. Las cosas, ni él mismo, volverán a ser como hasta entonces. Y a eso, las administraciones más cercanas, el ayuntamiento, por ejemplo, deben poner remedio.       

La identidad de la ciudad