jueves. 28.03.2024

Carta de los Reyes Magos al supuesto Homo Sapiens

Queridos niños:

Hemos recibido montañas de cartas, pidiéndonos muchas cosas, y como no hemos podido atender a todas las peticiones, os enviamos esta respuesta que no pretende ser disculpa, sino recordatorio para que reflexionéis y nos digáis sin tenemos o no tenemos razón, pues a menudo los reyes hacemos cosas que  no conforman al común de los ciudadanos. Unas veces, porque estamos tan alejados del pueblo que no conocemos sus carencias, y otras, porque nos informan mal y nos presentan la realidad de manera distinta a como es. Nos revisten de bueno lo malo para que creamos que todo marcha bien en todos y cada uno de los continentes y países. Así por ejemplo, nos han dicho que en Europa los niños viven maravillosamente, que nada les falta, y nos hemos enterado de que hay nueve millones de niños que pasan hambre; en Europa, sí, en la rica Europa. Que existía el hambre lo sabemos desde hace años de África, Sierra Leona, Sudán, Etiopía... y de otros lugares de Asia, la India, Pakistán, Armenia..., pero nunca hubiéramos pensado que en el Viejo Continente no hubiera comida para todos, viendo los supermercados atestados de productos, tiendas donde elegir ropa, y restaurantes con abundantes manjares, llenos de comensales, que estos días celebran, con innumerables y exquisitos platos, el nacimiento del Niño al que vamos a ir a adorar.

Por el contrario, en otras partes, millones de niños no tienen ni siquiera agua para beber, ni comida, ni fuego con que calentarse, o luz con que alumbrarse en esas noches de selva negra y desiertos imponentes. No podíamos concebirlo, viendo, como vemos estos días, mares de lamparillas en las calles de ciudades y pueblos, tal cantidad que parece que a los árboles en lugar de hojas, les salen bombillas de colores, titilando, alumbrando, centelleando. Luces que nos asustaron y embotaron nuestro ánimo hasta impedirnos proseguir. Nos quedamos abobados, con la mente en blanco, olvidados de nuestra misión por el deslumbramiento de millones de destellos en calles, plazas y casas... No creíamos que fuera realidad. El cielo había desaparecido, la tierra se alborotaba y por doquier zumbaban sonidos estrambóticos que obligaban a la gente a permanecer en silencio, abobada también por tanto espejismo. ¡Qué barbaridad! ¡Cuánto gasto inútil! Qué manera de aumentar un mal que aun reconociéndolo, lo promocionan y se sienten felices sin ver el cielo, confundiendo el cielo con los escaparates, la felicidad con el alcohol... Olvidan que eso que llaman contaminación lumínica aumenta en estas fechas un millón de veces... Como si no tuvieran suficiente a lo largo de los años: la noche no parece noche, la iluminación la rompe, sobra hasta la luna, y se apaga la estrella del norte, dejando sin posibilidad de orientación al caminante y al marinero. También nosotros andábamos cegatos; no podíamos seguir, tanto resplandor por doquier nos nos deja ver la estrella que nos guía para dirigirnos a los hogares a repartir felicidad. Quizá no se la merezcan estos humanos, guiados por la estupidez en lugar de la razón. No entendemos cómo pueden llamarse “homo sapiens” a quienes se sienten dichosos haciéndose daño, rompiendo los ciclos naturales. En lugar de evolucionar, han retrocedido.

Esos resplandores nos han cegado, no encontramos la estrella guía; ha desparecido... En nuestro periplo, perdidos como sonámbulos, hemos ido de sorpresa en sorpresa, de maldición en maldición: nos hemos topado con una hermosa ciudad, la ciudad más antigua del mundo, ayer resplandeciente y hoy devastada, oscura, sin otra luz que las ascuas y el humo de sus cenizas. Una de las primeras donde nació la cultura, que con el paso del tiempo se fue extendiendo y avanzando de oriente a occidente, y auguraba un futuro prometedor a la raza humana, gracias a la cual, los niños de Europa viven como viven. Una ciudad tan querida que guarda los pañales con los que fue envuelta la humanidad. Una ciudad que cada año visitábamos para dar esperanza a los niños que la habían perdido, porque los niños de toda esta zona de oriente, de donde somos nosotros, llevan viviendo en guerra casi un siglo... No conocen otra tierra que la que huele a pólvora, a sangre, a muerto. No ven en derredor sino ruinas, edificios convertidas en escombros, cunas calcinadas, árboles quemados. Cuando cegados por los resplandores, bárbaros y estúpidos de una parte, luego vimos y escuchamos los resplandores de las explosiones de la otra, creíamos que el mundo se había vuelto loco. No nos atrevimos a seguir, nos quedamos parados cerca de nuestra casa, con miedo a avanzar ante el espectáculo que se nos presentó en la primera escala: Alepo. La barbarie expuesta en los muros derruidos. La vetusta ciudad más antigua del mundo, arrasada... No quedaban niños, ni mujeres, ni ancianos, ni hospitales, ni escuelas, ni talleres... Hasta la hermosa biblioteca era un montón de escombros, cadáveres humanos y esqueletos de animales en lugar de libros y pergaminos, algunos tan antiguos como la misma humanidad; ahí se escribieron los primeros diarios de hombres y mujeres que pueblan la tierra, los primeros pasos del degradado homo sapiens. La hermosa Alepo, cargada de cultura, de historia, de arte... Creíamos estar presos de una pesadilla, pero era realidad. La conocíamos desde tiempos inmemoriales, la recorríamos, como las del resto de este país asolado, como recorríamos el continente, repartiendo juguetes y buenas noticias a los niños y a los hombres que vivían, amaban y jugaban en paz. Hoy no existe. Ni Alepo, ni otras muchas de nuestro querido oriente. Sólo hay escombros. Nos cuentan que la han bombardeado bárbaros descerebrados que no quieren que sigan viviendo en paz. No hay niños. Sólo cadáveres por las calles. No hay vida, sólo desolación y muerte. Hemos buscado su antiquísimo museo y la mezquita mayor donde se conservaban documentos que hablaban de nuestro reino, de los primeros de Europa, pero no hay nada, ni libros, ni documentos, ni rezos...

Gentes sin alma, verdaderos bárbaros, homínidos sin cultura, sin humanidad, han quemado la historia, han borrado los orígenes de Europa, han destrozado la cuna de la cultura... Como carecen de inteligencia desean que Europa pierda sus raíces, se seque y caiga, que el viejo continente no sepa quién es aniquilando su origen. Esta Europa desunida no sabe a dónde va, porque no sabe de dónde viene, han borrado su cuna del mapa. Hemos recorrido esta tierra y adyacentes, y otras más al sur, en todas lo mismo, muerte y desolación. No queda nada. Sólo un líquido negro que como esos bárbaros, mata todo lo que toca. Por él se matan y matan... Y luego celebran la navidad.... ¡Qué contradicción! Navidad, o natividad, es nacer. Si no creen en ella, al menos sepan que desde la prehistoria se celebraba en ella la vida que daba el sol invicto. Hoy sólo hay tinieblas...

  Por eso no hemos seguido. Nos hemos vuelto. No hay niños con los que empezar a repartir alegría. También sabemos que otros niños, más o menos lejos -para nosotros no existen distancias-, han sufrido desastres parecidos. Así no podemos seguir. Que sigan regalándose bombas y bombardeos, tanques y ametralladoras... Que siembren las calles con los chispazos de sus balas y las explosiones de sus cañones, como ahora las siembran de luces. Que no quede nadie. Así progresa la humanidad. Extendiendo la contaminación y el miedo nuclear por todo el planeta. ¡Estúpidos! ¿No os dais cuenta que es más rentable la paz?

 Si los mayores no lo entienden, explicárselo vosotros, niños. Cuando los mayores aparten las armas, iremos nosotros. Mientras tanto, disculpad nuestra ausencia.

Carta de los Reyes Magos al supuesto Homo Sapiens