viernes. 19.04.2024

Escocia y el progreso histórico racional

El desenlace del debate entre unionistas y segregacionistas en Escocia apunta al sentido racional del progreso histórico...

El desenlace del debate entre unionistas y segregacionistas en Escocia apunta al sentido racional del progreso histórico. La evolución lógica de los espacios públicos tiende hoy a la integración antes que a la segregación.

Sostenía Max Weber que la política consiste en la transformación racional del medio social al servicio de las personas. Si los desafíos a los que se enfrentan las personas son cada día más globales, si sus problemas adquieren también una dimensión supraestatal, y si los espacios públicos en los que se desarrollan las relaciones económicas y sociales no entienden ya de fronteras, ¿no será más lógico integrar que fraccionar la organización de esos espacios públicos? ¿No apunta la razón a que seremos más eficaces en espacios integrados que en espacios segregados?

Pero el debate escocés no se ha limitado a la razón y la eficiencia de los espacios públicos. También se ha debatido sobre identidades, sobre identidades múltiples y sobre identidades excluyentes. En un mundo crecientemente globalizado hemos de acostumbrarnos a la simultaneidad y la convivencia de las identidades. Cuando la vida de las personas se desarrollaba fundamentalmente en la aldea, las identificaciones eran escasas y difícilmente mutables. Hoy todos nos identificamos a la vez con nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestra región, nuestra nación, nuestro continente, nuestras ideas, nuestro partido, nuestra música, nuestro equipo deportivo…

Los nacionalismos soberanistas insisten en que solo una de las identidades simultáneas ha de ser la predominante, por exclusión de las demás. Y obligan a las personas a elegir y rechazar identidades. ¿Por qué un ciudadano de Edimburgo no puede sentirse a la vez escocés, británico y europeo? ¿Por qué forzarle a elegir su “escocidad” y a rechazar su “britanidad”? ¿Por qué acusar de falta de patriotismo o compromiso nacional a quien no quiere renunciar a ninguna de sus identidades? ¿Por qué no facilitar la convivencia permitiendo a cada cual sentirse como le dé la gana?

La experiencia escocesa suscita un tercer debate interesante. Tiene que ver con la defensa de la política que intelectuales como Bernard Crick han planteado frente a los nacionalismos, frente a las ideologías totalitarias y, paradójicamente, frente a la mismísima democracia. Porque la política es la actividad que promueve el diálogo, el entendimiento y el pacto para cimentar la convivencia. Aquellos que anteponen lo que entienden como “interés de la nación” sobre cualquier idea ajena no facilitan la convivencia, sino que la ponen en riesgo. Al igual que aquellos otros que enarbolan ideologías con recetario total para la organización del espacio compartido, sin dejar hueco para ingredientes ajenos.

Hoy en día, sin embargo, puede que los mayores riesgos para el ejercicio racional de la política vengan de quienes dispensan el voto inmediato como receta única para curar todos los males. Antes que demócratas debieran calificarse de “mayoritaristas”, porque defienden la aplicación instantánea del resultado plebiscitario para resolver cualquier debate. El mayoritarismo está más cerca del populismo que de una democracia de calidad. Si cada debate debe iniciarse con una votación y si cada decisión colectiva debe resolverse con una mayoría simple, ¿dónde queda el lugar para la exposición de propuestas, para el contraste de ideas, para la discusión constructiva, para la persuasión, para la rectificación, para la renuncia en aras del acuerdo, para el consenso amplio en torno a un conjunto de decisiones aceptadas por todos?

Generalizando este método de decisión resultaría imposible redactar una Constitución como base para la convivencia. Si cada artículo se somete a un referéndum antes que a un debate y a la posibilidad de un acuerdo sobre el articulado global, muchas decisiones se adoptarán por mayorías alternativas del 51% frente al 49% restante, y ni unos ni otros se sentirán identificados con el resultado final. ¿No será mejor hablar y acordar racionalmente un punto de encuentro sobre el que pueda pronunciarse positivamente un 80% o un 90%?

Desconfiemos de aquellos que antes de darnos la mano y abrir la boca nos están exigiendo una votación. La política es mucho más que una votación. La democracia también.

Escocia y el progreso histórico racional