sábado. 20.04.2024

¡Que siga el baile!

BARCELONA, SPAIN - SEPTEMBER 11:  Demonstrators march during a Pro-Independence demonstration as part of the celebrations of the National Day of Catalonia on September 11, 2014 in Barcelona, Spain. Thousands of Catalans celebrating the 'Diada de Catalunya', are using it as an opportunity to hold demonstrations to demand the right to hold a self-determination referendum next November.  (Photo by David Ramos/Getty Images)

Es verdad que ante el desconcierto que provoca una situación como la que se está viviendo en Cataluña, las llamadas a la calma y a la cordura de unos y otros se hacen inevitables

Si estamos en el tiempo de los pronósticos, como parece, el mío es que habrá declaración unilateral de independencia, no lo digo porque de repente me haya dado un ataque de frivolidad o porque el cuerpo me pida más madera, sencillamente es para lo que vienen trabajando afanosamente en las últimas semanas los actores principales del conflicto. El gobierno de Rajoy  la necesita para aplicar el artículo 155  y el de Puigdemont para que se lo apliquen y poder poner alguna victima política o penal en un hipotético espacio de negociación futuro, que por otra parte y, a pesar de este ataque de dialogo repentino que parece invadir a todo el mundo, es poco probable en el corto y en el medio plazo.

Nadie debería de sorprenderse de esta situación, hace ya tiempo que quienes dirigían el conflicto por ambas partes han perdido el control de la situación y cuando eso ocurre es la propia dinámica de los acontecimientos es la que toma el mando, es decir, los que en un principio dirigían pasan a ser dirigidos.

Es verdad que ante el desconcierto que provoca una situación como la que se está viviendo en Cataluña, las llamadas a la calma y a la cordura de unos y otros se hacen inevitables, no porque se considere que van a tener algún efecto, si no porque en sociedades tan aseadas como las nuestras nada desestabiliza tanto como el desorden y nada preocupa más en estos momentos que esto que se ha dado en llamar, las consecuencias no deseadas de la acción.

Lo que se vive en Cataluña en estos días tiene un cierto aire de acontecimiento insurreccional, debido a que en el comportamiento en la masa los umbrales de obediencia y acatamiento y el sentido de realidad descienden estrepitosamente por no decir que desaparecen y la vuelta a la normalidad de quienes participan en ella suele ser problemática. Hubiera bastado con conocer siquiera someramente las teorías de Le Bon o de Freud o de Canettí, sobre la psicología de las masas para darse cuenta de la importancia de lo que está sucediendo, pero es sabido por todos que estas teorías son difíciles de encontrar en los suplementos dominicales del Marca o del Sport.  

No cabe duda que cualquier situación problemática como lo es la del llamado “process” no solo depara consecuencias negativas, antes al contrario, obliga a todos, los que quieran por supuesto, a detenerse a pensar sobre la realidad sobre la que se asienta la convivencia, atropellada siempre por esa especie de cinta sin fin en la que se ha convertido nuestras vidas. Y de entre el torbellino de ideas y reflexiones que puede suscitar quizá detenerse en la idea la legalidad tan manoseada la pobre en estos días merece mucho la pena.

A este respecto sugiero que una de las características consustanciales a la legalidad es la de perpetuarse, porque su principal vocación es la estabilidad, pero andando el tiempo si la legalidad no se adecua, o tiene dificultades para responder a las exigencias de la realidad, que es dinámica por naturaleza, alguien tiene que darle un toque para sacarla del letargo ya que la anticipación no forma parte de su cabal comportamiento.

Quiere ello decir que si la legalidad no tiene un entorno propicio que tire de ella y la instale por un tiempo en terrenos menos confortables, puede ocurrir que sea la ilegalidad la que tome el mando.

¡Que siga el baile!