viernes. 29.03.2024

Ante Vistalegre: A Íñigo Errejón y Pablo Iglesias

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El 2 de mayo de 1879 Pablo Iglesias Posse, Antonio García Quejido, Jaime Vera, Emilio Cortes y un pequeño grupo de intelectuales y obreros, fundaban el Partido Socialista Obrero Español en la taberna Casa Labra de Madrid. Durante los primeros meses de vida del segundo partido obrero fundado en Europa hubo disensiones, discusiones de todo tipo para definir tanto la estrategia como el programa, decantándose al final, con la oposición del Dr. Jaime Vera, hacia los postulados defendidos por Jules Guesde que propugnaban un purismo obrerista contrario a cualquier tipo de alianza con las organizaciones republicanas. Durante casi treinta años, el Partido Socialista de Pablo Iglesias se negó a pactar o formar alianzas electorales para todo el Estado con los partidos republicanos de Pi y Margall o Salmerón, manteniéndose como una pequeña formación extraparlamentaria hasta que en 1909, tras abandonar las posturas de Guesde y asumir las de Jaurès, decidieron que la alianza con los republicanos progresistas era una posibilidad para llegar al Parlamento y desde dentro de él, cuando se obtuviese la mayoría suficiente, avanzar hacia la sociedad socialista. Fue esa conjunción la que permitió que en 1910 que Pablo Iglesias saliese elegido diputado, iniciando una labor impagable para la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, una labor que, desde luego, habría sido imposible sin la penetración del partido y su sindicato en los centros de trabajo y los tajos de casi todo el país, en las escuelas, las universidades y los hogares. Sin embargo, la revolución rusa de 1917 hizo creer a muchos dirigentes del partido como Daniel Anguiano, Antonio García Quejido, Virginia Gonález, Manuel Núñez Arenas y Óscar Pérez Solis –quien años después se convertiría en un furibundo fascista a las órdenes de Francisco Franco-, que la patria socialista estaba al alcance de la mano, abandonando en 1920 las posiciones posibilistas encabezadas por Pablo Iglesias para adherirse a la III Internacional. Pese a la escisión y a sus disensiones internas, en 1931 el Partido Socialista Obrero Español sería el más votado de cuantos se presentaron a las legislativas, contribuyendo en gran medida a la elaboración de la mejor Constitución que ha tenido España en su historia. El resto, de todos es sabido, la brutal represión franquista acabó con varias ejecutivas del partido y en vísperas de la muerte de Franco Felipe González, Isidoro, se hizo con las riendas del mismo desplazando a quienes habían defendido su legado desde el exilio y desde las cárceles.

Es fácil entender que Podemos es un partido que nació porque el Partido Socialista Obrero Español había dejado de ser un partido de izquierdas tiempo atrás para convertirse en otro regimental y muy escorado a la derecha, cosa que habían logrado sus principales dirigentes expulsando o arrinconando a los militantes que defendían que otro tipo de sociedad era posible. El posibilismo extremo del PSOE de Felipe González, llevó a la organización a adoptar como suyas las políticas económicas ultraliberales de la Escuela de Chicago ejercidas desde el ministerio de Economía y Hacienda por Miguel Boyer o Carlos Solchaga, y a dar por sentado –contra la más elemental ética republicano-socialista- que el paso por la política daba derecho a privilegios, prebendas y puertas giratorias absolutamente intolerables. Es en ese contexto que nace el movimiento del 15-M y, posteriormente, Podemos. Había un gran desafección en una parte considerable de la población hacia las políticas y la forma de hacer política de los dirigentes del PSOE, pero también existía la esperanza de que era posible volver a creer en la política como elemento indispensable para cambiar la sociedad, hacerla más libre, menos corrupta, más culta y más justa.

Podemos irrumpió en las elecciones europeas de 2014 como un tanque en un palomar. Ni las encuestas más verídicas se aproximaron al millón doscientos cincuenta mil votos que sacó una organización virginal salida de la nada y sin apoyos financieros de ningún tipo. Parecía que España no era un cadáver, el país sin pulso del que tanto hablaron Costa o Ganivet, sino que como el Ave Fénix volvía a nacer de sus cenizas para abrir de nuevo las puertas a la esperanza y ser un acicate para las organizaciones históricas que habían abandonado tanto su objetivo de transformar la sociedad, como a las clases sociales que fueron su razón de ser. Las primeras legislativas confirmaron que Podemos se estaba convirtiendo en una fuerza política con mucho futuro y que generaba ilusión en amplios sectores de la población. Sin embargo, nadie puede obviar que Podemos era una formación cuasi asamblearia, muy joven y con muy poca experiencia, que necesitaba dotarse de un organigrama, una jerarquía y una estrategia que impidiese su estancamiento y preparase el camino para lograr algún día una mayoría que posibilitase hacer realidad su programa. Era inevitable, por tanto, un fuerte debate interno en el que se aclarasen esos extremos, dilucidando qué alianzas eran convenientes, cuál su posición ante los conflictos sociales, cuáles las estrategias a seguir para conseguir los fines que se pretendían. Nada tiene de extraño que en el seno de Podemos surgiese un enfrentamiento dialéctico entre dos de sus más destacados fundadores, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, dirigentes que tienen un mismo objetivo político pero que difieren abiertamente en la estrategia a seguir.

Hasta aquí todo normal, un partido no se hace de la noche al día, ni tampoco, si es democrático, es un bloque monolítico como hoy lo son el Partido Popular, al que mueve sólo el interés particular, y el grupo parlamentario socialista que maneja una gestora contra la voluntad de sus militantes. Lo que no tiene ningún sentido es que Pablo Iglesias amague –como en su tiempo hizo Felipe González- con abandonar la dirección del partido y el escaño si no se aceptan todos sus postulados, ni que Íñigo Errejón porfíe en que él es el único que tiene la fórmula para conseguir la mayoría suficiente. Estamos, pues, ante algo muy parecido a lo que pasó en el Partido Socialista durante los primeros años de su existencia, el actual Pablo Iglesias se posiciona de forma más intransigente ante un estado de cosas ciertamente intolerable e insoportable; Errejón quiere aproximarse más a las instituciones para utilizarlas positivamente y, de ese modo, llegar a un electorado más amplio. Ambos tienen razón, y de la conjunción de ambas posturas debería salir en la próxima Asamblea de Vistalegre una estrategia común que devolviese a la organización y a quienes confiaron en ella la vitalidad y el resplandor que de momento parece apagado. De no ser así, pueden estar ustedes seguro de ello, señores Iglesias y Errejón, Podemos no habrá dejado de ser un bonito sueño, un relámpago de luz en la noche fría, un destello de ilusión momentáneo que se diluirá en breve tiempo víctima de su incapacidad para separar lo importante de lo accesorio. Las prisas no son buenas, ustedes apenas tienen tres años, primero hay que consolidar demostrando al pueblo tanto en la calle como en las instituciones que están en política para defender el interés general, después avanzar, una cosa va con la otra. En sus manos está esa opción o la del sucicidio. No tendrán otra oportunidad, puede que nosotros, tampoco.

Ante Vistalegre: A Íñigo Errejón y Pablo Iglesias