miércoles. 24.04.2024

Vergüenza de esta España, vergonya d’aquesta Catalunya

Vivimos unas horas críticas que anteceden a años turbios si no somos capaces de vislumbrar lo que se nos viene encima.

Cuando hace más de dos mil años Roma decidió llamar Mare Nostrum al mar comprendido entre el norte de África  y el sur de Europa, había implícita una idea de dominio y de imperio, de aprovechamiento y expolio, pero también –visto con la distancia que da el tiempo- de civilización, de llevar agua a dónde no la había, de abrir vías de comunicación, de emprender obras de higienización y de expandir la cultura. El Mediterráneo como lugar de encuentro, como sitio de intercambio, como elemento indiscutible de evolución humana. El tiempo pasó, y a las cumbres del Renacimiento y la revolución francesa, sucedieron las llanuras y las simas de un siglo XX marcado por las dos guerras más crueles que ha conocido el Planeta. Hoy, con Europa de nuevo a la deriva, con el egoísmo brutal irradiado de los Estados anglosajones como principal seña de identidad de una unión que nunca estuvo más desunida ni fue más cruel, insensata e insensible, el Mediterráneo sólo es un charco que lleva camino de convertirse en el mayor cementerio de pobres que han visto los tiempos. Europa se cierra sobre sí misma, se llena de alambradas y concertinas, de vallas electrificadas y de policías armados hasta los dientes para impedir que los que más sufren lleguen a ese paraíso que ha tiempo dejó de serlo; Europa unida, la Unión Europea –carente de fronteras internas- levanta también muros entre los países según su nivel de docilidad, según su grado de adaptación a la esclavitud y su desapego a las normas democráticas más elementales. Europa vuelve a caminar sobre caminos que ya anduvo, vuelve a tropezar sobre piedras que ya tropezó, y en el horizonte no muy lejano se divisan llamaradas incandescentes, gritos que nadie oye y noches trémulas que desesperan al alba mientras los buitres negros revolotean en busca de carroña. Europa es un inmenso barco a la deriva al que intenta asirse quienes fueron y son machacados por haber nacido dónde nadie debió hacerlo en esas condiciones, quienes quieren dejar de sufrir, quienes saben que lo efímero de la vida no permite la resignación del valle de lágrimas.

Y en esa tesitura, en estas vísperas de tiempos tremebundos, de desarticulación de la democracia y los derechos humanos más esenciales, de tribulaciones para que nadie quede libre de mal, España, como decía Manuel Azaña, vuelve a hacer la burra sin importarle lo que tal actitud le ha deparado en otras ocasiones, sin tener en cuenta que en todos los territorios que se ubican debajo de los Pirineos se ha instalado la mangancia, el soborno, el nepotismo, la prevaricación y el cohecho, sin pararse a considerar que tanto en Catalunya como en lo que no es Catalunya, el paro, el hambre, la malnutrición, el subempleo, la degradación y la desigualdad se han convertido en señas de identidad tan fuertes como aquellas que son particulares a cada lugar.

Siento verdadera vergüenza del gobierno que hoy rige los destinos del Estado español, un gobierno que ha recogido en su seno lo peor de la tradición reaccionaria española, que desconoce cuáles son los principios básicos que deben regir en democracia el buen gobierno, que abusa de los débiles y se pliega ante los que estima poderosos. Siento idéntica vergüenza, idéntica rabia, cuando veo, por ejemplo, a Lluis Llach –parte fundamental e imprescindible de mi educación sentimental- posar al lado de Artur Mas y compinches por aquello de la unidad de destino en lo universal de la nación catalana, una nación a la que ha saqueado el nacionalismo y a la que el nacionalismo ha vuelto monocorde, provinciana y carente del espíritu crítico y creador que durante mucho tiempo hizo de ella uno de los países más bellos. Durante más de treinta años de gobierno, el nacionalismo catalán –al igual que el españolista- no ha sido capaz de disminuir las grandes bolsas de marginación y pobreza que salpican toda la geografía catalana, antes al contrario su obra de gobierno ha hecho que se consoliden y aumenten dejando los centros históricos de ciudades enteras –véanse los ejemplos paradigmáticos de Olot o Tortosa- al borde del tercermundismo mientras los padres de la patria de Wifredo el Pelòs vaciaban las arcas públicas para mayor gloria de Andorra, Suiza y los diversos paraísos fiscales que pueblan el jodido mundo que nos están urdiendo, y todo eso cuando el gobierno del Estado está en manos de una banda a la que –siguiendo las enseñanzas de su patrón Francisco Franco- no le temblará el pulso llegada la ocasión.

No hay ninguna vía de diálogo abierta. Todos los puentes han sido volados con tanta premeditación y alevosía como irresponsabilidad y mal juicio. Unos juegan con el juguete del paraíso que vendrá después del 27 de septiembre, los otros con los votos que les dará una actitud resuelta y decidida contra la secesión, y los más miran para otro lado como si la fiesta no fuera con ellos.  A la actitud chulesca y agraviada de unos, se contrapone el talante soberbio y matón de otros: “Sostenella y no enmendalla” es nuestra razón de ser, como si no nos conociéramos, como si no compartiésemos tiranos, sufrimientos y gentuza de la que liberarnos de una vez por todas. El Gobierno del Estado se dispone a utilizar todos los instrumentos del poder para impedir la sedición de Catalunya, los dirigentes de esa nación a seguir su hoja de ruta pase lo que pase, caiga quien caiga. Entre tanto en uno y otro lado de la barricada seguirán privatizando todos los servicios públicos, utilizando a las fuerzas de seguridad como guardia pretoriana, amasando fortunas con cargo a los presupuestos públicos y expandiendo la pobreza de los más y la riqueza de los menos.

Es evidente que existe un problema, que ese problema nació cuando el Partido Popular recurrió el nuevo Estatut de Catalunya ante el Constitucional y que fue aumentando por el desprecio de la derecha estatal ha mostrado siempre hacia esa parte del Estado, que se agudizó con la sentencia demoledora de ese tribunal, pero también que para combatir y derrotar a la España madrastra representada por el Gobierno Rajoy Catalunya es imprescindible, para ella y para los demás, y que nadie saldrá del atolladero autoritario en que viven España y Europa con soluciones personales, con huidas hacia adelante por muy bien que hayan pintado un futuro inexistente. Vivimos unas horas críticas que anteceden a años turbios si no somos capaces de vislumbrar lo que se nos viene encima y unirnos para combatir el despotismo corporativista que se está instalando en la aldea global. Catalunya debe ser respetada en todo lo que vale que es mucho, pero del mismo modo que en España es necesario derrotar para siempre al gobierno del oscurantismo, en Catalunya es menester deshacerse de quienes la han expoliado indecentemente. Todavía estamos a tiempo.

Vergüenza de esta España, vergonya d’aquesta Catalunya