jueves. 28.03.2024

Reino Unido, el caballo de Troya

No tengo demasiadas simpatías hacia el general francés De Gaulle, dirigente de la Francia Libre pero amigo de la España tiranizada por su compañero de armas Francisco Franco, dictador contra el que jamás dirigió una sola palabra ni un solo acto. Sin embargo, y con todas las precauciones, De Gaulle tenía una visión de la unión europea mucho más avanzada que la del resto de dirigentes de posguerra, convencido de que Francia y los demás países de la Europa continental sólo podrían sobrevivir a la Guerra Fría si eran capaces de formar organizaciones supranacionales bien articuladas, organizaciones que planteasen una vía plenamente europea frente al bloque soviético y al bloque norteamericano. De Gaulle planeó la creación de una unión en la que se respetasen las peculiaridades de las naciones que la componían pero que, unida en torno a Francia y Alemania, defendiese los intereses continentales frente a los de las potencias emergentes tras la derrota del nazi-fascista.

La situación económica crítica en la que se encontraba el Reino Unido tras el final de la Segunda Guerra Mundial, llevó a los sucesivos gobiernos británicos a emprender una estrategia de acercamiento hacia Estados Unidos, país que había rentabilizado de forma excelente su tardía implicación en la contienda hasta convertirse en la primera potencia económica mundial. Los dirigentes británicos optaron desde el primer momento por convertirse en el país de confianza de la nación americana en Europa. En esa tesitura, Francia, que como Estado se había rendido a las potencias del Eje sin apenas resistencia, tenía pocas salidas, la más fácil habría sido imitar al Reino Unido y ponerse a las órdenes de Estados Unidos, la más difícil encabezar la reconstrucción europea en torno a un proyecto económico, político y militar propio, es decir, hacer de Europa una tercera potencia mundial que se moviese con independencia respeto a los dos nuevos focos de poder internacional.  Fue en ese contexto, una vez que el Reino Unido había dejado claras sus preferencias, cuando De Gaulle vetó por dos veces, 1963 y 1967, la entrada del Reino Unido en el Mercado Común Europeo, veto que mantendría hasta su salida de la presidencia de la República en 1969. Para De Gaulle no era posible la unidad europea si en ella se integraba un país que había ya había prometido lealtad y sumisión a una de las dos potencias hegemónicas: Gran Bretaña siempre antepondría su relación y sus intereses ligados a Estados Unidos a los de Europa, sería como abrir las puertas voluntariamente a un Caballo de Troya en las nuevas instituciones supranacionales europeas. No se nos puede escapar que tras el proyecto europeísta de De Gaulle, se escondía la pretensión de convertir a Francia, a una Francia desprestigiada por los colaboracionistas, en una potencia continental y mundial con el apoyo de la Alemania industrial, pero no cabe duda tampoco de que el pronóstico del general de Argelia sobre el papel del Reino Unido era cierto.

Tras la dimisión de De Gaulle en 1969, Reino Unido y los países miembros de la Comunidad Económica Europea iniciaron conversaciones que culminarían, ya sin el veto de De Gaulle, con el ingreso de la isla en las instituciones continentales en 1973. Sin embargo, la entrada del Gran Bretaña en la Comunidad Europea no aportó nuevas energías al proyecto europeísta, ni caudales con que financiarlo, antes al contrario, la presencia del Reino Unido en los órganos de decisión europeo sirvieron para entorpecer su andadura política, limitar su acción económica y diezmar su ambición social, estrategia que culminaría con la llegada al poder de Margaret Hilda Thatcher y los prohombres de la City Londinense, muy interesados en seguir obedeciendo la voz del amo yanqui, boicotear la Unión Europea y convertir a Gran Bretaña en una potencia financiera mundial desde la que se dirigiesen los paraísos fiscales que ya por entonces comenzaban a florecer en paradisiacas islas casi deshabitadas: El nuevo capitalismo, el capitalismo que ya en los ochenta, por el presumible colapso de la URSS y su bloque, necesitaba cloacas al margen de la Ley para lavar dineros y poner en aprietos al Estado del Bienestar imperante en los países europeos. Desde entonces, Inglaterra en estrechísima colaboración con los Estados Unidos de Reagan, se dedicó no sólo a acelerar el desmoronamiento del bloque soviético, sino también a procurar que el viejo proyecto europeísta no llegase a buen puerto. El cheque británico, que disminuyó de forma drástica la aportación del Reino Unido a las arcas europeas, no sólo sirvió para aliviar la carga fiscal de los británicos sino que, además, demostró la debilidad de las instituciones y los dirigentes europeos para llevar una negociación coherente en un tiempo de cambio de modelo político y económico global, poniendo sobre el tapete una triste realidad que no por triste era novedosa: La puesta en práctica de políticas de apaciguamiento con el díscolo poderoso, políticas que, salvando todas las distancias, ya fueron utilizadas por Chamberlain ante la amenaza nazi-fascista con el resultado que todos sabemos.

La desaparición de la URSS vino a confirmar un tremendo cambio en el “status quo” mundial, de la división del mundo en dos bloques antagónicos se pasó a la hegemonía global de Estados Unidos, pero no sólo eso, la debilidad y la complacencia de los dirigentes europeos con las políticas ultraconservadoras que venían de Estados Unidos e Inglaterra abrió de par en par las puertas de Europa a los hijos de la Escuela de Chicago, a las políticas más antisociales que ha conocido el continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, al desmantelamiento de lo que hasta hace poco se conocía como Estado del Bienestar, dando vía libre a la sustitución del modelo europeo de convivencia por el vigente en la Inglaterra de Margaret Hilda Thatcher y Ronald Reagan, un modelo completamente opuesto a la tradición y la cultura democrática europea surgida de la Revolución Francesa y los posteriores movimientos revolucionarios burgueses y proletarios. El Reino Unido había cumplido su misión.

En desacuerdo con la política agraria común, que no sólo protegía la producción agrícola europea sino también su paisaje y paisanaje, de acuerdo con cualquier propuesta que viniese del otro lado del Atlántico y al mando de los paraísos fiscales que tantísimo daño han hecho a los derechos de los europeos, de haber existido dirigentes capaces y decididos, la negativa del Reino Unido a integrarse en el euro, debería haber sido motivo suficiente para expulsar a ese país de la Unión, empero, no fue así, y una tras otra se fue transigiendo con todas las exigencias del país de la Thatcher, minando de ese modo las capacidades de la Unión y aumentando al mismo tiempo el euro-escepticismo de todos los miembros de la misma. Por increíble que parezca las políticas económicas que se vienen implantando en Europa desde hace más de veinte años son las que Thatcher impuso en su país en la década de los ochenta, el idioma oficial de Europa es el de un país con el que no compartimos moneda y el Reino Unido se ha opuesto sistemáticamente a desmantelar el enjambre de paraísos fiscales que se dirigen desde la City londinense, ¿entonces, por qué es una calamidad que ese país haya decidido abandonar la Unión Europea en la que nunca estuvo de verdad? ¿Por qué algunos medios y personas progresistas ven como una victoria de la democracia lo que sólo es un triunfo del egoísmo, la xenofobia y el palurdismo?

Mucho se ha hablado durante los últimos años de las virtudes democráticas de los referéndums, pero lo cierto es que los carga el diablo y que siempre han sido instrumento muy querido por las dictaduras: No se puede resolver en un día, lo que se ha hecho durante décadas, más en un tiempo en el que los medios de comunicación, controlados por los poderosos, son capaces de mover opiniones a conveniencia. El tremendo error de Cameron lo pagarán los ingleses, también el resto de europeos, pero para la Unión hoy sería un día de fiesta si sus dirigentes estuviesen a la altura de las circunstancias y decidiesen romper de una vez por todas con las políticas económicas anglosajonas que tantísimo dolor han causado y refundar la Unión sobre los principios democráticos que conforman nuestra idiosincrasia. 

Reino Unido, el caballo de Troya