jueves. 28.03.2024

Pensiones y trabajo juvenil

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Se ha fomentado y primado la negociación individual, que es la existente en Estados Unidos y que permite que el trabajador en solitario negocie sus condiciones laborales con el empresario. Ya se pueden imaginar

Hace ya muchos años, cuando empezó la crisis, que algunos avisamos del desastre intencionado que sería utilizar el Fondo de Reserva de las Pensiones para paliar problemas estructurales. Ese fondo se creó para cubrir determinadas coyunturas en las que los ingresos por cotizaciones no cubriesen el monto a pagar, nunca como una parte de las finanzas de la Seguridad Social. Dado que el Partido Popular optó por gastárselo íntegramente sin buscar otros ingresos para cubrir un gasto que será creciente dada la estructura de la población, hemos llegado a un punto de una gravedad tal que podría provocar la quiebra de todo el sistema, dejando a millones de personas mayores y enfermas sin medios de subsistencia. En el origen de esta estrategia política perversa, está el interés del gobierno franquista por privatizar las pensiones entregando el botín a bancos y aseguradoras, cosa que sería imposible si se hubiese dotado al sistema de mecanismo de financiación suficientes. Siempre utilizan el mismo sistema, otorgan al servicio público menos dinero del que necesita, el servicio comienza a no poder cumplir satisfactoriamente con su misión y enseguida aparecen las invitaciones al sector privado, sector de una solvencia indiscutible como bien pudimos comprobar cuando hubo que emplear miles de millones de todos en rescatar bancas y cajas.

Según dice el Gobierno y las instituciones económicas mundiales, estamos ya en un periodo de bonanza económica, ¿alguien se imagina lo que sucedería si esa bonanza fuese pasajera y dentro de dos o tres años entrásemos en otro periodo de crisis con una deuda del Estado del 100% del PIB y con la Seguridad Social en números rojos, sin ningún fondo de pensiones que echarse a la boca? Pues es bien fácil, nos veríamos en unos meses con diez millones de parados, sin pensiones, sin prestaciones por desempleo y abocados a una catástrofe humanitaria sin precedentes. Han dejado al Estado sin recursos, con muy poca capacidad de maniobra, el empleo que se crea es temporal, precario y con unos sueldos tercermundistas que ni permiten vivir con autonomía ni contribuir al Erario. Trucaron la economía del país, al no poder devaluar la moneda como había sido costumbre en crisis anteriores, decidieron devaluar a las personas, a los trabajadores, regresando a sueldos de finales de los años setenta y principios de los ochenta. Eso sí, con las banderas bien altas, ondeando al viento, prietas las filas, recias marciales, por Dios y por España, con las arcas del Estado sometidas al mayor saqueo desde que tenemos Constitución y con un aparato represor carísimo y perfectamente pertrechado para lo que pueda venir.

Desde la reforma laboral impuesta por el Partido Popular en 2013, en España ya no tienen valor los convenios colectivos, cualquier empresa se los puede saltar alegando tan solo que prevé tener pérdidas para el ejercicio venidero, se ha fomentado y primado la negociación individual, que es la existente en Estados Unidos y que permite que el trabajador en solitario negocie sus condiciones laborales con el empresario. Ya se pueden imaginar. A día de hoy se puede contratar a una persona por media hora, tres horas, un día, una noche, una semana, cuarto y mitad, no hay límites, por el sueldo que apetezcan pagar. Salvo en las grandes empresas, que apenas dan trabajo al diez por ciento de la población en edad de trabajar, los empresarios actúan como si estuviésemos en la edad media, apenas pagan impuestos, contratan y despiden a su antojo, someten a los trabajadores a jornadas mucho mayores que las que figuran en los contratos, cotizan por muchas menos horas de las trabajadas y no pagan una puñetera hora extraordinaria porque casi todas son horas de ese cariz. Si nos centramos en el empleo juvenil, la cosa llega ya a límites insospechados hace tan sólo diez años. La ley de la explotación, que es como debería llamarse la reforma laboral del Partido Popular, permite tener a los jóvenes trabajando mucho más de lo permitido -40 horas semanales- gratis y por sueldos ridículos gracias a las becas, contratos en prácticas, contratos de formación y cien mil artimañas que han legalizado entre nosotros la más despreciable de las explotaciones. Millones de jóvenes siguen viviendo en los hogares paternos sin poder siquiera pensar en alquilar una vivienda de treinta metros cuadrados, ni en tener hijos, ni en intentar llevar a cabo su proyecto vital. Están secuestrados por un sistema bestial que pretende hacernos competitivos arruinando nuestras vidas mientras los contratadores no saben que hacer con el dinero que roban del trabajo ajeno. En esas circunstancias, y carentes de políticas serias que fomenten la natalidad, nos encontramos en un círculo vicioso que nos lleva -de no atajarlo con urgencia- a una situación socialmente desgraciada: Un país con una población cada vez más vieja y con unos jóvenes que se ven obligados a emigrar o a trabajar en condiciones próximas a la esclavitud, jóvenes que por supuesto no pueden hacer su vida y que tampoco contribuyen a las arcas de la Seguridad Social porque sus sueldos son verdaderamente miserables.

¿Qué hacer ante la terrible situación que nos han traído las políticas ultraliberales y trinconas del Partido Popular? Imprescindible es que ese partido y su sosias Ciudadanos no gobiernen, mientras esos partidos, uno u otro, estén en el poder, todo los derechos que conseguimos durante décadas de luchas estarán en situación de peligro extremo. Una vez limpiada la casa, se impone una racionalización del gasto, elaborando una política fiscal verdaderamente proporcional y progresiva que obligue a pagar más a quienes más tienen, eligiendo después cuáles han de ser las prioridades del gasto público: Pensiones Públicas, Salud Pública, Educación Pública, Asistencia a la Dependencia Pública, Cultura y Protección a la Naturaleza. En todo lo demás se puede recortar, absolutamente en todo, si no podemos tener un ejército como el del Reino Unido, lo tenemos como el de Bélgica; si no podemos tener a miles de curas y monjas regentando iglesias, escuelas, hospitales y universidades -que como Estado Democrático ni podemos ni debemos- no lo tenemos y el que quiera servicios religiosos de cualquier tipo que se los pague como Dios manda; si no es posible que las fiestas patronales de ciudades y pueblos, las semanas santas, los equipos de fútbol -verdaderos centros de poder derechista en la sombra-  reciban fondos públicos, que los mantegan los aficionados, los fieles o la Divina Providencia; si las autopistas radiales, circulares o perimetrales de pago son una ruina y no dejan los beneficios proyectados a sus adjudicatarios, que las cierren y planten árboles en ellas; si las empresas que suministran gas, teléfono, electricidad, petróleo o televisión son incapaces de prestar un servicio decente a los ciudadanos y de pagar los impuestos que mandan las leyes, se las nacionaliza y a otra cosa, porque la grandeza de un país no se mide por el tamaño de sus banderas, ni por el número de tanques, ni por lo que ganen sus ejecutivos más desaprensivos, ni siquiera por el número de clérigos, sino por la capacidad que tenga para proporcionar bienestar y cultura a sus ciudadanos. Ese es el verdadero patriotismo.

Congelar las pensiones superiores a 1500 euros durante diez años, subir las más bajas, suprimir la reforma laboral del PP y crear puestos de trabajo dignos en todos los sentidos, crear trabajo en sectores como las energía renovables, la protección de la naturaleza o la atención a la vejez y la dependencia, incentivar la natalidad con medidas generosas y acabar con la corrupción, esas son las bases sobre las que se podrán mantener las pensiones y el futuro de cuantos habitan este castigado y pisoteado país.

'Diccionario del franquismo', protagonistas y cómplices (1936-1978), de Pedro L. Angosto, ya a la venta.

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