jueves. 28.03.2024

¿Qué está pasando con los sindicatos?

Lo mejor que hemos conocido de las sociedades occidentales se lo debemos a la acción de los sindicatos de clase, a su tesón y a su valentía.

Lo mejor que hemos conocido de las sociedades occidentales se lo debemos a la acción de los sindicatos de clase, a su tesón, a su valentía, a una lucha que se llevó por delante la vida de miles de trabajadores que lo dieron todo para que las condiciones de vida de las generaciones venideras fuese mejor. De ningún modo podríamos concebir la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, la jubilación o los seguros de enfermedad, accidente o invalidez sin ellos, de ningún modo podrán disfrutar de esos derechos aquellos países, aquellos trabajadores que no los tienen o los han diezmado.

Sin embargo, ni el nacimiento de los sindicatos ni su organización ni resistencia fueron cosas sencillas. Al calor de las nuevas ideologías que recorrían el mundo desde mediados del siglo XIX –el manifiesto comunista fue publicado en 1848- pequeños grupos de trabajadores y de intelectuales comprometidos se fueron reuniendo en modestos locales en los que se leían desde las obras de los socialistas utópicos, a las de Marx, Engels, Bakunin o Kropotkin para luego llevarlas a los centros de trabajo urbanos aparecidos al calor de la revolución industrial. Podemos imaginarnos a esos trabajadores conscientes del poder que podrían llegar a tener agrupados quienes sólo poseían sus manos o su cerebro para ganarse la vida yendo de tajo en tajo con el rechazo y el miedo de sus compañeros, con la crueldad del patrón que sólo veía en ellos dinero y más dinero a costa de su miseria, con la brutalidad de una policía y un ejército que sólo velaban por los derechos de los explotadores, con la traición miserable de los esquiroles y con las prédicas abominables de pastores y sacerdotes defendiendo lo que ellos consideraban la Ley Natural, que como hija de la Ley Divina era la garante del orden establecido. Podemos ver Las uvas de la ira, esa imprescindible película de John Ford que narra las terribles condiciones de vida de los trabajadores en el Estados Unidos de la Gran Depresión, revisar El salario del miedo de Clouzot o Joe Hill de Bo Widerberg, recordar las impresionantes escenas de Novecento, leer a Swift, Dickens, Gorki, incluso al Baroja de los bajos fondos madrileños de Aurora Roja por no citar a ninguno de los grandes pensadores que hicieron despertar la conciencia humillada de los trabajadores; podemos, en cualquier caso, viajar con la imaginación al Londres de la primera revolución industrial, a la Barcelona convertida en ciudad de los prodigios, a cualquier ciudad europea en la que los hombres que habían abandonado los campos se hacinaban al calor de la economía fabril, ver sus infraviviendas, saber de su miedos, de las terribles condiciones de trabajo, de la enfermedad y la muerte cotidianas, del desamparo, del dolor, de la terrible represión y verificar sin ningún género de dudas que aquellos hombres y mujeres que comenzaron a organizar el movimiento trabajador, los primeros sindicatos eran verdaderos héroes anónimos a los que debemos tanto como tenemos y vemos diluirse en estos días, en estos años de incertidumbre, insolidaridad, individualismo exacerbado, indolencia y comodidad declinante.

Viajando en el tiempo podemos llegar a nuestros días y contemplar como todo aquello que consiguieron antaño personas de carne y hueso dejándose la piel y la vida por sus compañeros, por el futuro de quienes no habían nacido todavía, se desvanece sin que nadie ose toser, sin que se oiga el menor ruido, sin que nadie clame contra las injusticias que como ese fantasma del que hablaba Marx pero al revés recorre el mundo para igualarnos a la inmensa mayoría por abajo, destruyendo un derecho tras otro, una justicia tras otra, un porvenir tras otro, una vida tras otra. Se dirá que aquellas personas no tenían nada que perder y por eso actuaban así, y puede ser cierto, pero no del todo, porque hoy, a las puertas del invierno de 2015, gran parte de los trabajadores del mundo carece de cualquier tipo de derechos, incluso los básicos enumerados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y quienes hasta hace poco los tenían contemplan impasibles como van siendo devorados por la globalización que sacrifica todo al Dios Mercado y a acrecer la cuenta de resultados de las grandes corporaciones convertidas en gobierno mundial del desgobierno. Quizá la explicación a tanta abulia esté más cerca de nosotros, en la televisión que nos adoctrina directa y subliminarmente y nos hace ver lo anormal como normal, la sinrazón como razón, la violencia como paz y el abuso como justicia; en el aburguesamiento inconsciente de muchos de nosotros que ha tiempo dejamos de sentirnos miembros de una clase por creernos de otra superior; en la propaganda que por todos los medios nos llega para hacernos más refractarios a la militancia y a la agrupación, más proclives al individualismo cerril, a la queja onanista, a ver al otro como un hipotético enemigo y al escapismo, o quizá, simplemente estemos muriendo de éxito mientras soñamos con días de vino y rosas y esplendor en la yerba que se fueron y no volverán.

Y es en esa resignación donde parecen haberse instalado los sindicatos españoles y europeos en general. Es cierto que la economía fabril en la que nacieron y se multiplicaron está en declive por el traslado de la producción industrial a las economías esclavistas de Oriente, pero, ¿por qué no hicieron casi nada para impedir una deslocalización que sólo pretendía destruir derechos para maximizar beneficios a costa de la ausencia de leyes civiles y laborales justas en otros lugares del planeta? ¿Por qué no se intentó una movilización masiva de los trabajadores de Europa para impedir que se importasen productos elaborados por trabajadores sin derechos? También es verdad que en países como España, salidos no hace tanto de una tremenda dictadura, los sindicatos siempre fueron débiles y necesitaron de la ayuda del Estado para sobrevivir, ¿pero no fue esa ayuda una hipoteca para su credibilidad y por tanto para su futuro y el nuestro? No es menos cierto que no han sabido penetrar en sectores muy amplios de la sociedad como hoy son parados, precarios y autónomos, sectores muy heterogéneos y difíciles de conectar, pero imprescindibles para cualquier cambio positivo. Sea como fuere, la realidad nos apabulla por muchas explicaciones que intentemos buscar. No es hoy la situación más crítica que en aquellos años en que los telares mecánicos dejaban en la calle a miles y miles de trabajadores, no es tampoco menor la militancia y, de momento, sólo de momento, ni la policía ni el ejército fusilan a los trabajadores en las calles sin tener que responder ante ninguna autoridad, sucede que los sindicatos, como las personas, también se han acomodado y esperan el amanecer que nunca llegará de seguir así porque no se está sembrando y si no se siembra no hay cosecha. Sucede que el miedo se ha apoderado de ellos ante el hipotético fracaso de unas huelgas que nacen ya con servicios mínimos leoninos y que por su docilidad son cada vez más ineficaces, ocurre que cada día que pasa son más los trabajadores no vinculados a convenio colectivo alguno, pasa que nadie quiere complicarse la vida y vamos tirando a ver qué acaece tras el amanecer, que no se quiere poner en riesgo de vida a la organización por miedo a que se destruye, pero en las circunstancias en que vivimos, cuando la ofensiva de quienes jamás creyeron en los derechos de los trabajadores ni en los de los ciudadanos, poco importan las organizaciones, cada vez más dañadas por su pasividad, importan los hombres y mujeres que no encuentran trabajo y los que trabajan sin llegar a fin de mes, importa romper con el sindicalismo dócil para plantar cara a un enemigo que está dispuesto a no dejar piedra sobre piedra. Si no se entiende eso, los sindicatos desaparecerán en plazo breve, y nosotros seremos carne de cañón, como lo hemos sido durante la mayor parte de la historia de la Humanidad. Estamos a tiempo si empezamos desde abajo, si miramos en las hojas amarillentas del pasado y comprendemos que no hay negociación posible con este enemigo, que hay que prepararse una vez más para derrotarlo en todos los frentes, con todas las armas.

¿Qué está pasando con los sindicatos?