viernes. 19.04.2024

Macron traerá a Le Pen

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Como en su tiempo Thatcher en el Reino Unido y Rajoy en España, Macron piensa que la economía francesa está anquilosada por un exceso de estatalismo, por los “privilegios” de los trabajadores, por los sindicatos combativos y por una legislación que contraviene los principios del libre mercado

Hay una cosa clara después de más de treinta años de neoconservadurismo económico: Son las políticas ultraliberales procedentes de las Escuelas de Viena y de Chicago las que han provocado la desafección de la ciudadanía respecto a la política. Durante ese periodo partidos democristianos, populares y socialistas se han turnado en el poder para llevar a cabo una política económica parecida que básicamente consistía en recortar derechos a los trabajadores y ampliar los de empresarios y clases dirigentes sin tener para nada en cuenta la enorme frustración que esa similitud inmutable provocaba en quienes tradicionalmente habían optado por posiciones de cambio y de progreso. Disminución de la masa salarial, aumento de los beneficios empresariales, creación de una nomenclatura de altos funcionarios formados en las mesas de camilla de la banca y las grandes corporaciones, deterioro premeditado de los servicios públicos básicos, privatizaciones generalizadas que están en el origen de casi todas las corrupciones y percepción de la actividad política por parte de una parte considerable de la población como algo que le es ajeno y le perjudica son las consecuencias fundamentales de un periodo que se ha caracterizado por un ejercicio del poder contrario a los intereses generales, es decir, contrariando a Linconl, gobiernos de, por y para las élites tecnocráticas, contra el pueblo y sin el pueblo.

En democracia hay pocas cosas evidentes, pero una de ellas es que si el pueblo soberano otorga el poder a una opción conservadora es para que haga política de ese cariz, si por el contrario, lo concede a una opción de progreso es para que lleve a cabo una redistribución de la riqueza, combata la corrupción y la explotación y disminuya la aflicción de los más desfavorecidos. Cuando esto deja de suceder, y no es la primera vez en la corta historia de la democracia mundial, crecen las opciones ultranacionalistas que pregonan que los males vienen del forastero y que lo que hay en el país es para los paisanos. Movimientos parafascistas como los que se están dando en todos los países de Europa, la salida del Reino Unido de la Unión Europea o el movimiento independentista catalán sólo tienen explicación dentro de un caldo de cultivo que ha provocado tanto la insatisfacción de los ciudadanos como la de los pueblos, propiciando una revolución de los más favorecidos que amenaza con llevar de nuevo a Europa a los lugares más oscuros e inhumanos de su historia. La constatación de que las clases trabajadoras, cada vez más desunidas, desclasadas y excluidas, opten en buena medida por partidos fascistas, xenófobos y antisolidarios es una prueba más del momento delicadísimo por el que atravesamos, un momento en el que los trabajadores menos especializados odian a los que gracias a sus luchas y a su constancia tienen mejores sueldos y condiciones laborales, llegando en ese sentimiento a preferir que gobiernen quienes llaman parásitos a funcionarios, médicos y profesores a que lo hagan quienes tienen en sus programas acabar con esa dicotomía terrible.

Enmanuel Macron es un hombre de la Banca Rotschild, una de las corporaciones financieras más poderosas del mundo. Nadie en su sano juicio puede pensar que un señor con ese origen y formación sea el ideal para dirigir la política de reformas –que no contrarreformas- que necesita Francia, mucho menos para encabezar la regeneración de ese monstruo neoliberal en que han convertido la Unión Europea. Macron ha sido recibido por las autoridades y los medios de comunicación españoles y continentales como si fuese la persona providencial y necesaria para poner freno al avance de los “populismos de uno y otro signo”, término machacona e interesadamente utilizado por los tertulianos oficiales que se empeñan en comparar, como si tuvieran algo que ver, a Le Pen con Mélenchon o Iglesias, dejando a Rajoy –seguidor de Francisco Franco y de sí mismo- como un político extremadamente de centro, cuando es la extrema derecha española, con todos sus aditivos, colorantes y elementos nocivos habidos y por haber.

Como en su tiempo Thatcher en el Reino Unido y Rajoy en España, Macron piensa que la economía francesa está anquilosada por un exceso de estatalismo, por los “privilegios” de los trabajadores con convenio colectivo, por los sindicatos combativos y por una legislación que contraviene los principios del libre mercado puro, no obstante estudió con los jesuitas en el país que elaboró las primeras leyes laicistas del mundo, y eso imprime carácter. Su objetivo primero será debilitar a los sindicatos, especialmente a la CGT, para lo que ya tiene preparada a su policía y todo el tiempo necesario para que el desgaste cree las grietas suficientes en el movimiento obrero francés tal como le enseñó Margaret Thatcher con las Traders Union. Una vez diezmado el poder de los sindicatos, Macron la emprederá con tres sectores claves del Estado Social de Derecho: Pensiones, Educación y Sanidad, creando una conflictividad social que alcanzará puntos de enorme tensión, pero que sabe, siguiendo las enseñanzas de Mariano Rajoy, disminuirán con el paso de los meses, el cansancio de los protestantes, la abulia de los que están más machacados y la oposición vehemente de la prensa y la gente de bien. Al cabo de unos duros primeros años de someter a la población a la “Doctrina del Shock que tan bien nos explicó Naomi Klein, el pueblo quedará anestesiado, aumentando a su vez la frustración de aquella parte de la población más combativa, lo que en ningún caso supondrá que en las próximas elecciones los franceses voten mayoritariamente a Mélenchon o una opción contraria al neoliberalismo, sino a Marine Le Pen, que siempre ha defendido que lo que hay en Francia es para los franceses y que le den por saco al mundo.

España, Francia y Europa tienen que hacer frente a un problema de la máxima gravedad: El demoledor avance del fascismo. Pero eso no va a ser posible en ningún caso aplicando las políticas económicas ultraliberales que están en el origen de su resurgir. Para evitar que eso ocurra hay que analizar qué está pasando en el mundo desde los años noventa y tomar medidas urgentes que graben las transacciones internacionales, impidan la competencia desleal de países que basan su producción en el esclavismo, reduzcan la jornada laboral para hacer frente al desempleo causado por la más grande revolución tecnológica de la historia, acaben con las políticas austericidas para los de abajo y controlen las ganancias de las corporaciones más grandes del mundo mediante una política fiscal justa y la eliminación de los paraísos fiscales, cosa que hoy es mucho más fácil que cuando Londres formaba parte de la UE. Eso no lo puede hacer solo Francia, pero sí una Unión Europea verdaderamente unida y democrática que vele por el interés general y no por el de los mandarines que la gobiernan y obedecen los dictados de las transnacionales que se han erigido en un suprapoder global. Hoy en día ni Francia, ni España, ni Catalunya son nada por separado, la complejidad de las relaciones globales nos hace insignificantes salvo que actuemos unidos regresando a los valores que hicieron grande a Francia y a la democracia: Libertad, Igualdad, Fraternidad y Justicia Social.

Macron traerá a Le Pen