jueves. 28.03.2024

La izquierda difusa

A principios de los años ochenta, Marco Pannella, principal dirigente del Partido Radical italiano, seguidor de Gandhi, activista por los derechos civiles y persona bastante confusa, recuperó para la política aquella vieja máxima que decía: “Si no puedes vencer a tu enemigo, acuéstate con él…”.

A principios de los años ochenta, Marco Pannella, principal dirigente del Partido Radical italiano, seguidor de Gandhi, activista por los derechos civiles y persona bastante confusa, recuperó para la política aquella vieja máxima que decía: “Si no puedes vencer a tu enemigo, acuéstate con él…”. El genial Leonardo Sciascia y otros intelectuales italianos creyeron a Pannella desencantados con la política de los partidos de izquierda, sin darse cuenta que al Partido Comunista Italiano se le había impedido gobernar en numerosas ocasiones por órdenes directas de Estados Unidos, órdenes que acataron los partidos republicanos y socialistas de aquel país sin rubor alguno. Las propuestas “renovadoras” de Pannella no llevaron a ninguna parte y el boicot yanqui al gobierno comunista en Italia llevó a la descomposición y desaparición de todos los partidos tradicionales italianos, incluido el comunista, y a la situación increíble en que vive Italia desde que un tipo como Silvio Berlusconi llegó al poder con los votos del pueblo italiano. La democracia había comenzado a dejar de serlo para convertirse en una parodia macabra al servicio de la oligarquía más ruin, cruel y patética de Italia y de la UE.

Cito aquella célebre frase de Pannella porque el mensaje que lanzaba con ella no tenía nada novedoso. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esa fue la forma de hacer política de la socialdemocracia europea: Puesto que no queremos saber nada del régimen imperante en la URSS –argumentaban sus principales dirigentes– ni que exista contagio alguno, nos acostaremos con los poderosos, hablaremos, comeremos, bailaremos y nos fumaremos –llegado el caso– unos porritos con ellos para intentar hacerles ver que es mejor que hagan concesiones a las clases trabajadoras para convertirlas en clases consumidoras que el virus soviético. En principio, la estrategia no estaba mal pensada, pero claro, cuando uno se acostumbra a dormir, comer, fumar y folgar con tu poderoso antagonista político, algo, inevitablemente se te tiene que pegar de él, de modo que a la vuelta de unas décadas nos encontramos a los socialdemócratas poniendo en práctica políticas económicas regresivas al más puro estilo de la Escuela de Chicago. No seré yo quien diga que todos son iguales, pero lamentablemente esa es la percepción que recibe una ciudadanía cada vez más inculta, perpleja, pobre y dividida. Acostarte con tu enemigo puede estar bien si se trata de algo momentáneo para conseguir un objetivo concreto, pero es asunto peligroso cuando esa cohabitación coyuntural de convierte en costumbre porque normalmente se suele producir un corrimiento ideológico hacia el lado del poderoso, de modo que la derecha sea cada vez más extrema y la izquierda con posibilidades actuales de gobernar, menos izquierda.

Pongamos un ejemplo bastante visible: Joaquín Almunia. Este señor fue militante de UGT y del PSOE, ministro de Trabajo y de Administraciones Públicas, cargos que ejerció con más pena que gloria, y en la actualidad es comisario europeo –las minúsculas estás escritas adrede– de la competencia. Joaquín Almunia no es que se haya acostado con su enemigo, es que ahora mismo es el enemigo, porque pocas personas como él interpretan tan a la perfección el “cántico espiritual” de la ortodoxia de los mercados. Si tuvo ideología, la perdió en el camino; si alguna vez creyó en el ser humano, se lo merendó en un almuerzo de trabajo; si  en ocasiones levantó el puño y se atrevió a cantar La Internacional -¡¡qué horror!!!– fue un despiste perfectamente achacable a los furores incontrolables de la adolescencia y la juventud, un pecado venial que una persona como él, formada en la universidad jesuítica de Deusto, sabe bien como limpiar sin dejar mácula en su expediente. Sonriente, cínico, distante, alejado de todo lo que huela a pueblo -¡¡¡ufff, qué pesadilla!!!–, erigido en juez infalible dicta sentencias conminatorias en perfecta connivencia con agencias, bancos y demás fantasmas cotidianos de nuestras vidas y haciendas contra aquellos países que están más asediados por la crisis, sin que jamás se le haya oído en los últimos años una palabra contra la tiranía de los mercados, contra sus efectos devastadores sobre las clases trabajadores o la privatización del Estado del bienestar que está llevando a cabo la comisión europea de que forma parte y que nadie ha elegido salvo que consideremos electores universales a Ángela Merkel y los desaprensivos que manejan la libre circulación de capitales y de la explotación, y que han puesto la política al servicio de las grandes corporaciones. Y es que treinta y tres años ejerciendo la política burlona y renegando de principios ideológicos que uno dijo un día defender son muchos años. Lo mismo podríamos decir de Soares, Rocard, Fabius, Blair, Brown, Prodi o el último Zapatero, que olvidaron, o nunca supieron, en qué lado de la “barricada” estaban.

El caso del Sr. Almunia es paradigmático y creo representa muy bien lo que ha ocurrido con la socialdemocracia europea desde mediados de los ochenta, aunque conviene hacer una precisión en el caso español. Aquí partíamos casi de la nada después de cuarenta terribles años de dictadura, muerte y lobotomía generalizada, y todo lo que tenemos, o queda, de eso que llaman Estado del bienestar se debe a los gobiernos socialdemócratas, desde la universalización de las pensiones y la asistencia sanitaria, hasta la creación de infraestructuras, la construcción y restauración de una magnífica red de teatros públicos, la igualdad de derechos entre homo y heterosexuales, la ley del aborto o la multiplicación de las universidades en todo el Estado. Dicho esto, me parece adecuado recordar que el ideario republicano-socialista –que conformó el pensamiento socialdemócrata– siempre tuvo dos ejes esenciales, uno el que afectaba a la mejora de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, de los marginados y excluidos; y otro, tan fundamental como el primero y que debería correr a la par, la educación del pueblo. Por muy bien que viviese un pueblo, decían los viejos socialistas, jamás sería libre si ese bienestar no iba acompañado de uno paralelo en su formación, en su educación, en su cultura, en su Humanización.  Pues bien, la socialdemocracia española y europea, se olvidó de esta segunda parte fundamental, y a fuerza de acostarse con el enemigo comenzó a aplicar medidas políticas y económicas propias del antagonista político: Abandonemos a su suerte a la Escuela Pública, demos apoyos y dineros suficientes para que “la Iglesia y otras corporaciones financieras” se hagan con la Educación, consintamos que quienes tienen competencias para ello construyan escuelas públicas de tres al cuarto y que las concertadas luzcan esplendorosas con los dineros de todos; admitamos que el clero y quienes montan colegios para lucrarse han cambiado y lo hacen por puro altruismo, que son demócratas de toda la vida y que pueden cumplir con esa función vital tan bien o mejor que el Estado, que no tienen ningún empeño en controlar y manejar conciencias. El primer paso hacia la pérdida de identidad de los partidos socialdemócratas, el más terrible de todos porque hipotecaba el futuro, estaba dado. Después vendrían, sin demasiado esfuerzo, los demás.

   Conquistada la Educación por las fuerzas ideológicamente enemigas sin ningún tipo de lucha, la socialdemocracia siguió quitándose ropa, y lo siguiente fue llamar libertad de prensa y de expresión a que unas personas, instituciones o empresas privadas con muchísimo dinero pudiesen tener los periódicos, las radios y las televisiones que quisieran, es decir, que tuviesen los instrumentos claves para el control y la formación de la opinión pública. De la noche a la mañana, el número de cadenas de televisión-basura se multiplicaron en Europa como los peces y los panes en las bodas de Canaán, todas con igual ideología, todas con idénticos propósitos, todas obedeciendo sin rechistar a la voz de su amo. Controlada la Educación y los medios de comunicación de masas en un mundo globalizado y dirigido por y desde arriba por personas y grandes corporaciones de todos conocidas, se trataba de de dar el paso definitivo para asfixiar a los Estados para que, mermados sus ingresos mediante la parálisis económica premedita, la ciudadanía domesticada e indolente viese como un mal menor inevitable la privatización de todos los servicios públicos esenciales, es decir la transformación de los derechos a la Salud, la Educación y una vejez digna en el mayor negocio jamás conocido. 

¿Colaboraría en esa tarea la socialdemocracia? No creo que de buen grado, pero hay que volver a aquella consigna de Marco Pannella y recordar lo que ocurre cuando compartes cama y condones, mesa y mantel durante mucho tiempo con quien en principio era tu enemigo acérrimo. Es entonces cuando se admite que no hay alternativas, cuando se es consciente de que la actual política económica lleva a la ruina general; que el endeudamiento es la muerte, pero no se actúa contra los que lo propiciaron fomentando la especulación financiero-inmobiliaria; que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando en los “años buenos” no bajo el índice de pobreza ni una décima; que hay que recortar aunque nosotros no tocaremos Educación, Sanidad y pensiones, salvo que sea necesario. Y ahí está la clave porque ya te has corrido tanto hacia la derecha, te has olvidado tanto de tus orígenes, de por qué hace 140 años tus antecesores se unieron para hacer un mundo mejor para todos, que casi nadie aprecia matices al dejar al socialismo sin el necesario componente utópico que creaba esperanzas, fuerzas para seguir luchando y los lazos fraternales indispensables para que el mundo evolucione y progrese en libertad y justicia; al crear un vacío ético que se cimentaba sobre el ejemplo personal, sobre aquellas personas que demostraban con sus actos que sólo estaban en política por el interés general y en ningún caso por el personal y que la corrupción era la antítesis de tu ideal. Pero es más, renuncias por completo a tu ideología cuando no cuentas –seas del país que seas, sin ambigüedades- que quienes prestaron a los países periféricos para burbujas inmobiliarias y otras especulaciones, se jugaron los dineros a la ruleta, igual que el que va al casino y a veces gana y las más pierde, y en ésta han perdido; porque no eres capaz de decir que la mayoría del pueblo no tiene deudas ningunas que pagar, que la deuda es de los bancos, que tienen que ser nacionalizados y sus gestores enjuiciados; porque ocultas que nunca, jamás de los jamases, se volverá a crear empleo digno mientras las reglas de juego no sean las mismas para todos, es decir que si aquí se paga lo que dice un convenio, se paga sanidad, paro y pensiones, en China, Corea, Taiwan y La India tienen que hacer lo mismo si quieren que compremos sus productos, del mismo modo que cuando se juega al fútbol, si el defesa toca el balón con la mano dentro del área es penalti sea aquí en Madagascar, en el Río de la Plata o en Pekín; porque olvidas y desprecias la ideología que dices tener y empujas a la ciudadanía hacia el peligrosísimo populismo cuando no planteas –tal como están hoy las cosas- la eliminación sin excepción alguna de cualquier tipo de prebendas de los cargos y representantes públicos, cuando no atacas la corrupción a quemarropa, cuando abandonas a parados inmigrantes, jóvenes y trabajadores precarios a su suerte, cuando tu acción política –que desde luego choca con el monopolio derechista de todos los medios de socialización– no ilusiona, no emociona, no crea expectativas de futuro y, lo que es peor, está provocando que cada día más personas se pasen a las filas del enemigo o del nihilismo.

Los partidos socialdemócratas europeos –es un canto al sol, pero por intentarlo que no quede– tienen que volver a Pablo Iglesias, a Jean Jaures, Rosa Luxemburgo, García Quejido, Seailles, Guesde, Víctor Bach, Ferrer i Guardia, Anatole France y a tantos otros que lo dieron todo por mejorar la vida de los más oprimidos, porque ellos siempre tuvieron claro quién y dónde estaba el enemigo, porque nunca se acostaron con él y lo combatieron en todos los frentes, desde la nada, porque abominaron de los nacionalismos como esencialmente contrarios a los intereses de los trabajadores, porque no alimentaron confusiones. Porque hoy, queridos amigos, estamos más cerca de 1900 que de 1980 y de seguir por este rumbo, la desaparición, sin que haya un sustituto claro, de los partidos socialdemócratas es cuestión de unos pocos años, y personalmente, creo que no será una buena noticia. Cuando un partido socialista gobierna debe hacerlo en socialista, y si los poderes fácticos lo impiden, dimitir y denunciarlo. Desde la oposición, sin hacer ni una sola concesión más a los plutócratas, recuperando el terreno perdido, se puede cambiar el mundo: En el caso español, negar la legitimidad de la deuda, luchar para que los Estados controlen y regulen las transacciones financieras y pongan tasas al libre comercio, denunciar la sumisión a la dictadura de los mercados dirigida en Europa por Ángela Merkel, exigir la paralización de los desahucios y combatir por todos los medios los presupuestos de 2013 sería una buena forma de recomenzar. 

La izquierda difusa
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