viernes. 29.03.2024

Educación: las partes y el todo

El Estado debe concentrar todo su esfuerzo económico en las escuelas públicas laicas, sin interferencias de creencias religiosas de ningún tipo ni de trasvases de caudales a empresas educativas privadas

El sistema educativo de un país moderno no puede funcionar adecuadamente sin que las distintas partes que lo integran estén coordinadas y coincidan en un mínimo de objetivos, objetivos que creemos deben perseguir la formación humana de los alumnos dentro de valores como el respeto a los demás por muy distintos que sean a nosotros, la solidaridad, la autoestima, la búsqueda de la justicia, la defensa de la libertad y de los derechos humanos; y la formación intelectual, que debe adecuarse, mediante un tratamiento individualizado de los alumnos y los instrumentos suficientes para que éste sea eficaz, a las capacidades de cada cual, intentando en cualquier caso que ningún niño o adolescente sea marginado del sistema. Siempre habrá un itinerario, un procedimiento para que el principal protagonista del sistema pueda desarrollar sus potencialidades y habilidades.

Al Estado corresponde crear un marco legal estable que permita a profesores, padres y alumnos poder desarrollar su actividad de forma armónica, satisfactoria, eficaz  y estimulante, alejando de una vez por todas el fantasma del desistimiento que desde hace años quiere instalarse en nuestros centros educativos, antes llamados escuelas. Para que eso sea posible, el Estado –y entendemos como Estado al conjunto de las Administraciones Públicas con competencia en la materia- debe concentrar todo su esfuerzo económico –mucho mayor que el actual- en las escuelas públicas laicas, sin interferencias de creencias religiosas de ningún tipo ni de trasvases de caudales a empresas educativas privadas que, en todo caso, deben sostenerse como cualquier otra empresa privada. También toca al Estado la formación de profesionales de la enseñanza capaces, no sólo por sus conocimientos, sino sobre todo por su vocación pedagógica. En nuestro pasado podemos encontrar uno de los modelos educativos más innovadores y exitosos surgidos en Europa: La Institución Libre de Enseñanza. Los profesores tienen que conocer su materia, pero ante todo tienen que amar a sus alumnos y saber transmitirles sus conocimientos. El modelo de selección del profesorado tiene por tanto que variar y tener en cuenta esas dos premisas indispensables.

A los padres, corresponde educar a sus hijos desde que nacen, de modo que cuando lleguen al sistema educativo tengan las mínimas nociones de respeto y convivencia exigibles a su edad. Sin que en ningún caso se pueda dar por terminada esa función con la inmersión del niño en la escuela. Todo lo contrario: A más edad, mayor implicación de los padres. Se es padre para siempre. No sirven excusas como el trabajo, la realización personal o el dinero, que en exceso contribuye a convertir al niño en un ser malcriado y huero, sin que él tenga la más mínima responsabilidad. Si es preciso trabajar menos, ganar menos y dedicar más horas a quienes uno ha traído al mundo voluntariamente no queda más remedio que hacerlo, y con gusto. Hay cuestiones que no se pueden delegar ni en el Estado ni en los profesores, salvo que se sea un irresponsable. Los niños no vienen al mundo tras preguntarles si quieren hacerlo o no, vienen porque dos personas se involucran en esa tarea, del mismo modo deben asumir personalmente lo que les corresponde en su buena crianza.

Ser profesor no es lo mismo que vender medias en una mercería o trabajar de agente de bolsa, aunque todos los trabajos puedan ser igualmente dignos. El profesor tiene que tener vocación de serlo y demostrarlo cada día. No puede considerar que su trabajo es un negocio, ni una prebenda, pues en ese caso debería optar por cualquier otro más rentable y menos exigente. El actual sistema de selección del profesorado carece del más mínimo rigor y no sirve para los fines de los que hablamos. Ni la contratación ni las oposiciones, los dos modelos actualmente vigentes, aquilatan en modo alguno la vocación del enseñante ni su capacidad pedagógica, lo que da lugar a que muchos profesionales de la enseñanza carezcan por completo de ellas y sean un elemento perturbador más para el normal desenvolvimiento de las tareas educativas.

Con un Estado que dedique la totalidad de los presupuestos de educación –que han de crecer mucho- a una enseñanza pública laica, unos padres metidos hasta el tuétano en la educación de sus hijos y un profesorado con vocación y capacidad pedagógica suficientes, España podría estar en unos años entre los primeros países del mundo en todos los terrenos, pero sobre todo en uno, en el de la formación de seres humanos competentes y solidarios, libres y benéficos.

Lo que no podemos consentir por más tiempo es que la cárcel –que se traga todos los años miles de millones de pesetas y la vida y la salud de internos y trabajadores penitenciarios- siga siendo el último escalón del sistema educativo por pura desidia y desinterés.

Educación: las partes y el todo