jueves. 18.04.2024

Debemos regresarlos a la caverna

Vivimos en descomposición, con un gobierno de mediocres corruptos que ha puesto todo su empeño en debilitar al Estado...

Esta gente salió de la caverna franquista, y si queremos volver a respirar y a recuperar la dignidad y la alegría perdidas, hemos de ser capaces de hacerlos regresar a ella, para siempre

A estas alturas de la involución resulta difícil mantener la vigencia de ciertos conceptos que el tiempo y la dejadez han apolillado. Cada día resulta más difícil hablar de clase obrera porque es un término que deja fuera a los más, a todos aquellos que no son explotados en fábricas y sí lo son en comercios, bancos, departamentos ministeriales o ejerciendo de autónomos por voluntad propia o a la fuerza. Clase trabajadora sería un término mucho más adecuado y vigente por su amplitud, aunque mermado por el desinterés de los trabajadores de todas las clases por tener una conciencia de clase comun. Sin embargo, han recuperado valor palabras hasta hace poco archivadas como plutocracia, gobierno de los más ricos o de sus vasallos para los más ricos, arrimados y sirvientes; y proletariado, que continúa siendo mucho más exacta para definir a lo que Bauman ha llamado “precariado”, porque el proletariado siempre fue precariado, nunca supo de trabajos fijos ni de derechos adquiridos y sí que tenía un mundo por ganar pues todo le había sido arrebatado.

Explotación es palabra que ha alcanzado el mismo sentido que tenía en el siglo XIX, y Pueblo, es algo que carece de significado salvo que hablemos de fiestas locales, procesiones con vírgenes, movimientos mesiánicos, milenaristas o simplemente escapistas en los que confluyen gentes de todas las ideologías a la espera de la pronta llegada de la resurrección de la carne y el consiguiente paraíso terrenal. Tampoco socialdemocracia ha resistido el paso del tiempo, porque su estrategia ya no se basa en dar un rostro humano al capitalismo aprovechando las plusvalías para mejorar la existencia de los más favorecidos, sino en apuntalar a un sistema que se nos cae encima de puro injusto y en el que no volverá a haber sobrantes para esos menesteres salvo reacción inesperada de quienes más sufren su inclemencia: La socialdemocracia participa del credo neoliberal y eso la invalida para cualquier solución de futuro y la convierte en parte del problema, aunque todavía le queda una bala en la recámara: Volver a sus principios fundamentales y elegir claramente en qué bando está, cosa bastante improbable en un mundo globalizado de alianzas otrora inadmisibles. Hay, en cualquier caso, conceptos que no han sufrido tanto pese al uso interesadamente espurio se ha hecho y se hace de ellos. Oír hablar de democracia a Rajoy, Gallardón, Aznar, Thatcher, Peña Nieto, Mohamed V, Putin, Merkel o Bush nos llevaría indefectiblemente a pensar que es un concepto colonizado por sus enemigos y por tanto, amortizado; pero no es así, la democracia sigue siendo el gobierno del pueblo, por y para el pueblo, y hoy, simplemente no lo es o está en vías de extinción a causa de la impostura de la Representación, la claudicación ciudadana y los efectos de la globalización capitalista a la que siempre estorbó para la consecución feliz de sus objetivos.

Empero, hay una palabra –entre muchas- que sigue teniendo la misma vigencia y significado que ha tenido desde que surgió en el albor de las lenguas romances: Sinvergüenza, un término que define a personas o grupos de personas que viven de la mentira y hacen de ella el instrumento para auparse a los puestos más relevantes de la sociedad en que viven. Son los abellacados, bergantes, canallas, logreros, pesebreros,  putrefactos, mindundis, petimetres, caraduras, chulos, jetas, viciosos, desparensivos, trepas, farsantes, afanadores, descarados, frescales, fulleros, golfos, granujas, inmorales, osados, perdularios, pillos, listillos, pintas, rufianes, truhanes, tunantes, viles, villanos, patanes y malnacidos que comenten actos ilegales, amparándose en su representanción y en su presunta impunidad, en beneficio propio y menoscabo de otros o del común. Y esos son quienes en la actualidad rigen los destinos de España y por qué no decirlo de Europa y del mundo. Para ellos no existen constituciones, sólo cuando se les trinca, ni derechos humanos, sólo cuando les apremia, ni desvaforecidos, quienes lo son lo son por su culpa, por no haberse subido subir al tren a tiempo y en tiempo, por mantener reparos éticos ante la explotación, el robo, la mangancia, la conchabanza, el tejemaneje, el chanchullo y otras cosas del pasado que impiden el normal desenvolvimiento de la Santa Mano Invisible que rige el mercado, nuestras vidas y que, sin esa rémora, siempre da a cada uno lo que cada cual merece.

Siendo ese el calificativo que hoy define por antonomasia a la clase dirigente –que no política, pues está formada por altos cargos públicos, empresarios, banqueros, comisionistas, arrimados, chivatos, correveidiles, corredores, porcentajistas, amañadores, manipuladores de opinión, estraperlistas, enjuagadores y picapleitos del mil rostros -, la cuestión adquiere especial relevancia en España porque si bien en otros países de nuestro entorno hubo un tiempo –cada vez más lejano y olvidado- en que se avanzó eliminando, postergando y, en su caso, castigando a los representantes del antiguo régimen y abominando de sus modos y moral, en España no sólo han perdurado esos hábitos y esa moral turbia, oscurantista, castrante, vil y enfermiza, sino que el actual régimen ha permitido que los hombres y mujeres que participan de ella por su familiar y directa vinculación con la dictadura, sean hoy quienes nos gobiernan, nos emplean y desemplean, nos saquean y se mofan delante de nuestras narices rojas de tanto apretar el pañuelo exprimiendo a un país habitado por personas muy pacientes y acostumbradas a soportar todo lo divino y humano tal como aprendieron de siglos de abusos, vejaciones y mortificaciones. Sin embargo, todo tiene un límite, y aunque el que tenía esto ha sido traspasado de lejos en el tiempo y en el espacio, parece que ya ha llegado la hora. Vivimos en descomposición, con un gobierno de mediocres corruptos que ha puesto todo su empeño en debilitar al Estado que debería garantizar nuestros derechos para convertirlo en un Estado guardián del privilegio, el chanchullo y la desaprensión. Los constantes escándalos que un día y otro nos azoran, paralizan y escandalizan no son nuevos, todos sabíamos de su existencia, es nueva su salida a la luz pública, su ramplonería, su desfachatez en un momento en el que uno de cada cuatro españoles no tiene que llevarse a la boca y malvive resignado en el sofá que ha vuelto a ocupar, excluido para siempre, en la casa de los padres o los abuelos. Este es un barco a la deriva con la línea de flotación por debajo del nivel del mar, en el castillo de popa siguen atrincherados los del BOE, los rescatados y amigos, en la cubierta, con el agua al cuello unos cuantos que han logrado salvavidas, pero la mayoría ya se ha tirado al mar y espera la llegada de los tiburones hambrientos.

Han robado lo que no está escrito, cualquier contrato, subcontrato, privatización o externalización está bajo sospecha. Miles y miles de millones de euros han pasado en los últimos años del Estado a bolsillos de particulares sin otra razón ni pretexto que su amistad con el pudiente; los particulares beneficiados, patriotas de toda la vida de España o de su condado, han llevado el dinero obtenido de forma indecente y criminal a Suiza y otros paraísos fiscales mientras en casa no había ni para pagar la factura de la luz. Nos amenazan, con todo el descaro y la crueldad del mundo, con una nueva recesión cuando todavía estamos inmersos en la anterior y arman hasta los dientes para amendrentar y apalear al pueblo a quienes constitucionalmente deberían ser los encargados de protegerle. Entre robos, mangancias, chanchullos, porcentajes por obra o privatización, estos sinvergüenzas se han liquidado más del 20% del PIB del país, y lo que es peor si cabe, han hundido la moral, han matado la esperanza de millones de personas que siguen creyendo en la Democracia como única forma posible de gobierno. Esta gente salió de la caverna franquista, y si queremos volver a respirar y a recuperar la dignidad y la alegría perdidas, hemos de ser capaces de hacerlos regresar a ella, para siempre. Esa es condición sine qua non para poder salir de este inmenso charco de mierda en el que nos ha metido. Y, desde luego que podemos, todo esto es parte del pasado.

Debemos regresarlos a la caverna