viernes. 19.04.2024

Colegios concertados: Un derecho que es un torcido

Para la cura de almas, la Iglesia católica española dispone de miles de templos repartidos por todo el Estado: Hay más iglesias que bancos

Como si el tiempo no hubiese pasado, como si estuviésemos condenados a sufrir una y otra vez las inclemencias del mal pretérito, como si los representantes de la superstición hubiesen anidado entre nosotros con derecho a eternidad, como si no fuésemos capaces de articular un estado moderno que ampare nuestras mejores tradiciones y destierre las que se basan en el mito y el privilegio, así seguimos después de tantos siglos, igual en las tierras de la antigua Castilla que en las de los viejos reinos de Aragón, condenados a ser machacados por quienes pretenden moldear nuestras conciencias a su imagen y semejanza desde la primera infancia.

No, no se trata de prohibir a nadie que lleve a sus hijos a la escuela o colegio que desee según su forma de ser, sus creencias, sus manías, su ideología o su ambición, aunque así podría ser porque nadie tiene derecho a inculcar la mentira ni el espíritu abusón a otros, mucho menos si son menores; no, únicamente se trata de cumplir con las reglas de un Estado Democrático, normas que obligan a esos Estados a formar ciudadanos libres y preparados según su capacidad, ajenos a cualquier contaminación sobrenatural sea del signo que sea. Para la cura de almas, la Iglesia católica española dispone de miles de templos repartidos por todo el Estado: Hay más iglesias que bancos.

Desde antiguo, cuando los estados se confundían con las propiedades de los reyes y los grandes señores de la guerra, la Iglesia quiso monopolizar todo cuanto se relacionase con la educación de niños y jóvenes porque de ese control dependía mantener el orden establecido que tantísimo le beneficiaba. Suyas eran las escuelas, suyas las universidades, suyos los templos desde los que se atemorizaba a la población con el miedo al más allá y al más acá. Estado e Iglesia fueron una misma cosa hasta que los ilustrados y revolucionarios franceses reclamaron para la sociedad civil lo que los religiosos habían quitado al César. Sin embargo, no fue hasta 1905 que un Estado decidió acabar con la presencia clerical en el sistema educativo para entregársela a la pedagogía, a la ciencia y al progreso: La Francia de la III República de Combes, Ferry, Jaurés y Briand puso punto y final a la presencia de las religiones en las escuelas e institutos franceses marcando el punto de partida a uno de los modelos educativos más fructíferos y exitosos. A Francia siguieron otros países como Reino Unido, Italia, Holanda, Alemania, Dinamarca, Finlandia, Austria, Suecia o Noruega. España lo intentó durante la II República, pero por muy poco más se inventaron un golpe de Estado que vistió al país durante décadas de fuego, dolor, muerte y destrucción. Hoy, pese a las embestidas privatizadoras que mediante potentísimos fondos de inversión pretenden convertir la Educación en suculento negocio al servicio de la ideología más reaccionaria, sólo tres países europeos mantienen conciertos educativos con la Iglesia: Bélgica, España y Portugal, aunque nuestro vecino del Oeste hace unos meses le ha puesto fecha de caducidad. En el resto de Europa Occidental la enseñanza es mayoritariamente pública y laica, manteniéndose actualmente en Suecia un encendido debate que terminará por regresar al modelo totalmente público de siempre tras el fracaso estrepitoso de la privatización parcial de la gestión emprendida en el año 2000, privatización que causó el desmoronamiento absoluto de los resultados de los estudiantes de ese país según los últimos informes de la OCDE.

Recuerdo cuando era zagal que algunos amigos eran llevados por sus padres –padres de clase trabajadora- a colegios de curas y monjas. Yo acudía a una escuela pública franquista que era tan confesional como las otras, con los mismos crucifijos, las mismas fotografías nauseabundas, iguales himnos e idénticos curas sermoneadores e inquisitoriales. No entendía bien aquello, ¿por qué los padres de aquellos amigos que no ganaban mucho más que los míos se empeñaban en llevar a sus hijos al mismo colegio al que iban los de los ricos? No tardé mucho en comprenderlo. Los padres quieren lo mejor para sus herederos y aquellos progenitores estaban convencidos de que, aunque les costase bastante más, era mucho mejor para el futuro que sus niños se codeasen con los de los más pudientes porque de esa relación podrían surgir más oportunidades de cara al futuro, trabajos mejor remunerados, incluso matrimonios que posibilitasen de un golpe un ascenso social notable. No había otra razón, en los colegios de curas y monjas las clases las impartían los mismos religiosos con la ayuda de algún “profesor” de desconocida titulación, a las señoritas se les enseñaba a ser princesitas, las cuatro reglas, el bordado y como poner bien la mesa; a los señoritos, a ser hombres de verdad al son de cánticos y palmetazos: Habría que analizar científicamente la influencia de ese tipo de enseñanza en el machismo aniquilador. En absoluta inferioridad pedagógica, sólo el sueño del ascenso social justificaba la inmersión católica. Pues bien, pasados ya cuatro décadas desde la muerte del tirano, y después de un corto periodo en el que pareció que la enseñanza clerical iba de capa caída, desde mediados de los años noventa del pasado siglo asistimos a un reverdecer de la misma que ha propiciado mediante los presupuestos del Estado -distribuidos a su antojo por las Comunidades Autónomas y Nacionalidades Históricas- la multiplicación exponencial de los colegios religiosos a los que, como durante mi niñez y adolescencia, muchas familias trabajadores desean llevar a sus hijos esperando la ayuda divina. La situación no ha cambiado, la selección del profesorado de los colegios concertados la hacen los superiores y superioras de la orden titular del mismo según criterios amicales y puramente ideológicos, no existe ningún control por parte del Estado sobre métodos ni contenidos, no hay más pedagogía que aquella que dimana de la mano dura y la exclusión, por tanto no se busca la tan cacareada “excelencia” educativa sino lo mismo que cuando yo era un chaval, sólo que ahora tirando de los presupuestos del Estado y a costa de la Enseñanza de todos que es la pública.

Los mejores maestros y profesores, por preparación y por método de selección –aunque éste es manifiesta y necesariamente mejorable- son los que trabajan en la educación pública contra los vientos y las mareas que el poder confesional se empeña en poner en su camino. Pero es que aunque así no fuese, es la única enseñanza que ha de ser sufragada con fondos públicos porque sólo ella garantiza la igualdad en el tratamiento educativo sin tener en cuenta la religión, la raza, la problemática o la condición económico-social de los alumnos, y porque es la única que no entiende la transmisión de conocimientos a los menores como un negocio. La enseñanza privada, en un Estado democrático, debe existir sólo si, como su nombre indica, es sostenida por fondos aportados por los particulares que aspiran a que sus retoños no se mezclen con gitanos, inmigrantes o personas con problemas tan diversos como humanos en la esperanza de que las sabias palabras de los clérigos sepan llevar a su prole por el buen camino.

Colegios concertados: Un derecho que es un torcido