viernes. 29.03.2024

Un cáncer llamado ludopatía

Hace mucho tiempo que las libertades y derechos fundamentales están recogidos en las constituciones de los países democráticos, mal que les pese a quienes desde posiciones políticas de extrema derecha se dedican a utilizar esos instrumentos para fabricar leyes que permiten a los gobiernos conculcar los principios esenciales y consustanciales al Estado de Derecho, como ocurre todos los días desde antes que comenzase esta enorme estafa con las directivas,

Hace mucho tiempo que las libertades y derechos fundamentales están recogidos en las constituciones de los países democráticos, mal que les pese a quienes desde posiciones políticas de extrema derecha se dedican a utilizar esos instrumentos para fabricar leyes que permiten a los gobiernos conculcar los principios esenciales y consustanciales al Estado de Derecho, como ocurre todos los días desde antes que comenzase esta enorme estafa con las directivas, decretos y leyes que aprueban comisiones y gobiernos a las órdenes de grandes corporaciones para erosionar, laminar y destruir todas las conquistas políticas, sociales, económicas y culturales conseguidas durante los dos últimos siglos.

No existe democracia si no hay libertad de expresión, de reunión, de manifestación, de asociación; no hay libertad si es posible violar la correspondencia, intervenir los teléfonos, espiar a los ciudadanos, detenerlos sin orden judicial, retenerlos por tiempo indefinido en cárceles secretas, si no se tiene acceso a las necesidades primarias básicas. Cuando estrenamos democracia en España, la mayoría de esos preceptos fueron recogidos en nuestra Constitución, pero junto a esas libertades fundamentales, se colaron otras que no lo son pero que algunos quisieron hacernos ver que sí lo eran. Antes, la gente pudiente iba a jugar a los casinos de Estoril o Biarritz, también a ver El Último Tango. Todavía recuerdo lo escandalizados que venían algunos de los que voluntariamente habían ido a verlo, o la que se montó en nuestro país cuando se estrenó esa y otras películas, hasta con Jesucristo Superstar. De risa.

Vino el cine, todo el cine, incluso, la “cándida” Enmanuelle, y también vino el juego como un derecho del mismo calibre que los demás. Hoy, España tiene un parque de varios millones de máquinas tragaperras gracias a esa libertad, que no es tal, sino su contrario, un arma peligrosísima que ha servido para esclavizar a millones de personas en nuestro país, para deshacer miles de vidas y miles de familias, para que unos cuantos señores se hagan millonarios de la noche a la mañana y para que la Hacienda Pública recaude una enorme cantidad de euros que luego el Gobierno gastará en privatizar.

Debido a la crisis, pero sobre todo al paletismo instalado en todas las esferas del poder, dos ciudades españolas, Madrid y Barcelona, han andado a la greña para conseguir que un tipo que dice ser dueño de Las Vegas instale en nuestro suelo un parque temático dedicado al juego, la prostitución, el blanqueo y todo lo que ustedes ya saben de sobra. Dicen que creará no sé cuantos puestos de trabajo, hasta doscientos cincuenta mil he leído en algún rotativo ultra, pero la realidad es que ese señor, en todos su putiferios repartidos por el mundo tiene treinta mil empleados, y que ese parque, esté en Madrid o Barcelona será un foco de delincuencia de cuello blanco y una fábrica de desgraciados que sufrirán y harán sufrir lo indecible a quienes con ellos vivan.

Es un problema grave, doloroso y terrible, sin embargo, escapa al debate público y parece no importar a nadie, salvo a quien lo padece directamente y a quienes le rodean. La soledad del jugador y de sus seres queridos es sólo equiparable a la de los enfermos de Alzheimer y sus familiares: Todo, la destrucción, la ruina, el llanto, la desesperación, la angustia, el desamparo, se rumia en la intimidad. Empero el Alzheimer es una enfermedad que viene como otra cualquiera y que de momento no se puede evitar: La ludopatía, en buena parte, sí.

De ninguna manera estamos pidiendo que se suprima el juego como hacían los periódicos socialistas y republicanos de principios del siglo XX. Que se prohíba, no. Pero el drama por el que pasan tantos miles de personas es tan extremo que es preciso que esa actividad se regule de forma seria y eficaz, al mismo tiempo que las instituciones públicas se hagan cargo del tratamiento de los ludópatas y de ayudar a quienes sufren junto a ellos. Las máquinas tragaperras y similares tienen, si queremos solucionar esa tragedia, que desaparecer de bares y otros lugares públicos, recluyéndolas en locales exclusivamente dedicados al juego y con los debidos controles administrativos. Es en esas máquinas infernales diseminadas por todos los rincones de nuestras ciudades, pueblos y aldeas recónditas, donde comienza el sufrimiento y la desdicha. De acuerdo que su retirada de bares y otros establecimientos repercutirá en sus ingresos, pero el daño que se les pueda infringir no resiste comparación con el que esos aparatos causan a tantos ciudadanos honrados que se ven abocados al más terrible de los abismos.

Una sociedad avanzada, civilizada –que no es el caso–, no puede permitirse por más tiempo que por el afán recaudatorio de la Hacienda Pública y el beneficio de unos particulares, padezcan tortura cientos de miles de personas. La solución es bien fácil, el mal hay que cortarlo desde su raíz, y su raíz son las máquinas tragaperras. En cuanto a Eurovegas, que lo pongan en Suiza, allí saben mucho de juegos y trampas de toda clase siempre que se trate del dinero y el sufrimiento ajeno, siempre que gane la banca.

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