viernes. 26.04.2024

Alemania contra Grecia, contra Europa, contra todo

La Alemania neoliberal y nacionalista no sólo es incompatible con la unidad europea, sino también con los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

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La Alemania neoliberal y nacionalista no sólo es incompatible con la unidad europea, sino también con los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad

El 28 de junio de 1914 fue asesinado en Sarajevo el Archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del Imperio austro-húngaro. Aquel incidente fue aprovechado por la “joven” Alemania –apenas tenía cuarenta y tres años de vida- para provocar la guerra más sangrienta de las habidas hasta entonces en Europa. Alemania venía pugnando con Inglaterra y Francia por el reparto colonial de Asia y África sin obtener de sus competidores imperialistas todo lo que ambicionaba. Pese a los apasionados intentos de Jean Jaurès –que también sería asesinado- para convencer a los trabajadores de todos los países de que aquella no era su guerra, setenta millones de obreros participaron en el conflicto para defender los intereses de sus explotadores. Alemania perdió la guerra, pero antes destruyó Europa por primera vez.  El 17 de julio de 1936 –sólo habían pasado veintidós años- los generales africanistas españoles, sabedores del apoyo incondicional de las potencias nazi-fascistas, se alzaron en armas contra el gobierno constitucional republicano, provocando la mayor carnicería de la historia peninsular y la peor dictadura que ha conocido Europa Occidental. La Segunda Guerra Mundial comenzó ese día, ese 17 de julio en que los aviones italianos y alemanes obtuvieron patente de corso para asesinar españoles, para convertir España en un inmenso laboratorio de la nueva guerra. Aunque las grandes potencias democráticas han pasado, y pasan, de puntillas sobre la inmensa deuda que tienen con España al entregarla primero a las garras del fascismo y del nazismo, después a las del nacional-catolicismo, la segunda gran guerra, que oficialmente comenzó el 3 de septiembre de 1939, no habría sido posible sin que cientos de miles de españoles hubiesen hecho previamente de cobayas humanos. La rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945 dejó tras sí ochenta millones de muertos –veinte de ellos rusos- y miles y miles de ciudades destruidas. Nunca, desde el primer intento de dominación perpetrado por la Alemania de Bismarck en la guerra franco-prusiana, Europa había sufrido tanto, nunca la muerte se había adueñado de manera tan obscena y masiva del llamado por nosotros, sin serlo, “viejo continente”.

Alemania ha dado a Europa y al mundo algunos de los más grandes pensadores de la historia, Kant, Hegel, Frege, Feuerbach, Marx, Schopenhauer, Heidegger, Nietzsche, Adorno o Marcuse son sólo una muestra aleatoria de una lista que sería interminable citar. La mayoría de ellos fueron europeístas, creyeron en el Hombre y no habrían existido sin sus antecesores griegos, sin embargo, Alemania, la nación alemana, nunca hizo suyo el pensamiento de sus grandes hombres, sino que prefirió interiorizar el más menudo de otros como Fichte, Herder (Volksgeist) o Spengler a quienes unía la evocación entusiasta de un inexistente y glorioso pasado alemán. El perverso sentimiento nacionalista nació en Alemania y de ahí se extendió al resto del mundo causando dolor y muerte allí donde fue acogido: El diferente es mi enemigo. Tras unos años de titubeos europeístas de la Alemania Brandt y de Kohl, terminó imponiéndose la genética pangermanista en la persona de una ex-comunista llamada Ángela Merkel, política tan sumisa al poderoso conglomerado financiero-industrial alemán como despótica con los países atormentados por la gran crisis-estafa que ella misma y sus ricachones contribuyeron a crean de modo fehaciente. Bajo su égida, pero también bajo del socialdemócrata Schröeder, Alemania acometió el difícil camino de la reunificación con el apoyo de toda Europa al mismo tiempo que sus bancos invertían miles de millones en el fraude inmobiliario que asoló a países como España, Irlanda o Grecia. Ya instalados en la crisis que cada día nos hace más pobres y menos personas, Merkel, sabedora de la indiferencia británica hacia el proyecto europeo y de la docilidad de Francia, decidió que Alemania se iba a salvar sola a costa no sólo del proyecto europeo, sino del bienestar de los europeos que no fuesen alemanes o nórdicos. Se comenzó a hablar de los PIGS, del despilfarro de los países del Sur, de su proverbial gandulería, de su incapacidad para organizarse adecuadamente, incluso se llegó a decir que eran estados fallidos. Fue entonces cuando apareció la prima de riesgo referenciada al bono alemán, fue entonces cuando el Banco Central Europeo –a las órdenes de Alemania- se negó a comprar deuda de los países pero no de los bancos estafadores, fue entonces cuando Alemania, provocando una sangría sin precedentes en las economías periféricas de la Unión Europea, comenzó a financiarse gratis y a crecer, dejando en el camino buena parte de su otrora modélico Estado del Bienestar. La Unión Europea dejó de existir, comenzaba la Gran Alemania por otros medios. Diezmado el Sur, ahora tocaba mirar al Este de la mano de obra barata, tocaba poner todo el aparato productivo y financiero de Europa al servicio del nuevo proyecto pangermánico, aunque para ello fuese necesario de nuevo arrasar el continente, empobrecer a sus habitantes hasta extremos desconocidos desde el siglo XIX, tocaba laminar derechos, imponer como irrefutables y de obligado cumplimientos los dogmas medievales de las Escuelas económicas de Viena y Chicago, en definitiva, destruir Europa para salvar a Alemania a sabiendas de que eso era pan para hoy y hambre para mañana, porque destruida progresivamente la demanda interna de los países que integran la Unión Europea, en un futuro no muy lejano Alemania terminaría por perder a sus principales clientes.

Nada más conocer la victoria de Syriza en las elecciones griegas –antes habían vertido todo tipo de amenazas para impedirla-, los máximos mandatarios políticos y económicos alemanes saltaron como fieras sobre la decisión del pueblo soberano griego. Nos da igual –decían- quien haya ganado en Grecia, nos importa un bledo el sufrimiento y la miseria de los ciudadanos griegos, nos la refanfinfla lo de la unión europea, que os hayamos puesto el interés de la deuda al 12%, u obedecéis o vais a saber lo que es la ortodoxia y de lo que es capaz la patria de Goering. Os hundiremos la Bolsa, retiraremos capitales, os aislaremos económicamente, nos quedaremos con vuestras islas del mismo modo que junto a británicos y franceses despojamos el Partenón de los frisos de Fidias. Y es ahora, ante esas amenazas brutales, bárbaras y miserables de Merkel y sus aliados, cuando es llegada la hora de ponerle el cascabel al gato: En 1936, los políticos republicanos españoles pidieron la ayuda de las grandes democracias para acabar con la agresión nazi-fascista, obteniendo como respuesta la política de apaciguamiento propiciada por Chamberlain y el Comité de No Intervención; hoy es Grecia la avanzadilla del mundo libre, de la Democracia, quien necesita el apoyo de todos los hombre libres de Europa y del mundo. Lo que hoy se juega en Grecia es lo mismo que se jugaba en España en 1936, si Alemania y el capitalismo financiero-especulativo no recibe una respuesta contundente ahora, tendremos que asumir que hemos perdido cualquier derecho, incluso el de respirar: La Alemania neoliberal y nacionalista no sólo es incompatible con la unidad europea, sino también con los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Alemania contra Grecia, contra Europa, contra todo