viernes. 26.04.2024

Viaje a las profundidades salariales

Según las cuentas del Ministerio de Hacienda para 2015, un total de 5,9 millones de asalariados sobre una cifra global de 17,3 millones de activos no ha alcanzado la retribución marcada por el salario mínimo interprofesional

La señora ministra de Empleo debería tomar “lecciones de abismo”, según cuenta Julio Verne que recomendaba el profesor Arne Saknussem a los intrépidos viajeros empeñados en llegar al centro de la Tierra. A doña Fátima se le da mal ese ejercicio, como se desprende del hecho de que haya afirmado que nadie que trabaje ocho horas diarias en España puede cobrar menos del salario mínimo, “porque no es legal”.

Según las cuentas del Ministerio de Hacienda para 2015, un total de 5,9 millones de asalariados sobre una cifra global de 17,3 millones de activos (el 34,3%, más de uno de cada tres, y no estamos contando los parados) no ha alcanzado la retribución marcada por el salario mínimo interprofesional. Desde 2008, este colectivo ha pasado de 5,3 a 5,9 millones, en un contexto en el que el número de asalariados activos ha descendido en dos millones redondos (eran 19,3 millones en 2008, y 17,3 en 2015). Para el Ministerio, ese es el mundo acotado de la temporalidad, del trabajo parcial, a horas. Cierto, pero solo en parte. Y es que, con ser malos, los números del Ministerio tan solo cartografían la realidad “oficial” (esa según la cual todo lo que no se refleja en la estadística, no existe) en dos dimensiones, en tanto que la realidad cruda, perceptible a simple vista (a ojo desnudo, como dicen los franceses), consta de tres dimensiones, ninguna de las cuales es desdeñable.

En este sentido, Industria 4.0 sería el Himalaya, mientras los 5,9 millones de personas cuyos ingresos se sitúan por debajo del SMI se estarían moviendo en los fondos de las fosas oceánicas abisales. La remuneración de los salarios más bajos ha descendido en un 28% en estos años, y la temporalidad media de los contratos se ha ido acortando progresivamente hasta situarse en unos cincuenta días. A doña Fátima le parece imposible que una persona contratada para cuatro horas al día sea obligada a trabajar diez y a cobrar solo cuatro. “No es legal, luego no existe.” Y sin embargo, la experiencia a ras de tierra indica otra cosa: Eppur si muove.

Una de las falacias de partida del enfoque gubernamental sobre el mercado de trabajo consiste en desdeñar la dimensión cualitativa (la tercera dimensión). Trabajo es, desde su óptica, solo trabajo abstracto, fuerza mecánica de trabajo siempre igual a sí misma. Basta cuantificar personas implicadas, horas trabajadas y retribuciones percibidas, para tener el cuadro completo de la salud de la economía.

Pero de un lado, no puede ignorarse el dato de la cualidad en el trabajo profesional, que implica en prácticamente todos sus escalones la puesta a contribución de unos saberes técnicos previamente adquiridos. De otro lado, del mismo modo que las estadísticas no han contemplado nunca el submundo de las cajas b, los sobres en negro y las tarjetas black, tampoco toman nota de las personas que aceptan trabajar diez horas cobrando solo cuatro porque el salario “mínimo mínimo” que reciben les es indispensable para una supervivencia arañada día a día.

No se trata solo de trabajos “basura”, sin cualificación; el mismo chantaje empresarial se está practicando con licenciados, con arquitectos, con técnicos superiores y medios. Estos estratos, directamente relacionados con unos avances tecnológicos profundos y veloces, están obligados a reciclarse de forma constante para mantener sus expectativas virtuales de “empleabilidad” y no caer pura y simplemente en la marginación. Esas horas sobreañadidas de trabajo intenso de formación permanente no son remuneradas de ninguna forma. En las estadísticas se les clasifica como “autónomos” o “emprendedores”, obligados a cotizar a la Seguridad Social, y empleados de forma esporádica por empresas que se lucran de una calidad profesional cuyo mantenimiento no pagan ni de forma directa ni por vías indirectas.  

Así, la odisea abisal de la busca de un trabajo mal pagado por las profundidades del subempleo se ha extendido como mancha de aceite por una sociedad en la que las bienaventuranzas prometidas por los políticos se diluyen en el vacío, como resuenan los ecos del viento en un desierto. La fractura social está servida.

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