jueves. 25.04.2024

Reforzados por defecto

Pocas incógnitas llevaban aparejadas las elecciones vascas y gallegas, y se han resuelto en consonancia con los pronósticos previos. Poco terreno hay, entonces, para el análisis cuantitativo minucioso que suele establecerse en estas ocasiones. La trasposición de los datos al panorama de la política estatal da poco de sí.

Una cuestión sí parece de interés, en relación con el bipartidismo imperfecto que nos vemos obligados a soportar. A saber: el PSOE prolonga su declive, aún no irremediable, y el fenómeno plural de las Mareas más Podemos mantiene las posiciones conquistadas y queda comparativamente mejor que su aliado natural en la izquierda. En el otro lado del hemiciclo, Ciudadanos no llega a los mínimos de representación y deja todo el campo al PP, que ha sido capaz a pesar de todo de repetir la única mayoría absoluta remanente en el panorama de las autonomías.

Todo conspira en favor del partido alfa en el tablero estatal. Los populares salen reforzados del trance, siquiera sea por defecto. Con toda probabilidad les bastaría cambiar el candidato (Feijoo, incluso otro nombre cualquiera que aportara cierta novedad, en lugar de Rajoy) y arrojar a los leones a Rita Barberá para conseguir una investidura cómoda, con más apoyos directos y más abstenciones en la cámara. El país está cansado de votaciones y de especulaciones sucesivas, y se resignaría a un nuevo mandato conservador a la espera de una mayor sazón de las izquierdas, perdidas hoy una de ellas en la rememoración de fastos pretéritos, y la otra en experimentos de laboratorio mediático sobre cómo seducir a los votantes (se trata, sí, de conseguir más votos, pero sobre todo de saber qué hacer con ellos, y respecto de este peliagudo tema todavía no nos han dado pistas suficientes).

En estas circunstancias, el PP, por lo que he escuchado esta mañana a Andrea Levy, sigue en las mismas. Insiste Levy en que es Sánchez quien bloquea la investidura, quien debería ceder para facilitar un nuevo gobierno de Rajoy. «Nosotros no hemos cambiado», alega, y ese es el problema principal. Ahogados en cuitas como estamos, metidos en escaramuzas colaterales sobre sorpasos y visibilidades, el único valor que podemos defender aún desde la izquierda es el No a la resurrección de un Rajoy más putrefacto que Lázaro después de pasar tres días en la tumba; el No a la impunidad de los corruptos, de ninguno de ellos pero con mayor razón de los que utilizan el senado como trinchera; y el No a la actual política de “posverdad”, en el tenor de lo que ayer publicaba Sol Gallego Díaz, es decir, la negación desfachatada de las evidencias como elemento esencial para fabricar un consenso social que no existe en la realidad.

La política seguida por el gobierno actualmente en funciones nos está haciendo un daño terrible; pero lo peor es el estilo marianista de hacer política, el de la mentira como elemento de superación de las contradicciones. Las estadísticas manipuladas, los reiterados éxitos mediáticos en la preservación de un estado del bienestar que se deja hundir, la felicidad de unas pensiones cuyos fondos se saquean, los índices de empleo que mes tras mes son los mejores que ha habido en años y años, pero sin que el paro descienda por ello.

Con Rajoy no habrá cambio, ni retorno posible a una democracia normativa, ni propósito de enmienda. Debería ser obligatorio, en bien de la salud pública, que quienes predican la abstención en la investidura incluyan una leyenda parecida a la que consta en las cajetillas de cigarrillos: Ojo, el gobierno de Rajoy mata.

Reforzados por defecto