jueves. 28.03.2024

Crónica de Guatemala

Ciertamente después de los acontecimientos del año pasado las expectativas sobre el nuevo gobierno eran y son muy altas.

Más sombras que luces.

Ciertamente después de los acontecimientos del año pasado, donde se destituyó al presidente Otto Pérez Molina por corrupción y hubo grandes movilizaciones en las principales ciudades, las expectativas sobre el nuevo gobierno eran y son muy altas.

Se espera contundencia a la hora de enfrentar los procesos de corrupción y en el combate contra la violencia.

Se quiere salir cuanto antes de la dinámica de la corrupción y de los primeros  puestos en el ranking  de la violencia en América. Y que la vida, en definitiva, especialmente en determinadas zonas de la Capital, deje de estar al albur de donde se vaya a producir el  atraco, la extorsión o la bomba en el siguiente episodio de violencia.

Me habían contado, mientras organizaba mi viaje, que la violencia estaba en vías de control y que no era ya lo de hace unos años atrás… Bueno, no había estado en Guatemala con anterioridad, pero la realidad que reflejan sus medios de comunicación, un día sí y otro también, es el de asesinatos múltiples todos los días. En unos casos para robar botines escasos, y en otros, en una especie de ajuste de cuentas que rara vez explican que hay detrás.

De hecho, la seguridad privada, con fusiles preparados para disparar es algo tan habitual, que cualquier negocio por pequeño que sea cuenta con ella en la puerta de entrada.

Por eso seguramente las expectativas son tan apremiantes en la urgencia de querer soluciones; y quizás sea también el motivo de que en unos pocos meses desde la formación del nuevo gobierno, ya puedan leerse diversas columnas de opinión que “retiran” gran parte de la esperanza de cambio al propio presidente Morales. Aunque lo más probable es que no le estén retirando nada porque nunca se la dieron, pero hacen verlo así.

Hasta ahora el principal foco de violencia en Guatemala había venido siendo el de la extorsión. Los comercios pagaban (muchos lo siguen haciendo) cantidades acordadas para poder trabajar sin que la maras (pandillas de barrio) les destrozaran el negocio.

Sin embargo, en las dos primeras semanas de Marzo, la violencia pareció subir varios niveles. Hubo ocho sucesos en los que se emplearon explosivos contra autobuses o en lugares concurridos de gente, con el resultado de varios muertos y decenas de heridos; y que el propio ministro responsable catalogó como de hechos terroristas y de claro desafío al gobierno.

En contraste con esa realidad, en las zonas más rurales bajan los índices de violencia y se incrementa la desigualdad y la pobreza. Abundan las pequeñas estancias con techos de hojalata… Pequeños campos agrícolas con algo de ganadería y un sinfín de paisajes de media montaña que conforman la imagen de una Guatemala verde y de paisajes hermosos.

Escuelas rurales cargadas de necesidades y con muchos niños y niñas. El 50% de la población guatemalteca la forman niños y jóvenes sin edad para votar según el censo del año 2015  (7,5 millones de personas de los casi 15 millones de habitantes).

Mujeres cargando con grandes cubos de ropa camino del río…, en una imagen que nos recuerda otro siglo y otros escenarios. Dura, muy dura la vida especialmente de las mujeres en la Guatemala rural. Afrontan los trabajos más duros como si el tiempo se hubiera detenido un siglo atrás. Y sufren un machismo ancestral en el que la mujer siempre es la víctima.

Como les contaba en la primera parte de esta crónica, durante mi estancia en Ciudad de Guatemala, se dio la última fase del proceso contra varios militares por secuestro, violación y abusos contra las mujeres de una comunidad indígena (el caso conocido como Sepur Zarco). Donde la juez ha sido valiente y con el apoyo de varios premios novel y de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, procedió a condenar a los acusados a fuertes penas de prisión. Aunque falta por ver como se resuelven los recursos de los militares delincuentes, al menos hasta aquí, ha sido una bonita historia que marca la excepción a la impunidad de costumbre. Porque sigue habiendo datos atroces que reflejan una realidad escalofriante: solo el 1,5% de los casos de violencia contra la mujer se resuelven con alguna condena.

Se siguen produciendo miles de violaciones con parto incluido, de niñas entre diez y catorce años. En la mayoría de los casos, según revelan los informes, por familiares y allegados a las propias niñas (los datos oficiales que pude ver del año 2013 señalan  que  4354  niñas lo sufrieron ese año).

En Livingston, pequeño remanso de paz del Caribe guatemalteco, me encontré con otra historia. Una de las muchas que me contaron a lo largo del viaje pero que quiero recordar aquí. Marlen de 19 años, salió huyendo de la violencia de uno de los barrios de Ciudad de Guatemala donde cuenta que la vida no valía nada… Aquí, había encontrado la paz que le permite retomar sus estudios acudiendo a Puerto Barrio (a media hora en lancha colectiva) y trabajar ayudando a una amiga con la que vive… Espera poder rehacer su vida y, “olvidar”  todo el dolor que ha dejado atrás.

Cuando se ven de cerca las graves necesidades y las muchas carencias que tienen que sufrir sus gentes…, todavía se hace más insoportable la gravedad de tanto robo de cuello blanco y de la corrupción que anida entre buena parte de su clase política o de los prebostes que controlan y esquilman a Guatemala.

Por eso las expectativas son las que son, las urgencias en ver algún resultado apremian, y el escepticismo de los universitarios se traduce ya en canciones y rimas que cada facultad empieza a dedicarle al gobierno.

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